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Joyas para la corona

No le cabe el corazón en el pecho a don Juanpa [Juan Manuel Santos, presidente de Colombia] cuando anuncia que la diadema que tiene en La Habana queda adornada con los diamantes que acaba de adquirir: Pacho Chino, Lozada, Alape y en las últimas horas esa gema preciosa que es Romaña. Con semejantes especialistas, con estos denodados combatientes, con estas maravillas que enriquecen el proceso, no puede fracasar.

Los medios de comunicación quedan extasiados y multiplican las imágenes de estos comandantes, desde luego las de sus años mozos, cuando con el fusil al hombro nos daban lecciones de altruismo. Ahora tendrán más gente a la que pasarle revista en La Habana, como que las adquisiciones totales montan a 18. Imaginen ustedes: dieciocho comandantes, todos juntos, enseñándole democracia a De La Calle y adecuado manejo de las Zonas De Reserva Campesina a Jaramillo, y a todos los plenipotenciarios de Juanpa  un tanto de economía, mucho de gobierno en las zonas apartadas del país, y por supuesto manejo pulcro de las elecciones, en plena libertad y armonía. Algo tan espléndido nunca  lo  soñamos.

Pacho Chino es un soberbio ejemplo de la democracia representativa. Lo último que de él supimos fue la valerosa acción que ejecutó en Inzá, Cauca, poniendo una bomba en el corazón del pueblo para castigar a esos infelices que no colaboraban suficientemente con la gran causa.

Alape es nada menos que el hijo predilecto de Timo y de Márquez, de cuyas hazañas tienen fresca memoria los habitantes de la Costa Atlántica. Lozada fue el que nos quiso matar, primero con un cargamento de explosivos que le capturó la Policía de Bogotá y que hubiera volado, con nosotros, una manzana entera. Como no es hombre que incumpla órdenes, organizó el segundo atentado. Pudo hacerlo con relativa comodidad, pues que el General Naranjo le prohibió al Comandante de la Policía de Bogotá que nos advirtiera del peligro, porque él mismo “se encargaría de eso”. Nos salvamos milagrosamente de la bomba de Lozada y del silencio de Naranjo, pero ambas cosas costaron la vida de nuestros inolvidables escoltas.

Queda por resaltar y exaltar el último recién llegado, nada menos que el mayor secuestrador de Colombia, el más pérfido y peligroso delincuente que recuerde el centro del país. Romaña, como los demás, está pasado de kilos y de años, buena razón para no andar en los trotes de la acción armada. Más le conviene, a sus muchos kilos, una zona donde mande tranquilo, bien custodiado por sus secuaces, provisto de riquezas y placeres, en una “zona”, donde sus voz sea toque de clarín y su voluntad ley inexorable.

Los que acaban de llegar no vienen para la mesa. No. A ellos les está asignada una de carácter técnico, en la que su ejemplar experiencia iluminará las cortas luces del General que la preside. Así que dirán cuáles son las regiones del país donde se deben hacer esas maravillosas experiencias de paz, liberadas del incómodo Ejército y la impertinente Policía. Ellos se bastan. Porque el Ejército se irá a defender la soberanía a las zonas de frontera, o se quedará juicioso, jugando fútbol en los batallones, donde no estorben. Y la Policía se mantendrá en los centros urbanos, controlando el robo de teléfonos celulares y el bullicio de los borrachos en los sitios de rumba. El resto de la Nación, ese sí, correrá por cuenta de los ilustres reinsertados.

No se crea, ni más faltaba, que en las zonas de su mando y propiedad la guerrilla asumirá costos y desarrollos. Eso va  por cuenta de los demás, es decir, del Gobierno. De modo que sin cargas de manejo, con el dinerillo del narcotráfico, que conservará mientras se convencen los campesinos de sembrar otros cultivos, más la explotación del oro, más el producto del contrabando, tendrá una vida muy placentera. Ya verá la oportunidad en que prefiera extender sus “zonas” al resto del país. Como se ha dicho, la guerrilla tiene larga memoria y comprobada paciencia.

El equipo está completo. La mesa, servida. El zarpazo, no tarda. Y los traidores en funciones.

Y todo este montaje de infamias se ha hecho en nuestra presencia. Ya teníamos advertido que habían salido de los hangares del Ejército los helicópteros que se adornarían con distintivos de la Cruz Roja. Eran los que cumplirían la humanitaria tarea de sacar los bandidos que el Ejército perseguía, como lo dijo el doctor Juan Carlos Pinzón, Ministro de Defensa, hacia Venezuela, para seguir viaje a La Habana. Y es en nombre de la paz, con las palomas y palomos al vuelo, como entregan la Patria que fue nuestra a un puñado de bandidos. Y el autor de la estratagema no alcanza  a ser hombre perverso. Es un lamentable Narciso que entrega Colombia a cambio de la corta celebridad de que gozan siempre los traidores.

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