Francisco y el olvido de dios
Un hombre rico habla con Jesús
18 Uno de los jefes le preguntó a Jesús: —Maestro bueno, ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?
19 Jesús le contestó: —¿Por qué me llamas bueno? Bueno solamente hay uno: Dios. 20 Ya sabes los mandamientos: “No cometas adulterio, no mates, no robes, no digas mentiras en perjuicio de nadie, y honra a tu padre y a tu madre.”
21 El hombre le dijo: —Todo eso lo he cumplido desde joven.
22 Al oír esto, Jesús le contestó: —Todavía te falta una cosa: vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres. Así tendrás riqueza en el cielo. Luego ven y sígueme.
23 Pero cuando el hombre oyó esto, se puso muy triste, porque era muy rico.
Pasaje fundamental, el de Lucas, para entender la relación del Ser con Dios. Pero puede ser entendido de dos formas: la literal y la teológica.
De acuerdo a la forma literal, la más extendida, Jesús se pronunció en contra de la riqueza y a favor de la pobreza. Ergo: todos los ricos se van derecho al infierno. De más está decir, este diálogo entendido en su textualidad es uno de los preferidos por quienes ponen en primer lugar a la doctrina social de la Iglesia, dejando relegadas a un segundo término otras doctrinas, sobre todo las espirituales, las que no ponen en el centro al ser social sino al humano genérico, hijo de Dios y hermano de Jesús.
De acuerdo a una exégesis no literal, podemos entender, sin embargo, el mismo texto, de otro modo. “Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres”. Esa es la dura prueba a la que somete Jesús al rico (muy rico no debio haber sido pues entre los judíos de la región no había gente muy rica, tal vez alguien que tenía un par de ovejas más.) Visto así, la puesta a prueba del hombre rico fue una versión light de la dura prueba a la que Dios sometió a Abraham, la de si su fe era superior al sacrificio de su propio hijo. Dios, después que Abraham se decidió a favor de Dios y en contra de su hijo, lo liberó del dilema, pero a cambio de que degollara a un carnero en vez de a su hijo. ¿Hay en una riqueza más grande para un padre o una madre que la vida de su hijo? Al lado de esa riqueza, las del rico de Lucas son bagatelas.
Abraham pasó la prueba. El hombre rico del pueblo, no. En los dos casos lo importante es lo siguiente: Lo que querían probar, Dios con Abraham y Jesús con el hombre rico, era la dimensión de la fe en sus interlocutores.
Jesús quiso demostrar que para muchos hombres el amor a las cosas materiales es superior al amor a Dios. El tema entonces no es que el rico hubiera sido rico sino que hubiese puesto sus riquezas por sobre Dios. Eso significa: el amor a las cosas de este mundo tiene para muchos un valor superior a las cosas del cielo. Puede ser el dinero. Pero no es solo el dinero.
¿Estaría usted dispuesto a renunciar a sus bienes, a sus placeres, a sus deseos sexuales, a su profesión, en nombre del amor a Dios? La mayoría puede decir que sí, pero otra cosa es la realidad. Nuestro reino es de este mundo, estamos lejos de ser dioses, amamos la vida y vemos solo a veces la presencia de Dios sobre la tierra. Pero más no se nos puede pedir. Es la condición humana. Solo seres excepcionales -Jesús entre otros– logran alcanzar una comunicación tan grande con Dios como para llegar al punto de confundirse con Él en una sola persona. Los demás solo recordamos a Dios cada cierto tiempo, sobre todo cuando pensamos en Él. Pero nadie piensa en Dios en todo momento. La mayor parte de cada día nos pasamos ocupados con otros menesteres, olvidándonos de Dios (o del Espíritu, o del Ser). Hasta que algo o alguien nos recuerda otra vez su presencia.
Olvido de Dios. Ese es uno de los temas centrales de las “Confesiones” de San Agustín para quien Dios vive en un tiempo que precede y continúa después de todos los tiempos y que por lo mismo, en cuanto es tiempo, solo podemos acceder a ÉL si recordamos su tiempo: el tiempo de donde venimos y hacia donde vamos todos: el tiempo de la eternidad.
Dios, según Agustín, vive en todos los tiempos del ser. El tema fue tratado con profundidad en la vasta teología de Joseph Ratzinger y continuado por el Papa Francisco con claras palabras en el capítulo segundo de su primera encíclica “La Luz de la Fe” (2013) Un excelente texto. Sin embargo, hay un leve problema. El problema es que después de escribir ese texto, Francisco se olvidó de Agustín y Ratzinger
Francisco pecó de olvido cuando redujo la pluridimensionalidad del ser a su pura condición económica y social, siguiendo en ese punto a la ex teología de la liberación tan criticada por Benedicto XVl. O para ser más preciso: en ningún lugar de la Biblia se dice que el humano sea un “homo economicus”. Ningún cristiano es bueno porque es pobre y es malo porque es rico (o pudiente.) Lo dijo el propio Papa Francisco en su Encíclica “La Luz de la fe”: “La fe cristiana, en cuanto anuncia la verdad del amor total de Dios y abre a la fuerza de este amor, llega al centro más profundo de la experiencia del hombre, que viene a la luz gracias al amor, y está llamado a amar para permanecer en la luz … Cuando encontramos la luz plena del amor de Jesús, nos damos cuenta de que en cualquier amor nuestro hay ya un tenue reflejo de aquella luz y percibimos cuál es su meta última …“
En esas frases no hay ninguna apología a los pobres. El sujeto de Francisco es el ser humano pobre de espíritu que por momentos divisa, platónicamente, la luz que viene de la fe.
