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¿Hay o no hay salida?

Hay preguntas que se hacen sin esperar una respuesta específica. Se formulan como un recurso del lenguaje que de pronto pretenden suscitar alguna reflexión, quedar así como en el aire, sin necesidad de una contestación satisfactoria. A ese tipo de preguntas se les suele llamar “preguntas retóricas”. En consecuencia, en lo que me concierne, la pregunta que sirve de título a estas líneas no tiene absolutamente nada de retórica. No busca adentrarse en las miasmas de la inutilidad, ni provocar algún ejercicio de dibujo libre, ni quedar, en definitiva, como una pregunta que no acepta respuestas claras. Todo lo contrario.

Es una pregunta que puede contestarse negativamente o afirmativamente. Los términos supuestamente medios, quedan en el lado negativo. Para responderla como debe ser, empecemos por el final. Por la salida. ¿Qué significa la palabra “salida” en esta pregunta? Significa que sea superada la hegemonía despótica y depredadora que destruye sin piedad a la nación venezolana, y a todas sus más importantes expresiones: la república, la democracia, el estado, la economía productiva, el desarrollo petrolero y, desde luego, su propia población nacional. Salida, también significa que la superación de la hegemonía se lleve adelante conforme a la Constitución que, en el caso de la formalmente vigente desde 1999, establece una gran amplitud de mecanismos para impulsar cambios políticos que se encaminen hacia la reivindicación de la democracia.

¿Es esto posible o es imposible? Los jerarcas de la hegemonía plantean que es imposible. Sus aliados externos e internos, también. Unos lo dicen por la calle del medio, y otros escondidos por las aceras –sobre todo, los internos. Lo plantean, y algunos lo vociferan, no tanto porque estén convencidos de ello, sino porque están deseosos de que sea así. Han abusado tanto del poder –para expresarlo casi con ligereza—que están persuadidos que no tienen alternativa. La boli-plutocracia que han generado no está especialmente “inspirada” en la política sino dedicada a los negocios ilícitos, pero saben que éstos son inseparables de aquélla. El conjunto de los carteles de la hegemonía, por tanto, mueve todos sus tentáculos, dentro y fuera de Venezuela, para evitar que haya una salida. Hasta ahora lo han logrado, a costa de una crisis humanitaria, de la obliteración de los derechos humanos, de centenares de asesinados por motivos políticos; a costa, en suma, de sacrificar a todo un país para que el referido grupo de carteles mantenga el control de los menguados recursos y una impunidad discrecional.

Estos hechos, envueltos en una propaganda avasallante, explican la emigración masiva de venezolanos, en particular de jóvenes. De varios modos, se trata de una respuesta negativa a la pregunta inicial. Gran parte de los emigrados considera que no hay salida, por eso se van del país, incluso con lo que tienen puesto. Se van porque Venezuela ha sido transmutada en una nación incompatible con una vida humana y digna. No los juzgo ni mucho menos los condeno. Pero no se puede aceptar que se trate, ya, de una respuesta definitiva.

Entonces, ¿hay o no hay salida? Sí la hay. Una perspectiva alentadora en este sentido es que la hegemonía ya no puede disfrazar su despotismo depredador. A veces lo intenta, pero no puede. Ello tiene un efecto con respecto al campo de la oposición política, real o potencial. Frente al poder establecido, lo constitucional y democrático es ser radical. Lo demás ya no cabe en la dinámica de la lucha para superar la tragedia que padece Venezuela, a pesar de los disimulos correspondientes.  ¿Esa salida es inexorable? No, no es así. No vendrá por inercia. No será consecuencia de quién sabe qué teoría de ciclos históricos… Hay que hacerla realidad. Es posible hacerla realidad. Y hay que querer hacerla realidad.

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