Fábula y confabulación
Hay aspectos de la vida personal de inevitable interés para las colectividades, tratándose de los decisores públicos.
La absoluta confidencialidad, impidiendo o tratando de impedir la divulgación de ciertas facetas, por personalísimas que sean, más de las veces, alcanzan un alto precio histórico, ya que el ejercicio del poder acarrea también insospechadas consecuencias.
Problema político o moral alguno habría de existir las necesarias libertades de prensa, incluyendo obviamente la investigación y publicación de lo que ha ocurrido con el sempiterno ministro Elías Jaua, cuyas diligencias en Brasil hablan de un delicado caso familiar de enfermedad.
Sin embargo, de un lado, nos enteramos por los medios del vecino país, resultando impensable que corra la primicia en los nuestros; y, por otro, contrastando con la terca prédica que quiso sistematizarse a través de un discurso pronunciado en la Asamblea Nacional, con motivo del Día de la Independencia, el otrora vicepresidente de la República tiene niñera, cuenta con las divisas, posee un revólver, puede viajar y recibir la atención de un especialista extranjero, como difícilmente lo logra el destinatario de sus decisiones y sermones.
Luce imposible una libérrima interpelación, interrogación o “preguntación” al importante funcionario, porque – de antemano – está negado a cualesquiera periodistas o parlamentarios que se atrevan. Quizá una respuesta espontánea dirá de una muy humana vicisitud, pero – impuesta la inevitable versión oficial que apostará al olvido – escasa satisfacción dará al ciudadano que busca infatigablemente un medicamento vital.
Búsqueda infinita al saberlo insustituible: por más que, sólo recientemente, anuncien la tardía importación de millones de pastillas, teniendo por eje el Sefar, al que – por cierto – visitamos a principios de año para denunciar sus calamidades, arriesgando el propio pellejo, hay suficiente claridad sobre el modelo que únicamente garantiza el acceso estable, oportuno y adecuado a la salud y salubridad de los privilegiados del poder. Vale decir, recurriendo a la célebre fábula orwelliana, unos son más iguales que otros.
Finalmente, inaceptable paradoja, quienes hoy ejercen el poder reclaman una blindada privacidad de la vida personal que suelen no respetarla al tratar y enfermizamente fustigar a sus adversarios, opositores o disidentes, expuestos frecuentemente a gruesas campañas de una descalificación preferiblemente moral. He acá la otra e inocultable característica de un régimen propicio a la confabulación, pues, fracasada toda argumentación, el tercero es el culpable de los más sonados fracasos de una gestión ya de larga data.
@LuisBarraganJ