Gobernar “al absurdo”
No siempre gobernar implica el poder de hacer leyes. O el poder para ejecutar cuanta idea pueda alcanzar un mayor espacio político. Gobernar, no es nada fácil. Y todo lo complica, la pretensión de actuar sin medida ni compostura. Es decir, abusando del poder. O valiéndose de las debilidades del gobernado.
El ejercicio de la política, no puede prescindir de la teoría política. Del análisis que compromete la organización, coordinación, planificación y evaluación de la administración y gerencia pública. Pero de ahí a elaborar y tomar decisiones seducidas por ideologías políticas que no terminan de adaptarse a realidades críticas, es un enorme riesgo que conduce a fraguar crisis de toda índole.
El ejercicio de gobierno, generalmente, tiende repetidamente a confundir los escenarios a los que han de destinarse las disposiciones, medidas y dictámenes establecidos. Es cuando los resultados no coinciden con las formulaciones en principio suscritas o prometidas a instancia de los discursos electorales.
Además, las propuestas no suelen revisarse con el rigor que exige la responsabilidad. Menos aún, desde la perspectiva que obliga el debido análisis. Las excusas siempre asoman razones que justifican la improvisación o la ausencia del correspondiente estudio.
¿Dónde radica el problema?
Es ahí cuando los gobiernos comienzan a enredarse en las oquedades, brechas o cavidades creadas por el inmediatismo agorero que los mismos programas de gobierno generan. Particularmente, por la improvisación asumida como práctica administrativa de gobierno. Sobre todo, cuando, el proselitismo abusivamente se convierte en criterio gubernamental. O sea, cuando el afán de asumir el poder estira el límite que la teoría política demarca entre el proceso electoral y el tiempo de gobernar apegado a los deberes y obligaciones que pauta toda Constitución Política que se precie de su significación.
Ahí comienza a suscitarse una estructura de gobierno cuya dinámica administrativa enmaraña cualquier situación que comprometa la gestión de gobierno en cuanto a lo que demanda el debido ejercicio de gobierno.
El caso Argentina
Esta quizás sirva como explicación al problema que padece Argentina toda vez que el debut del gobierno que recientemente arribó al poder, indistintamente de la ideología que políticamente lo moviliza, haya entrado en una fase de confundidas o erradas decisiones.
Pareciera que el pensamiento y la palabra se ven acechados por impedimentos que hablan de un gobierno del absurdo. Y no porque quiera juzgarse al Ejecutivo Nacional por intenciones declaradas. De haber sido ese el problema, la corriente ganadora habría quedado rezagada en las elecciones presidenciales del 10 de diciembre de 2023.
Cabrá mostrarse de acuerdo a los hechos, equivocar alguna decisión en el transcurso de tan escaso tiempo de mandato, una actividad en la cual no se tiene experiencia. Y aun teniéndola, el error igual puede cometerse. El problema se suscita al no reconocer la equivocación cometida.
¿Podría reducirse la brecha?
En el caso de Argentina, dada lo profuso de los problemas que vinieron acumulándose sin que la población se percatara, o porque fueron encubiertos a solicitud de gobiernos de “doble faz”, vale pensar en la tregua pautada como condición política. De esa manera, y a fin de minimizar diferencias o desencajes, podría permitirse un tiempo razonado y acordado en medio del angustiante, preocupante y envolvente desencuentro.
Al mismo tiempo, cabrían medidas que apacigüen necesidades que vinieron sumándose bajo la gestión solapada de gestiones de gobiernos populistas y demagógicos.
No es fácil inducir la confianza necesaria que pueda contener la inmensa cantidad de problemas que pudieron juntarse durante anteriores gestiones públicas.
Pero un gobierno de ecuanimidad en su ejercicio, podría intentarlo. Aunque entre el dicho y el hecho, pueda existir un largo trecho. Aún así, es posible animar la disposición política de los sectores más afectados, que seguramente serían los más comprensivos. Para eso, sólo se requiere una capacidad de gobierno que apueste a vencer las trabas propias que suelen surgir de los procesos de gobernanza.
Dificultades de gobernar
Gobernar no es fácil. Para nadie. Ni porque presuma de líder universal como suele suceder en gobiernos autárquicos, anárquicos o de cualquier especie que calce con formas verticales o dominantes de poder político. O porque un gobierno haya obtenido el apoyo popular necesario. O peor aún, porque haya alcanzado el poder por vía de la fuerza. De todos modos, por donde se vea el asunto, gobernar no es nada fácil. Tampoco es sencillo.
En fin, no hay duda de que los errores son más graves cuando buscan justificarse en nombre de las libertades y derechos humanos. Cuando usurpan el nombre de la política. O se ocultan debajo de la justicia desatendiendo lo que pregona la teoría política al referirse a la esencia de un “buen gobierno”. Y que en síntesis asienta el ideario de Aristóteles cuando refería que un gobierno puede desmoronarse “(…) por la exageración de su principio”. Es decir, por la aplicación del infundio asumido como criterio de gobierno. Es entonces, cuando puede hablarse del peligro que, en cualquier parte, concibe el hecho de gobernar “al absurdo”.