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La colaboración es la base de todo

La especie humana, el homo sapiens, se impuso sobre el resto de los homínidos, por ejemplo, los famosos neandertales, vaya a saber uno cómo. Dado que lo único que quedan son restos fosilizados, además de la presencia genética en algunos humanos, estos monos antiguos son un terreno fértil para la imaginación de los científicos con alma de novelistas. De todos modos, toca dejarlos enterrados y hablar de la especie triunfante: la humana.

Al repasar la historia conocida, muy rápido uno se percata de que la forma de organizar las sociedades ha tenido cambios bruscos y dramáticos con gran frecuencia. Tomemos de ejemplo a las mujeres. Con muy escasas excepciones, ellas estuvieron desde la prehistoria sometidas a los caprichos de los machos alfa, quienes por lo demás se jerarquizaban entre ellos. Una cosa era el “marido”, por así llamarlo, y otra el cacique de la tribu que con mucha frecuencia podía suplantarlo en la cama o en la hamaca de ella.

Basta con leer entre líneas los libros de historia, digamos, del Ancien Régime, para enterarse de la compleja red de relaciones sociales y familiares opresivas en que desembocó la organización tribal, bajo un déspota incluso ilustrado. Por fortuna, en nuestra América, Simón Bolívar echó a la caneca los títulos nobiliarios y todo lo que ellos conllevaban. El advenimiento parcial de la democracia en el mundo, sin que su efecto haya sido completo, llenó la relación entre géneros, sexos, parentescos y demás de libertad. Así, pasados los siglos, sobre todo los últimos dos, se llegó a una forma de sociedad mucho más colaborativa que, por supuesto, todavía está muy distante del ideal e incluso de lo posible. Sin embargo, comparando con el pasado, ha habido progresos notables.

Los homo sapiens tienen características muy destacables, muy en particular lo que se conoce como la eusocialidad, mediante la cual algunos individuos reducen su propio potencial reproductivo a lo largo de la vida para criar la descendencia de otros y, en general, para desarrollar modelos de convivencia colaborativa. La eusocialidad está presente entre algunos insectos, como abejas, hormigas y termitas, pero caracteriza muy en particular al ser humano. Sin eusocialidad, las estructuras familiares serían de lejos más raquíticas. Claro que la eusocialidad no excluye el tradicional egoísmo genético y el predominio de los machos alfa. Una hipótesis muy difícil de comprobar sería decir que las otras especies de homínidos no tenían esta característica eusocial, lo que no les permitió construir sociedades complejas en las que fuera posible aprovechar la cooperación que corría parejas con el egoísmo de la selección natural. Es apenas una teoría. De más está decir que la eusocialidad de los humanos es objeto de fuertes polémicas que no podemos abordar aquí. Baste con decir que en la base de las familias que surgieron en muchas tribus distintas hay rasgos comunes de clara cooperación.

Ya pasando al terreno de la política, en el siglo XIX surgió la ideología comunista, que pretendía expulsar al egoísmo de las sociedades. Un siglo después, demostró ser un fracaso colosal. En otras partes del mundo se ha recurrido al egoísmo desatado, que viene con el capitalismo sin control. Este régimen, aunque no ha tenido un fracaso comparable al del comunismo, sí es muy dañino y suele generar violencia interna y externa. Existe, por fortuna, la socialdemocracia, un régimen que combina la cooperación eusocial y la competencia de formas que, al menos en Europa occidental, han traído sociedades justas al tiempo que con economías dinámicas. Por acá todavía no hemos platanizado eso. Manos a la obra.

andreshoyos@elmalpensante.com

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