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La casa tomada

Celebérrimo cuento de Julio Cortázar, el caserón fue poco a poco tomado por los fantasmas para el desconcierto y, luego, resignación de sus vivos ocupantes. Finalmente relegados a un reducido espacio, el lector mismo queda desconcertado.

Huérfano de todo talento para concebir y desarrollar una trama de suspenso, la dictadura ha asediado y atacado la sede de la Asamblea Nacional, optando ahora por una invasión calculada de sus espacios. Comienza por la toma del Salón Elíptico que está bajo su jurisdicción, toda una reminiscencia de la concepción guzmancista del inmueble, para – después –  ocupar el hemiciclo protocolar, donde aprietan las asentaderas los tales constituyentes, hacinándolo, ya que no les bastan teatros como el Municipal, el Nacional, el Teresa Carreño o el patio de  la Casa Amarilla.

El régimen se siente dueño del histórico Capitolio Federal y procede, en consecuencia. Hoy invade el protocolar, mañana lo hará con el hemiciclo de trabajo, la secretaría o cualesquiera otras dependencias, con la aceptación pasiva de los diputados que resultaron – apenas año y medio atrás – de una elecciones universales, directas y secretas.

A diferencia del cuento citado, la minoría oficialista trepa cada centímetro del Palacio Legislativo con el franco y abierto empleo de la fuerza, mediando los efectivos y las armas de fuego de la Guardia Nacional que, se supone, deben acatar la autoridad legislativa. Quizá evitando que el mundo los vea en tales afanes, a deshoras cumplen con la encomienda y, mientras tanto, van imponiendo una cohabitación inaceptable que – esta vez – desconcierta a la ciudadanía que mayoritariamente rechaza a la dictadura.

Por lo menos, en  1999, el otrora Congreso de la República hizo una mayor resistencia ante la – por entonces – Asamblea Nacional Constituyente que quiso impedir el paso de senadores y diputados a su natural lugar de trabajo, con la ayuda de un régimen que se estrenaba, pletórico de popularidad, y la violencia ejercida por los llamados Guerreros de La Vega en el centro histórico caraqueño. A los parlamentarios del presente, no nos queda otro camino que el de resistirnos y, aunque ella no es la que concede nuestra legitimidad, pudiendo sesionar en otro sitio, pública o clandestinamente, importa dejar constancia de la defensa de la sede parlamentaria, constante y sonante.

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