Francisco, Jesuita y misionero
En el intento de comprender la opción teológico política de Francisco y la circunstancia de su primer viaje como Papa a la América de habla hispana con escalas en Ecuador, Bolivia y Paraguay, desde dónde vierte enseñanzas ante feligreses con importantes mayorías indígenas, escribo al efecto y en sus textos de jesuita y luego como Cardenal advierto su clara distancia con el marxismo.
En conferencia que dedica a la memoria de los jesuitas mártires rioplatenses, en 1988, Jorge M. Bergoglio recuerda la experiencia pastoral de éstos en las reducciones indígenas paraguayas en el siglo XVII. Propone actualizarla de cara a las realidades de hoy.
Describe el “proyecto de paternidad” que éstos avanzan y recuerda que implica para el indígena estar “en capacidad de librarse, zafarse, de todo tipo de esclavitud”; sea la de un “opresor bandeirante, un encomendero venal o un hechicero. Y luego se pregunta ¿qué teología de liberación subyace en este proyecto?, para concluir por lo pronto que es “opuesto a los proyectos ilustrados de cualquier signo, los cuales prescinden del calor popular, del sentimiento, y de la organización y trabajo del pueblo”. Y dice que tampoco se trata de un proyecto de “repliegue sobre la propia cultura (en este caso la de los indios) olvidando el destino de universalidad…”.
Critica “el papel jugado por los marxismos indigenistas que reniegan de la importancia de la fe en el sentido trascendente de la cultura de los pueblos, y reducen la cultura a un campo de confrontación y lucha, en el cual la dimensión manifiesta del ser adquiere un valor meramente mundano y materialista…”. Agrega que tampoco se trata de un proyecto “que facilite la absorción fácil de estilo de vida ajenos, y que por tanto rechaza el conflicto tan fundamental el cualquier hombre, de ser uno mismo y – a la vez – confirmar las diferencias”. Es, en fin, un “proyecto de libertad cristiana”.
De modo que, en las reducciones opera un criterio paternal y de amor, de ayuda a la maduración y emancipación del indígena; a fin de que, a partir de sus discernimientos básicos y naturales como “su admiración por lo maravilloso” que da base a la hechicería, por “la audacia y elocuencia” de sus caciques, e incluso de los odios y pasiones que alimenta “bajo las aguas tranquilas” de su sumisión, y siendo abierto y dado al heroísmo, alcance desde allí a conocer y hacer valer su dignidad humana.
Se trata de un ir y venir, de un enriquecimiento recíproco entre la enseñanza evangélica trasplantada desde España y las cosmovisiones primitivas. Se trata de una misión que comienza por la realidad; es decir, conocer “el alma del indio” y sentir junto a él, en la convivencia, “sus necesidades”. De modo que, en un proyecto de amor paternal, de promoción de la dignidad del indio, como de libertad – “liberación de los malos encomenderos, liberación de la tiranía de la selva a la que hicieron sonreír con las cosechas, liberación de la esclavitud de la enfermedad curando sus llagas, liberación de la ignorancia” – cabe apreciar dos perspectivas diametralmente opuestas. “Las grandes guerras de conquista y anexión las ganaron siempre quienes dominaron el mar; las grandes guerras en pro de la consolidación de los pueblos las ganaron – en cambio – quienes se atrevieron a dejar las costas y se adentraron en la tierra”.
Los mártires jesuitas, en suma, corren en línea distinta de la que se impone bajo las cortes ilustradas borbónicas: “Responder a la noble intención de organizar este gran reino y uniformar su sistema político y económico con el de la metrópoli”, como lo dispone Carlos III. La universalidad fecunda que integra y respeta las diferencias se ve lamentablemente desplazada.
No es del caso cambiar la realidad encontrada sino de dignificarla, recuerda Bergoglio. Propiciar un cambio de actitudes trabajando sobre la realidad y con el ejemplo: “Realzar la dignidad del indio” es estar junto a él, es “curar un enfermo, darle de comer, bautizarlo y catequizarlo, enseñarle a labrar, danzar o tallar.
Roque González – uno de los jesuitas mártires – recuerda que “al edificar chozas para cada familia se crea conciencia de familia como base sólida de la sociedad, frente a la costumbre concubinaria”.
La opción teológico-política que redescubre el Padre Jorge, predica que “la exigencia de conversión del corazón es el momento espiritual de liberación del pecado propio y liberación del mal que sufren los indios. A través de esa conversión, se da el cambio de estructura pecaminosa de la relación económica: no son los indios los que deben pagar por lo que han trabajado, sino el encomendero valorar el sujeto trabajador que acrecienta su riqueza”.
Lejos se encuentra el Papa, pues, de la llamada “teología de la liberación”.