Guardianes de la Palabra
Por su vital impacto, vale la pena reincidir, caer redondamente una y otra vez en el tema del uso y maltrato del lenguaje. Las circunstancias obligan a repensarnos, a reapropiarnos de la lengua -ese sistema cambiante de signos, según Saussure, que nos brinda íntimo refugio de identidad como sociedad- para escapar del marasmo sufrido en estas lides. ¿Cómo aspirar siquiera a ser “país potencia” si la poda agresiva del idioma causada por su desconocimiento compromete cada día las posibilidades más básicas de pensamiento? ¿Cómo prever progreso en medio de la restricción intelectual impuesta por la desestimación de todo referente de civilidad? No en balde el poeta Pedro Salinas decía que quien no conoce su lengua “vive pobremente; vive a medias, aún menos”. Asimismo, Teódulo López Meléndez apunta que el empobrecimiento del lenguaje “desarticula el pensamiento, sin él no hay ideas y sin ideas es imposible cualquier vía de escape de la realidad mortificante que atosiga a un cuerpo social”.
Pero la función del hombre -sugiere Octavio Paz- es justamente revalorizar las palabras, luchar contra su deterioro: por eso frente a esa palmaria agonía (seña que trota en paralelo con la corrupción del entorno social) muchos notables académicos en Venezuela se han abocado a conjurar la ruina. Su obra más meritoria, sin embargo, reside en el afán por formar avezadas legiones de “Guardianes de la palabra”, no sólo comprometidas con el buen decir, sino alertadas contra lo que Irene Lozano llama “El saqueo de la imaginación”: la inestabilidad léxica, la confusión semántica como rastro del proceso de desplazamiento y vaciado de significados al cual el Poder ha sometido al lenguaje. Entre esos maestros, sin duda, ocupa puesto singular Alexis Márquez Rodríguez, a quien despedimos por estos días con hondísima congoja, muy a pesar de la alegría que él mismo encomendó para tales trámites. Profesor de lujo de nuestros días en la UCV, luego de 36 años de docencia reservó para su jubilación la selección de su última promoción de estudiantes, a quienes también –como muchos antes que nosotros- marcó con indeleble impronta. Escritor, abogado, ensayista, columnista, docente, mítico habitante de la curul “Z” en la Academia Venezolana de la Lengua e ilustrado “hijo de herrero”: alentador reto fue convivir con esa criatura poderosa y noble, pródiga en saberes. Su infaltable café, su reputación, sus guayaberas blancas, su bastón, la voz áspera que hacía visibles los arcanos de lo Real-Maravilloso, los ecos de Carpentier; su sonrisa generosa de patriarca, la mirada sobre los lentes prometiendo incrustarse en los verdes recodos de nuestros escritos; sus “¡Buenos y santos días tengan vuesas mercedes!”. Asistíamos así a una privilegiada revelación, aunque tal vez entonces no lo advertíamos.
“Alexis Márquez Rodríguez dejó una fortuna. Somos afortunados por haberlo tenido”, alega con dulces certezas mi amiga de esos años ucevistas, Mari Montes, diligente dupla del profe en la versión radial de “Con la lengua”. Movido siempre por el desvelo de orientar sobre el deterioro lingüístico, “nunca desde el sentido purista sino como una forma de comprender fenómenos» -acota Francisco Javier Pérez, presidente de la Academia Venezolana de la Lengua- Alexis Márquez no dudó en apuntar al emperador desnudo, cuando por el “disparate” implícito en el lenguaje político de estos tiempos hacía cargos a la ignorancia y al uso de expresiones sin ningún sentido en el contexto. Y es que “sin el lenguaje no habría política”. Herido por el maltrato que sufría el idioma tras cada alocución oficial y sin prescindir jamás de su papel de pedagogo, criticó la equívoca moda de la duplicación de palabras, el mal empleo de los géneros, que tachó de “necedad”; la tendencia no a emplear el eufemismo, sino a recurrir a él como vía para “tapar la realidad, de mostrarla distinta a lo que en verdad es.” Al referirse al discurso político de Chávez opinaba que este “ha roto todos los esquemas y parámetros de lo que debe ser un lenguaje presidencial. Por primera vez (…) el discurso presidencial recurre a la vulgaridad, la chabacanería, la insolencia y la procacidad, todo ello en gran medida y como rasgo predominante y característico.”
Su pensamiento valiente, útil, fecundo e iluminador, en fin, no se limitó al aula de clase, sino que tuvo a bien esparcirse, danzar, replicarse, ajustarse a la urgencia de los tiempos, atento a la peste que aún amenaza con quebrantar el idioma. En misma medida, la herencia de Alexis Márquez está destinada a multiplicarse: en tierra queda plantada esta porfiada legión, dispuesta a defenderse con sensata y tersa prosa, con puntual poesía, con retórica colmada de buen criterio, con ideas que prometen ser volutas plenas de hermosa existencia, tal como nos enseñó. “Lo llevaremos en el corazón, en cada frase con sentido y compromiso”, presagia Mari. Sí: seguiremos invocándolo a través de las palabras que nos legó, para preservarlo por siempre del inmerecido olvido.
@Mibelis
Hace más de diez años, luego de una de sus amenas charlas, coincidimos a la salida, y le dije que había leído hacía poco que sus alumnos le llamaban «Care’piña» (por las marcas en su cara del acné de su adolescencia), y él -divirtiéndose- me respondió: «también me llaman «Care’coñazo».- A diferencia de otro nativo de Sabaneta, AMR sí deja un legado positivo, útil, del que todos podemos sacar provecho.