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¿Inepto o alcahuete?

Mucho podría decirse respecto del mayor escándalo registrado por el discurrir político venezolano en su vida republicana, condición esta que comenzó a forjarse el 5 de Julio de 1811. El referido caos causado por la sustracción de cuantiosos recursos de la industria petrolera nacional y de otras instituciones del Estado venezolano, detenta un orden de magnitud contable que supera cualquier razonamiento humano o cálculo virtual. De ahí que resulta difícil figurárselo.

O quizás es poco lo que del susodicho problema pudiera aludirse, dado el exagerado secretismo con el cual el régimen político ha gobernado a Venezuela desde Enero de 1999. Sin embargo, el problema no sólo ha puesto de relieve el torpe manejo de la administración y finanzas del Estado venezolano. Tanto como de sectores estratégicos de la economía nacional.

De hecho, el estallido de la inmensa defraudación sobrellevada por el (des)gobierno socialista y revolucionario a nivel de empresas estratégicas del Estado venezolano, resonó estruendosamente. Incluso, comprometió los límites que establece la geopolítica en la relación  de Venezuela con el resto del mundo.

Sin embargo, la crisis de acumulación y de dominio que padece Venezuela no se declaró por la causa que recién acaba de reventar. La crisis que sufre el país, viene cavando la fosa donde habrá de sepultarse el ejercicio de la política desplegada desde la misma presunción de formalizar la primera República en 1811.

La historia como recurso descriptivo

El ejercicio de la política ostentado desde entonces,  ha demostrado tanta  improvisación, que hizo del país un encorchado de retazos que ni siquiera pudieron hilarse entre sí. De manera que los problemas se entrecruzaron o solaparon. Al extremo, que lejos de afinarse posibles soluciones que condujeran a un sistema político que respondiera a objetivos trazados con alguna antelación, el país comenzó a enredarse por culpa de intrigas, corrupciones y conspiraciones por el sólo anhelo de  valerse de funciones de gobierno apegadas al poder en sus más tangibles manifestaciones para entonces enriquecerse de forma rápida. Pero desvergonzada.

Y con esos traumas inspirados por traiciones, extorsiones, soborno, chantajes o vicios de toda clase, Venezuela fue avanzando en edad cronológica. Su crecimiento estuvo divorciado de cualquier concepto y praxis de desarrollo. Siempre evidenció dejarse llevar por manipulaciones de un militarismo autocrático. O por una violencia sarcástica. Por una displicencia disfrazada de acuerdo a lo que las circunstancias incitaban o consentían. 

Así se llegó al siglo XX con los mismos problemas del período decimonónico. Aunque asomado con nuevas narrativas de las cuales se sirvió la historiografía para proyectar un pretérito cuyo acomodo permitió la incursión de algunos esfuerzos que rindieran modestos frutos que fueron aludidos como símbolos o referentes de madurez política, social y económica. Por ejemplo, en materia educativa, organizacional, empresarial, comunicacional, médica, particularmente, ciertamente el país logró ciertos avances. Pero los mismos no se sembraron como se esperaba.

No obstante, aquellas pocas reivindicaciones alcanzadas, al carecer de bases compenetradas con propuestas de desarrollo pautadas para el devenir del siglo XXI, fenecieron por causa del militarismo tramado desde una función pública débilmente concebida y enmarañada por encadenamientos atados a intereses populistas que han buscado en el poder político el camino que conduce al ascenso social sin los méritos necesarios. La Constitución sancionada en Diciembre de 1999, sirvió para afianzar el centralismo que tanto  quebranto funcional había causado en anteriores momentos de crisis políticas.

A manera de conclusión

Venezuela comenzó a desaforarse al extraviar la ruta del desarrollo indicada por estudiosos y académicos. Además, expuestas por propuestas de desarrollo examinadas y experimentadas por países que se adelantaron al tiempo venezolano. Venezuela desestimó haber seguido sus ejemplos. Pues pudieron haber servido de modelo en importantes materias.

Entrado al siglo XXI, la democracia, aunque precaria y hasta cuestionada en su funcionamiento, pero con un futuro promisor, se vio descompensada por el efecto de un esquema sociopolítico y socioeconómico caótico. Dicho patrón, ajustó sus criterios operativos a una propensión de realidad la cual priorizaba el enriquecimiento fácil. Así como el hecho de igualar social y académicamente con base en niveles subestimados.

La Venezuela que quiso sustentarse política, económica y socialmente en la democracia que con sumo esfuerzo se intentó cimentar, se perdió.

El país, comenzó a soportar el hedor causado por actitudes inescrupulosas de politiqueros de oficio, funcionarios de pacotilla, legisladores ignorantes, policías avarientos, militares abusivos, sicarios encubiertos y operadores políticos embaucadores. En conjunto, primó la represión  y coerción como tácticas violentas que restringieron libertades, derechos y garantías.

Exactamente, así fue el escenario que favoreció la incursión de personajes  de la politiquería quienes se aprovecharon del poder político que le brindaba sus altos cargos desde donde expoliaron, hasta lo posible, la Hacienda Pública. Para lograrlo, se valieron de hábiles mecanismos de sustracción que urdieron actos de rapiña en perjuicio del fisco nacional con premeditación y alevosía. Aparte que sus acciones, desarticularían gruesas componendas y tramoyas que actúan desde la oscuridad interna del alto gobierno nacional. Por supuesto, a favor de las ambiciones y extraños proyectos políticos de los acusados.

Cabe entonces preguntar ¿si acaso lo que hoy resiste esta Venezuela flagelada por corruptos, delincuentes de cuello rojo y abusadores enchufados groseramente al poder, podría ser bandera de lucha para recuperar al país de la perversión ejercida por quienes comulgan los mismos intereses de quienes son acusados de corrupción? ¿O es que deberá congeniar y cohabitar con corruptos que lucen por todos lados?

Más aún, este caos, producto de un régimen político que basa su doctrina en el falaz cuento del “socialismo del siglo XXI” o de la “revolución pacífica pero armada”, ¿conseguirá solucionarse insistiendo en la manipulación seguida en tantos años de ejercicio político? En medio de todo esto, vale desentrañar (de cara a la crisis que hoy sacude a Venezuela), si el régimen político venezolano, basado en la impudicia y desvergüenza que lo ha caracterizado, ha actuado como ¿inepto o alcahuete?

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