Hora de definirse
Con infames tiros de gracia fueron rematados siete policías por miembros del frente 58 de las Farc e integrantes de la banda criminal ‘los Urabeños’ luego de que el vehículo en el que se transportaban fuera atacado con cilindros bomba en Montelíbano (Córdoba) el pasado martes.
Se trata de dos organizaciones que de un tiempo para acá decidieron unir esfuerzos en esta región limítrofe entre Córdoba y Antioquia para así, hombro a hombro, aumentar las ganancias que les dejan diversas actividades ilegales, sobre todo el narcotráfico, y, de paso, hacerle frente a la Fuerza Pública, que desde mayo intenta retomar el control del orden público en una zona que es el quinto punto de mayor concentración de cultivos ilícitos del país, y disputado corredor que la mafia utiliza para el tráfico de cocaína por el golfo de Urabá.
El triste episodio, además del lógico repudio que genera contra sus autores, desprovistos de cualquier sentido de humanidad, deja un interrogante cuya respuesta está estrechamente ligada al desarrollo de las negociaciones de paz en La Habana. Este apunta a las razones de la evidente distancia entre la narrativa que han construido los integrantes de las Farc en la mesa de diálogo sobre el lugar del narcotráfico en el funcionamiento de su organización y lo que ataques como este ponen en evidencia acerca de la realidad de su relación con la producción y venta de drogas ilícitas.
Y es que mucho va de una agrupación que se ha visto obligada a cobrar tributos a quienes se dedican a la siembra de coca en los territorios de su influencia –términos que tantas veces sus comandantes han impuesto en su relación con este negocio– a establecer alianzas con bandas mafiosas con el fin de obtener una tajada mucho más grande del pastel de las ganancias. Esta sociedad criminal bien merece el calificativo de “engendro perverso”, que utilizó el director de la Policía, general Rodolfo Palomino, y cuyos campos de acción se extienden a la extorsión y la minería ilegal, como se ha podido constatar en Córdoba, pero también en el Catatumbo y el suroccidente del país, entre otras regiones, en las que, así mismo, se han registrado tales pactos, que aumentan las ganancias de guerrilla y bandas mientras disminuye dramáticamente la tranquilidad de la gente.
Así, pues, bien harían los voceros de la guerrilla en sentar una posición frente al rumbo que han tomado las actividades del frente 58. Y aquí no son muchos los caminos: o las condenan y muestran propósito de enmienda, o se desmarcan de una vez de esta y otras células de la organización que también han demostrado tener como prioridad la extracción de rentas antes que la revolución. Algo que, como ya se ha advertido desde estos renglones, será inevitable en el desarrollo del proceso de paz.
Es necesario lo anterior porque la persistencia de la contradicción que percibe la opinión entre lo plasmado en el texto del acuerdo sobre la solución del problema de las drogas ilícitas –haciendo la salvedad de que este solo entrará en vigencia cuando haya acuerdo sobre los cinco restantes– y el accionar de dicha célula de las Farc está destinada a convertirse en obstáculo para el avance del proceso de paz.
Le corresponde entonces a esta guerrilla dejar atrás las ambigüedades y vacilaciones que han caracterizado su postura sobre el narcotráfico. Debe saber que no es ni conveniente ni aceptable que sus actos vayan en dirección contraria a la de sus palabras en la mesa.
(Editorial)