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Intervención en Cuba

El nacimiento de la República de Cuba está vinculado inextricablemente a la intervención de los Estados Unidos de Norteamérica, en efecto, la declaración de guerra contra España el 25 de abril de 1898 puso fin a la lucha por la independencia y condujo al Tratado de París en el que, después de una apabullante derrota militar, la corona española renunció a todo derecho de soberanía sobre las islas de Cuba, Puerto Rico, Guam y Las Filipinas, que pasan al dominio norteamericano.

Los EEUU habían tratado de comprar la isla mediante varias ofertas que España rechazó, aunque en 1803 Francia vendió por una cifra irrisoria el extensísimo territorio de Luisiana, sobre el que España tenía un derecho de retroventa, ella misma vendió en 1821 a La Florida y Rusia en 1867 vendió Alaska; pero en el caso de Cuba declararon que gastarían hasta la última peseta y derramarían hasta la última gota de sangre en defensa de su territorio.

De hecho, ya se había librado una “guerra grande” de 1868 a 1878 y otra “chiquita” de 1879 a 1880, más esta “guerra necesaria” desde 1895, en la que habían abatido a los líderes José Martí y Antonio Maceo, concentrando más de doscientos mil soldados en la isla, la mayor movilización de tropas jamás realizada hacia este continente.

La ocupación norteamericana duró desde 1898 a 1902, en el ínterin se promulgó la primera constitución cubana, en 1901, a la que se añadió la Enmienda Platt, que establecía, entre otras cosas, lo siguiente.

“Artículo 3.- Que el gobierno de Cuba consiente que los EEUU pueden ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la independencia cubana, el mantenimiento de un gobierno adecuado para la protección de vidas, propiedad y libertad individual y para cumplir las obligaciones que, con respecto a Cuba, han sido impuestas a los EEUU por el Tratado de Paris y que deben ahora ser asumidas y cumplidas por el gobierno de Cuba.”

Este derecho de intervención fue ejercido casi de inmediato por solicitud del primer presidente de Cuba, Tomás Estrada Palma, que apenas concluido su período constitucional de 1902 a 1906 y pretender la reelección, debió afrontar el levantamiento de sus adversarios políticos, por lo que apeló a esta suerte de ultima ratio que resultó ser prima ratio.

El presidente republicano de entonces, Teddy Roosevelt, atendió la solicitud y procedió a la intervención en octubre del mismo año. Conocía personalmente la isla porque participó en la guerra contra España con su Regimiento de Caballería de Voluntarios, los Rough Riders, que le dieron una fama legendaria. También estableció, en 1903, la base naval de Guantánamo. El interventor que designó, William H. Taft, sería su sucesor como presidente de los EEUU para el período de 1909 a 1913.

Esta segunda intervención se prolongó de 1906 a 1909, cuando fue electo el segundo presidente constitucional de Cuba, José Miguel Gómez, quien participó en todas las guerras previas a la independencia, fue miembro de la asamblea constituyente que redactó la constitución de 1901, impuso una etapa de relativa estabilidad que va desde su renuncia en 1913 hasta el régimen de Gerardo Machado que cae en 1933 para no recuperarse nunca más, iniciándose la era de los golpes de estado de Fulgencio Batista.

Los EEUU observan la inestabilidad en la isla, entradas y salidas de gobiernos efímeros, sin pensar siquiera en intervenir, incluso la Enmienda Platt fue abrogada en mayo de 1934 sin que nadie la defendiera. El árbitro de la política cubana, Fulgencio Batista, llegó al gobierno bien por elecciones en 1940 o por golpe de estado en 1952 sin ninguna reacción aparente, ni siquiera durante la llamada revolución cubana que lo derrocó en enero de 1959.

Sólo durante la crisis de los cohetes de octubre de 1962 los EEUU vuelven a movilizar su flota para aplicarle un bloqueo a Cuba hasta que la Unión Soviética desmantelara la instalación de misiles nucleares en la isla; se retiran en diciembre, pero hasta el sol de hoy “el bloqueo” imaginario sobrevive en la propaganda castrista.

Desde entonces existe el mito de un supuesto pacto con la URSS mediante el cual ésta habría retirado los cohetes nucleares de Cuba con la condición, entre otras, de que los EEUU se comprometieran a no intervenir en la isla.

Además de no existir evidencia alguna del supuesto acuerdo, que no ha sido reconocido por ninguna de las partes, nadie podría invocarlo porque la URSS desapareció y la República Federativa de Rusia nunca se ha subrogado en los derechos y obligaciones de la extinta Unión Soviética. El régimen de Castro, por su parte, no suscribió convenio alguno, porque hasta el último momento se opuso furiosamente al retiro de los cohetes.

Por lo tanto, desaparecido Castro I, en vísperas de desaparecer Castro II y siendo algo  improbable que pueda entronizarse un Castro III en el Estado Patrimonial que ha sido Cuba en los últimos 60 años, es harto previsible que vuelva a sumergirse en la inestabilidad que la caracterizó a todo lo largo de su brevísima historia republicana.

Cierto que los Castro impusieron una espuria constitución comunista (si es que puede existir tal cosa), en la que se consagra al partido comunista como “único”, la fuerza política dirigente superior de la sociedad y del estado, asimismo a la “lucha armada” como último recurso contra quien trate de modificar el sistema político y económico allí establecido, de manera que no haya posibilidad alguna de una transición pacífica hacia un régimen liberal democrático de estilo occidental.

No obstante, dicen los politólogos que “los hechos son tercos” y existen en Cuba una miríada de partidos políticos pendientes del reconocimiento formal, el partido comunista no se dirige ni siquiera a sí mismo, con numerosas facciones irreconciliables asechándose mutuamente, así como las llamadas organizaciones de masas que le sirven de correas de transmisión pero cuyo único factor de unificación era la figura del comandante en jefe.

Desde dentro, son demasiados los que están ansiosos de introducir reformas en el sistema, que son urgentes e inevitables, sin subestimar a quienes preferirían echar esa chatarra a un lado como lo que es, una antigualla de la guerra fría.

Desde fuera, la oposición reclama su espacio, desde los que proponen una cohabitación con el neocastrismo, en una solución tipo Birmania u otra modalidad centro europea, hasta los más radicales que no aceptan menos que la proscripción del partido comunista y la rendición de cuentas de los responsables de sesenta años de ignominia.

En estas circunstancias es muchísimo más plausible promover una intervención en Cuba que en cualquiera de los países que han caído bajo su esfera de influencia, porque esto último sería como irse por las ramas dejando intacta la raíz de los males.

Allí se puede controlar la situación con muchísimos menos costos materiales y humanos, además de que atacando a la metrópolis se ayuda a la causa de la independencia de las colonias castristas como Nicaragua, Venezuela, Bolivia y el resto de países que sufren el embate de la desestabilización que tiene su epicentro en La Habana.

En conclusión, en vista de la falta absoluta de consenso para instrumentar una inviable intervención en Venezuela, todos los esfuerzos deben orientarse a promover la mucha más pertinente y eficaz intervención en Cuba, que tiene más asidero histórico, político, social, económico y contaría con el apoyo de la mayoría de los cubanos, dentro y fuera de la isla.

Cuba fue el último país en independizarse de España, por una rara ironía de la Historia, la libertad de Cuba sería el inicio de la liberación del resto de América.

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