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Instinto de conservación

El instinto de conservación y el miedo han evitado más guerras que el amor al enemigo. Hasta ahora no hubo tercera guerra mundial porque las potencias rivales con más bombas atómicas prefieren pactar que aniquilarse mutuamente. Jesús en el Evangelio pone el ejemplo de un general sensato que al enterarse de que el enemigo tiene más fuerza que él, manda negociar. Venezuela hoy necesita en todas sus instancias activar el instinto de conservación tan maltratado en estos años. Instinto que no llega al amor al enemigo, pero sí a su reconocimiento y al pacto con él. Luego de siglos de matanzas se acabaron las guerras y los conflictos sociales a muerte entre los países europeos, gracias a que prevaleció un instinto inteligente, mejor informado y con visión; por ejemplo, a los empresarios no les podrá ir bien sobre la desgracia de los trabajadores y viceversa. Invertir en el bienestar de todos es mejor que tratar de prosperar uno quitándole al otro y alimentando el malestar, el conflicto y la guerra. Hace 7 décadas Francia y Alemania entendieron que lo mejor para uno era otra guerra para aniquilar al otro. Luego de un siglo de gastar miles de millones en ejércitos enfrentados y tres guerras espantosas            (Franco-Prusiana, 1ª y 2ª guerras mundiales), el instinto de conservación les llevó a la conclusión de que el bien del uno pasaba por el bien y la prosperidad del otro y su reconocimiento: no más economía para ejércitos enfrentados, ni fronteras, ni fortalezas artilladas, sino para el paso libre y cooperación.

El primer capitalismo fue salvaje y de terrible explotación, luego el instinto de conservación más inteligente llevó a una visión de bien común que incluye como complementarios a los factores sociales y productivos ayer totalmente contrapuestos. Hasta los partidos de origen marxista, como la socialdemocracia alemana, se convencieron de que el capital y el trabajo se necesitan y se pertenecen mutuamente, y que la destrucción del otro es un disparate suicida.

Instinto de conservación frente al de destrucción. Lamentablemente Venezuela es uno de los últimos países donde desde el poder “revolucionario” se deliró con la idea de que la felicidad de los trabajadores y de los pobres pasa por la eliminación de la empresa privada. Se invirtieron muchos millardos de dólares con propaganda masiva para activar instintos de agresión, resentimiento y odio. Con el voto multitudinario reciente la sociedad frenó al borde del precipicio. El bien duradero de más de 10 millones de trabajadores requiere más de 100.000 empresarios exitosos, lo que es imposible sin mutua valoración, potenciación y elevación productiva. Venezuela necesita nuevos empresarios inteligentes y visionarios que apoyan el éxito, dignidad y vida de los millones de trabajadores. Aunque no sea por amor mutuo, al menos por instinto de conservación dotado de inteligencia.

También la derrotada “revolución” necesita activar su instinto de conservación con cambio a fondo para sobrevivir. Las causas del cambio siguen siendo justas como en 1998 y las aspiraciones de los pobres irrenunciables; pero imposibles sin la contribución decidida del conjunto de la sociedad. La MUD post 6D debe activar al máximo la sensatez, para el éxito en la reconstrucción, con reconocimiento e identificación con las aspiraciones y necesidades concretas de la mayoría. El instinto de conservación se requiere para preservar y fortalecer la unidad y evitar – por ejemplo – las lamentables e inoportunas frases públicas contra la “salida” de 2014; así como parecen inoportunas las campañas y presiones externas para aupar la elección de determinado presidente de la nueva AN, cuando convenía que fuera fruto maduro, sereno y consensuado, hasta cierto punto. Una consulta médica delicada no se decide por las pancartas de presión en la calle.

El país está maltrecho en todas sus dimensiones como si hubiéramos pasado una terrible guerra.

Restaurar el instinto de conservación y sentido común nacional significa un cambio radical. Como cristianos sabemos que el amor al prójimo es la clave del reconocimiento y de la convivencia constructiva, pero -como enseña el catecismo católico- si no lo hacemos por amor a Dios, hagámoslo “por temor al infierno”. No veo el idílico amor universal en esta Venezuela intoxicada por el odio, pero el amor puede ser ayudado por el “temor al infierno” del desastre y la imposibilidad de reconstruir.

Necesitamos una economía fuerte, con millones de iniciativas, creatividad y mercado…, junto con eficaz solidaridad social y honestidad pública que buscan oportunidades de trabajo y éxito para todos, con educación, salud, seguridad ciudadana, seguridad social, espíritu de reconocimiento mutuo sembrado por todos los medios.

Un reto hermoso. La sociedad excluirá del poder a quienes se aferren a la siembra del odio y de la exclusión, sean los actuales o los “nuevos” antiguos. Nos necesitamos renovados, capaces de reconocer e incluir al otro, aunque sea por temor a nuestro infierno social nacional.

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