La carta y Saramago
La extensa, aunque poco densa epístola del defenestrado Jorge Giordani, eminencia gris del finado caudillo desde su tiempo de reclusión en Yare, ha incitado a todas las plumas y voces del país a pronunciarse.
Unos a descalificar sus tardías denuncias porque como planificador del régimen durante tantos años es corresponsable del mayor desastre económico de nuestra historia, otros, a condenarlo como traidor a la causa de la revolución. Un solo punto de la carta nadie discute: la calificación de grisáceo y carente de liderazgo que endosa al sucesor del mandón eterno.
Nos limitamos a comentar el final de la carta. Giordani cierra con una cita de José Saramago en la que invoca, no al poeta exquisito que escuchaba “…el intimo rumor que abre las rosas”, sino al obstinado comunista que se jactaba de “Mientras más viejo, más libre, mientras más libre, más radical”. Poco acertada la frase; la vida demuestra que la vaina es al revés: mientras más radical, te haces menos libre, mientras menos libre, eres más viejo y, sobre todo, más viejas tus ideas. Además el pensamiento de Giordani lucía viejo desde siempre, de un innato radicalismo utópico, como esa idea del necesario sacrificio de tres generaciones de pobres para poder engendrar finalmente el ansiado “hombre nuevo”.
Conceptualmente, de un absurdo tan anciano como las fantasías de los utopistas franceses del siglo XIX, Saint Simon, Fourier, Proudhon. Éste ultimo, seguramente admirado por el taciturno ex ministro por su conocida sentencia: “la propiedad privada es un robo”. Por cierto, un precepto ignorado por muchos de sus camaradas que ahora lo acusan de perjuro, esa gauche caviar criolla, que multiplica su propiedad privada aprovechando la desordenada administración de los dineros de la nación, algo que la sonada carta tuvo al menos el merito de denunciar.