Fidel Castro (y III)
El triunfo de la guerrilla de Fidel Castro, el 1º de enero de 1959, contra la dictadura cubana de Fulgencio Batista, tuvo una gran influencia en Latinoamérica. Irrumpió en algunos partidos políticos, como lo observa Ramón J. Velásquez, la tentación de “repetir la hazaña, lo mismo en Venezuela que en el Perú, en Bolivia y en Colombia”.
Castro, cuando en 1959 llega a Caracas con motivo de la celebración del primer aniversario de la caída de Pérez Jiménez el 23 de enero, afirmó en su discurso de la Plaza de El Silencio que “los teóricos no concebían una revolución sin el apoyo del Ejército, pues bien nosotros hicimos una revolución contra el Ejército”. Esa novedad de una guerrilla victoriosa contra una institución armada, fue lo que deslumbró en nuestro país, primero al MIR y después al Partido Comunista, y los decidió a la subversión armada en las ciudades y en el campo. En el discurso citado, Castro había recordado que “aquí en Venezuela hay muchas más montañas que en Cuba, que sus cordilleras son tres veces más altas que la Sierra Maestra, que aquí hay un pueblo heroico y digno como el de Cuba”.
Ante el brote continental de la lucha armada para llegar al poder, los partidos de la extrema izquierda venezolana, como escribió Manuel Caballero, “no querían llegar de último al banquete revolucionario”. Para la aventura, contaron con la ayuda monetaria, en material bélico y en hombres que, con largueza, les ofreció Fidel Castro. En octubre de 1960, “el MIR levantó la consigna de luchar ´por un gobierno popular´, o sea, por un gobierno distinto al de Betancourt”, apunta Antonio García Ponce, que había participado en la lucha armada, en su libro sobre la guerrilla de los años sesenta titulado “Sangre, Locura y Fantasía”. En marzo de 1961, en su III Congreso, el Partido Comunista se suma a la tesis insurreccional, llama “a dominar todas las formas de lucha, ya sean legales o ilegales, clandestinas o armadas” y alega que “el caso de Cuba es un ejemplo contundente de la victoria popular de un solo país frente a un poderoso enemigo”. La democracia venezolana derrotó tanto la guerrilla rural de las montañas como la urbana, esta última protagonizada en Caracas y ciudades del interior por las llamadas Unidades Tácticas de Combate (UTC) que atacaban empresas y realizaban asaltos “expropiatorios” a los bancos.
El 24 de enero, durante su visita a Venezuela en 1959, Fidel Castro se entrevistó con Rómulo Betancourt, al que le solicita un préstamo de 300 millones de dólares y suministro de petróleo en condiciones ventajosas, respondiéndole el presidente electo que lo primero era imposible porque Pérez Jiménez había dejado “exhausto” el Tesoro Público y lo segundo tampoco era posible porque para complacerlo “el gobierno nacional habría tenido que adquirirlo (el petróleo) de las compañías a precios internacionales”, anota Simón Alberto Consalvi, quien, además, hace la reflexión de que Rómulo Betancourt fue “el único venezolano” que no sucumbió ante “el furor que Fidel y su mitología desataban en América Latina antes, incluso, de su victoria”.
Muchos años después, Hugo Chávez y su sucesor han regalado dinero y petróleo a la Cuba de los Castro, en una especie de neocolonialismo político al revés al ser la muy beneficiada isla antillana la que por mampuesto manda en Venezuela.