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¿Hombre-tropa?

La discusión sobre el espinoso tema de los logros del chavismo con un fervoroso adepto a la Revolución, nos conduce inexorable hacia uno de los pivotes de la propaganda oficial: la gestión en educación. “No me pueden negar que este gobierno ha masificado la educación. Se han construido más de 40 universidades y la matrícula aumentó en forma sustancial”. En efecto, si algo ha sido prioridad para el chavismo es la inversión de ingentes recursos en el lanzamiento de Misiones, numerosos programas educativos y universidades donde se forma el “Hombre Nuevo”, garantía de perpetuación del Socialismo del SXXI. La “nueva” masificación de la educación en Venezuela (realmente, este proceso comienza a consolidarse en 1958, tras la instauración de la democracia) buscó traducirse en ruidosas cifras –hoy se habla de 2,7 millones de universitarios- destinadas a impactar a los organismos internacionales, a quienes no ha quedado más camino que reconocerlas como reflejo de los “aciertos” del Gobierno. En 2014, UNESCO ubicaba a nuestro país (mismo donde los docentes lidian con el salario más bajo de Latinoamérica, según cifras de FAPUV; donde la falta de presupuesto asfixia la investigación o las escuelas básicas acusan techos rotos) en el 5to puesto en el mundo y el 2do en el continente por el tamaño de su matrícula universitaria.

En este terreno, pareciera que la masificación, entendida como el intento democrático de hacer que el aparato educativo garantice amplia inclusión e igualdad de oportunidades a la mayor cantidad de gente, con el fin de desarrollar aptitudes y formar ciudadanos productivos y con conciencia individual, luce de hecho como un útil avío para el desarrollo integral de una nación: “Son los hombres formados adecuadamente los que generan riqueza y desarrollo”, insistía el maestro Prieto Figueroa. Pero el caso venezolano plantea no sólo el axiomático dilema de la caótica cantidad atentando contra la calidad y la excelencia, sino hasta qué punto esa interesada masificación redunda en la pérdida de atributos particulares de la cultura política de un país; cómo la homogenización ideológica contenida en el moldeado de ese “Hombre nuevo” compromete la libertad individual y desdibuja ese singular ejercicio del sujeto político, la ciudadanía democrática que se pervierte en la idea de la “masa”. Bajo los cánones de cierto populismo obcecado con la idea de cambiar la historia –para lo cual, precisa de la unificación del pensamiento de sus legiones- es intolerable la existencia y participación activa de un ciudadano capaz de una verdadera construcción colectiva. Por ello, urge disciplinarlo.

Aun cuando alude al fenómeno propio de una época signada por la estabilidad política, la seguridad económica, la comodidad y el orden público, resulta indispensable la preciosa advertencia que en su libro, “La rebelión de las Masas”, Ortega y Gasset hace respecto a la tendencia de la sociedad moderna hacia la homogenización cultural, y su incidencia en la anulación de lo diverso y aceptación tácita del prototipo “Hombre-masa”. Como noción que en nada remite a la de clase social, se refería el filósofo español a alguien totalmente des- individualizado y prescindible, un sujeto sin nombre e identidad particular inserto en la tribu: “Masa es “el hombre medio”. De este modo se convierte lo que era meramente cantidad –la muchedumbre- en una determinación cualitativa: es la cualidad común, es lo mostrenco social, es el hombre en cuanto no se diferencia de otros hombres, sino que se repite en sí un tipo genérico”. ¿No es un poco ese “Hombre nuevo” (quien todo recibe, quien todo lo merece a cambio de lealtad) un intento de aniquilar la individualidad a partir de la todopoderosa intervención del Estado, para que en su lugar advenga la lógica del “espíritu colectivo”, la del “Hombre tropa”; una lógica que responde, en fin, al Poder?

“Nos acusan de querer adoctrinar, cuando lo cierto es que desde las escuelas cumplimos con la necesaria socialización política de las nuevas generaciones para evitar las anomias sociales que hoy padecemos”, alegaba en 2006 Aristóbulo Istúriz. Pero en 2004, en los “10 grandes objetivos estratégicos” que orientarían la Nueva Etapa de la Revolución, ya el propio Chávez, hablaba de “ir conformando sólidamente” a ese Hombre Nuevo en “su estructura mental, ideológica; su estructura espiritual, moral”. No se refería, claro está, a un hombre que “esgrima su unicidad  en la diversidad”, como apunta Asdrúbal Aguiar, sino a la fragua de una conciencia “adquirida” que atiende al credo de la revolución y que se forma “aprendiendo del colectivo, aprendiendo del pueblo”. El logro de “una sociedad justa, de iguales” (unos más iguales que otros, por lo visto) parece más bien anclarse en la necesidad de diliuir, a través de la educación, las disonancias propias de la “elitización” para evitar el cuestionamiento del statu quo… Al final, ¿no flota allí un claro vaho de adoctrinamiento?

El hombre-tropa, sin duda, guardará silencio.

@Mibelis

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