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Fútbol vs. política: ¿casualidad o realidad?

Pareciera no haber duda alguna al momento de comparar el fútbol con la política. A decir del fútbol, en cuanto a su definición, es un encuentro entre dos contrincantes, regulado y vigilado por árbitros quienes se encargan del control mediante la aplicación de ciertas reglas que responden a un código de justicia (imparcial).

Asimismo, sucede con la política. Particularmente, toda vez que la misma adquiere sentido en el terreno en el cual los actores, al competir con base en sus conocimientos o capacidades políticas, dejan ver sus intereses y necesidades. Igual, ponen a prueba sus valores y condiciones de ecuanimidad, conducción de asuntos públicos, comprensión, Y valores de moralidad, ética, honestidad, historia, honradez, franqueza y solidaridad, entre otros. 

Condiciones del oficio

Tanto el desempeño del futbolista como el del político, se dan en espacios públicos. Ante la mirada crítica de un público que lo vitorea o lo rechaza. Sus decisiones, siguen estrategias, objetivos y tácticas debidamente calculadas o estudiadas. En caso contrario, ocurren conforme a la rapidez y sensatez que exige el problema en curso. Algunas imprevistas, rayan con la improvisación. 

Generalmente, ambos actores, viven momentos que oscilan entre la incertidumbre y el riesgo que compromete la incidencia de cualquier desacierto. Sin embargo, en su esfuerzo por conquistar el beneplácito del público y seguidores, estos actores tienen la opción de considerar arreglos inmediatos capaces de solventar los problemas surgidos. 

Tanto en el fútbol como en la política, cada logro alcanzado añade ganancias efectivas. Muchas de las cuales se traducen en apoyo. Luego, se convierten en confianza y lealtad. Confianza y lealtad que a su vez se tornan en conductas que actúan como mecanismos sociopolíticos de referencia. O de seguimiento práctico. De esa manera, conquistan nuevos hinchas, militantes o simpatizantes en quienes ha de descansar la responsabilidad de fortalecer las estructuras correspondientes con la organización, movilización y proyección de todo cuanto apuntala la popularidad del club, en el caso del fútbol. O de organización político-partidista, en el otro. Es así la vía de análisis que permitiría advertir si la relación  fútbol-política, es  distinguida por ¿la casualidad o la  realidad?

De la operatividad pertinente

Ambas organizaciones se hacen del personal necesario a fin de soportar las funciones “proselitistas” de las que dependen sus necesarios procesos de fortalecimiento. Además, viven a diario la preocupación de entrenar o formar a sus miembros con el propósito de mantener equipos de relevo capaces de ocupar las posiciones de cualquier ausente. Así se garantiza la continuidad de programas, planes y actividades fundamentales para la subsistencia de las respectivas organizaciones. Tanto en el fútbol, como en la política,

Se concentran en desarrollar tácticas, objetivos y estrategias a fin de rendir los suficientes usufructos que luego determinen lo esperado en cuanto a mantener la popularidad alcanzada. O reforzarla.

Cuando es inducida la trampa 

Aunque la analogía que esta disertación busca destacar entre el fútbol y la política, se expone en los conflictos que naturalmente suceden en el terreno de sus praxis. Principalmente, en medio de una importante competencia donde se resquebraja la aplicación de justicia la cual, como recurso de control y validación imparcial de la competencia o encuentro, es de exclusiva atribución del árbitro y sus respectivos jueces ayudantes o de línea. 

En lo específico, esta disertación trata el caso de un encuentro salpicado por la trampa. La  misma, articulada de la mano de un árbitro sin la dignidad necesaria. O sea, un árbitro “vendido” o que demuestre una subordinación estúpida a quien compró su honestidad.

El conflicto en esencia

Una vez iniciado el partido, el equipo que (por adelantado) ha negociado un “inflado triunfo”, comete distintas faltas. Algunas, adrede. Otras, fortuitas. Pero todas omitidas por la ceguera complaciente del árbitro “deshonesto”. Inobservancias estas relacionadas con “saques de meta”, “saques laterales”, y “tiros de esquina”, entre otros desacatos. Asimismo, repetidos excesos cometidos por miembros del supuesto equipo “victorioso”. Es de reconocer que lo mismo ocurre con alta frecuencia en el ejercicio de la política. Casi siempre, son conflictos derivados de la soberbia, la corrupción y el engreimiento de funcionarios pertenecientes a la facción política asentada en la cúpula del poder.

Mientras esos abusos ocurren, las protestas del público -aunadas a las de los directivos del equipo “rival”- son desatendidas por el juez principal y jueces adjuntos. Estos, igualmente se hallan “vendidos” al empresario corrupto quien ha prestado su pundonor, en beneficio del sucio negocio pautado. 

Así sucede hasta que, a consecuencia de las airadas protestas desatados en el estadium, por la profunda crisis públicamente ocasionada por los desmanes advertidos en el campo de juego, dado los controvertidos choques de criterios que vienen dándose, el árbitro decide, unilateralmente, suspender el partido. Lo que, a pesar de las furiosas protestas de la hinchada y directivos del equipo afectado por tan absurda medida, realiza lo que su cercenado parecer considera. 

Todo ello deja ver la pérdida abrupta del sentido, la objetividad y racionalidad que debe primar el encuentro entre reconocidos actores. Y ante una importante multitud que con seguridad sabe calificar tan adulterado desparpajo cometido. El bullicio, sobre pasa los límites del cerco deportivo.  Que, en el caso de la política, se dan las mismas consecuencias. Aunque de mayor repercusión pues el problema tendría mayores implicaciones, ya que afectaría a un universo de mayor rango demográfico y geográfico.

Esta analogía, bien retrata el ejercicio político que, por igual, perturba cualquier decisión que empañe el carácter emblemático que honra cualquier evento que tienda a dignificar la pluralidad humana toda vez que exalta la necesaria convivencia. Y enaltece la igualdad, la alternancia y la responsabilidad, principios que fundamentan la vida del hombre en el ámbito de la complejidad social a la que circunscribe sus capacidades y potencialidades.

En conclusión

Al fin de todo, tanto el fútbol como la política son manifestaciones del arte que le imprimen “virtuosismo” al ser humano en su desempeño vital. Y aunque en el fondo, podría argumentarse que todo encuentro entre actores, indistintamente de sus oficios y particularidades, busca allanar acuerdos que sumen fortalezas, pero que no resten oportunidades de crecimiento y consolidación, es un ganar o perder. Siempre deberá entenderse desde la trascendencia del encuentro que ocupa lugar preferencial en la vida real. O así debe ser. 

La dinámica de la vida, caracterizada por el afán de intervención del ser humano en los diferentes procesos que configuran el crecimiento de toda nación, no debe retrasar o retraer el esfuerzo que la sociedad hace en aras de los valores que alientan el desarrollo nacional o regional. 

En contrario. La violencia, la sumisión, el deterioro de la norma que rige la institucionalidad, la empresa y las organizaciones, sólo inducen las contradicciones necesarias y suficientes que tienden al deterioro de la vida política que caracteriza al hombre en todas sus manifestaciones. Escasamente, esa realidad alcanza a llegar a formalizar una sociedad amorfa y descompuesta. De ahí, surgió la comparación que animó esta disertación por lo cual   indujo a que se abordara el tema: Fútbol vs. Política: ¿causalidad o realidad?        

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