La apología de la pobreza no ha sido predicada solo por religiosos. Recordemos que el inspirador de la dictadura militar de Maduro, Hugo Chávez, alentaba resentimientos sociales bajo la consigna: “Ser rico es malo”, inversión de algunas corrientes del cristianismo calvinista que afirman “ser rico es bueno” o al revés “ser pobre es malo”. Desde el punto de vista de la fe cristiana, sin embargo, no se trata ni de lo uno ni de lo otro. El humano, de acuerdo a los evangelios, es malo o bueno solo cuando endiosa a objetos que sustituyen a Dios. Puede ser, claro está, el dinero. Pero no solo es el dinero. El dinero no es un fin en sí. En no poco casos el dinero es un medio para alcanzar algo que está más allá del dinero: el poder. La mayoría de los dictadores, aún enriqueciéndose, han perseguido el poder, no el del dinero, sino el de pocos sobre muchos.
El Papa, en nombre de una concepción socioeconómica de su religión ha terminado por discriminar a mandatarios político democráticamente elegidos debido a que en su opinión representan a los ricos y no a los pobres. La gota de agua que colmó el vaso fue su negativa a entrevistarse con el presidente electo de Chile, el millonario Sebastián Piñera, propinándole solo un saludo que más bien parecía un gesto de desprecio. Absurdo.
Tiempo atrás había concedido una mezquina audiencia protocolar de veinte minutos al presidente Macri, hecho que contrasta con las largas sesiones que mantuvo con Cristina Fernández a quien los periodistas, siempre mal hablados, calificaron como “la primera dama del Vaticano”. En ese caso, la discriminación a Macri a quien solo “sobrevoló” en su viaje a Chile, no obedece a razones socioeconómicas. Cristina, además de presidenta es una millonaria, propietaria de largas cadenas de hoteles. La discriminación a Macri fue, por lo tanto, ideológica.
En fin, un Papa que se ha entrevistado largamente con crueles dictadores como los Castros y Maduro, no puede negar su presencia a presidentes constitucionales y democráticamente elegidos. Es una injusticia, y quien comete injusticia, olvida a Dios.
No es que Francisco sea un “Papa comunista” como dicen con tanta ligereza los que se quedaron pegados en los esquemas de la Guerra Fría. Pero sí es un Papa que, siguiendo solo una línea de las muchas líneas del Concilio Vaticano ll, imagina que en América Latina hay gobiernos para pobres y gobiernos para ricos. Que además sean democráticos, autoritarios, autócráticos o simplemente dictatoriales, no parece preocuparle demasiado.
Naturalmente, el Papa como jefe de Estado debe conversar con dictadores. Lo hizo Pablo Vl y lo hizo Benedicto XVl. El problema es no hacerlo con gobernantes democráticos (sean o no sean santos de su devoción) o solo dando preferencia a autocracias o a “gobernantes sociales”, defensores de la reelección indefinida, como es el caso de Evo Morales en Bolivia, o citando a José Mujica, como si el uruguayo fuera un nuevo profeta bíblico.
Como ha afirmado Benedicto XVl, entre la Iglesia y la democracia hay un pacto no escrito. La Iglesia necesita de la democracia y la democracia de la Iglesia. El mundo que vivimos no es solo resultado de contradicciones económicas como intentan convencernos marxistas y neoliberales. La contradicción que vivió intensamente Pablo Vl, la lucha de la democracia en contra de la dictadura, sigue vigente. No solo en América Latina. En Europa, sobre todo en Hungría y Polonia, han sido erigidos regímenes católicos autoritarios y confesionales, pero a la vez homofóbicos y racistas. En Rusia, el dictador se sirve del cristianismo ortodoxo para eternizarse en el poder, eliminando a adversarios que aparecen en su camino. Los cristianos democráticos de esos países también esperan escuchar la voz del Papa. No solo de pan vive el hombre.
Y no por último, no hay ni ha habido ninguna dictadura del mundo occidental que haya favorecido alguna vez a los pobres. Lo vemos hoy en la pobreza horrenda que muestran las calles de La Habana y de Caracas. Optar por los pobres y optar por la democracia no es una contradicción.
El Papa Francisco es un ser humano y por lo mismo un pecador. El camino que lleva a la fe no está ausente de pecados (faltas, ausencias, errores). Por lo tanto todavía es tiempo para que Francisco rectifique. De los arrepentidos será el reino de los cielos.