Europa fóbica
Las fobias son aversiones a determinados objetos. Los objetos de las fobias –una de las enseñanzas de Freud- son sustitutivos, es decir, el objeto de la fobia reemplaza al objeto que produjo la aversión (o al deseo aversionado). Ahora, si aceptamos la idea también freudiana de que el ser humano es miedoso por naturaleza, tener una que otra fobia es más bien normal. El problema aparece cuando el objeto de la fobia adquiere una representación persistente hasta el punto en que se convierte en determinante de la conducta, sea esta individual o colectiva.
La xenofobia oculta en la forma del aversión al extranjero el miedo a lo extraño y ese, a “lo otro” que atraviesa nuestras vidas desde que supimos que íbamos a morir. La eurofobia de los propios europeos actúa así frente al miedo a la pérdida del “yo” es decir, de la identidad local (nacional, cultural, idiomática, familiar). Sobre esos puntos han insistido diversos analistas. De ahí que la receta del “euro-populismo”, la de expulsar a lo “extraño” y volver a esa patria-familia imaginaria habitada solo por “los nuestros”, sea tan eficaz.
En algunos casos la fobia puede ser complementada con un avanzado narcisismo (amor al yo o al nosotros). “Nosotros, si somos tan liberales, no podemos aceptar a culturas impregnadas por el Islam” proclama el islamofóbico Geert Wilders en Holanda. El mensaje surte efecto: en nombre de la libertad del “nos-otros” serán limitadas las libertades de “los otros”.
La tarea de los analistas, así como la de los políticos democráticos, no es por lo tanto suprimir o anular el miedo-odio (en la mayoría de los casos es imposible) sino re-localizarlo en el objeto que le dio origen (suponiendo que este exista, diría Lacan). El problema es que esos políticos son una mercancía muy escasa.
La ausencia de políticos en condiciones de localizar el lugar y el objeto que producen las aversiones colectivas es decir, de políticos capaces de nombrar las cosas por su nombre, es un tema que preocupa a Timothy Garton Ash en su artículo ¿“Conseguirá Europa despertar? publicado dos días después de las elecciones al Parlamento Europeo. (EL País, 27 de Mayo)
Con vehemencia Garton Ash se refiere al peligro que significaría para Europa si personas como Jean Claude Juncker siguieran a la cabeza de la U E. Para Garton Ash, Juncker es un simple administrador, no un político. Pero –es la pregunta obvia– ¿Es Martin Schulz mejor? Al escuchar las alocuciones pre-electorales de los candidatos uno tenía la impresión de que ambos hacían lo posible para hablar mucho sin decir nada.
En Europa hay no pocas razones para sentir miedos. Pero esas razones han sido desviadas por los populismos fóbicos hacia objetos sustitutivos. La tarea de los políticos demócratas es entonces encontrar las razones reales que producen los miedos. Eso implicaría confrontarse con la realidad, la que, por supuesto, no siempre es bella.
Imposible no recordar a Max Weber cuando en su clásico texto “Política como Profesión” anotaba que la conversión de la política en práctica burocrática es la condición que prepara el camino a los peores demagogos. Así paso justamente en la Alemania que Max Weber no alcanzó a vivir. Así puede pasar también en la Europa del siglo XXl –lo dice con su autoridad de historiador- Garton Ash.
No decir la verdad se paga muy caro en política. Pero hay dos modos de no decir la verdad: Uno es sustituir al objeto de la verdad por un objeto de la mentira y eso es lo que hace el populismo fóbico. El otro es callar sobre la verdad y eso es lo que hacen los burócratas que controlan la maquinaria de la UE. En cierto modo, existe entre ambos sectores, un maligno complemento.
Se puede estar por ejemplo en contra o a favor de Putin, pero no se puede hacer como si Rusia o Ucrania no existieran. Se puede estar a favor o en contra de la llegada de más extranjeros, pero no se puede callar que Europa en su debido momento no brindó apoyo a los rebeldes sirios. Hoy miles de sirios llenan los edificios para refugiados. Pronto vendrán miles de egipcios huyendo de la terrible dictadura militar que asola a su patria con el consentimiento de EE UU y la EU.
Se puede estar a favor o en contra de EE UU, China, y Japón, pero no se puede negar que la política mantenida por sus estados con respecto al medio ambiente es suicida. Se puede depender del gas ruso o de empréstitos chinos, pero eso no obliga a callar frente a la sistemática violación a los derechos humanos que ocurre en China o Rusia. Sobre la base de la hipocresía y la desidia burocrática representada por la carísima UE, son alimentadas no pocas fobias políticas de nuestro tiempo.
El momento es peligroso. Porque una cosa es que en Europa existan partidos fóbicos -siempre los ha habido- y otra muy distinta es si estos comienzan a articular entre sí sus respectivas fobias.
Hay por cierto quienes minimizan el problema argumentando que cada partido populista es distinto al otro: que no se puede comparar, por ejemplo, a los “civilizados” populismos de Holanda y Gran Bretaña con los nazis de Grecia y Hungría. Quizás hay que recordar que el fascismo de Mussolini, el cual se autodefinía como una variante del socialismo, era diferente al rabioso ultranacionalismo de Hitler y, a la vez, ambos muy diferentes al integrismo militar-cristiano de Franco. Eso no impidió que los tres unieran sus destinos.
Hoy vemos a Marine Le Pen, enemiga del divorcio y contraria al matrimonio homosexual, en alianza con el “liberal-islamofóbico” Geert Wilders, quien se dice defensor de los derechos de los homosexuales y de la libertad corporal. Quizás pronto, el catolicismo antisemita de Hungría convergerá con el cristianismo ortodoxo y homofóbico de Rusia.
El miedo y el odio suelen producir lazos más profundos que el amor y la razón. Esa es al menos una de las lecciones que nos deja la historia de la Europa Moderna. Incluyendo en esa historia a los excelentes libros escritos por Timothy Garton Ash.
Hay gran diferencia entre una simple fobia a cualquier religión que no sea la «Nuestra», y el rechazo (que sería no una fobia, sino un enfrentamiento argumentado, con razones de peso) a la específica versión de la religión musulmana, cuando es profesada por los fundamentalistas, que no sólo mantienen un machismo irritante (que trata a las mujeres como personas de tercera categoría), sino que establece para todos los que no acepten a ALÁ y el Corán, la eliminación física (que conlleva a un premio para quien o quienes la ejecuten. De allí el fanatismo perverso de los actos terroristas). Para reducir ese tipo de «fobias», habría que medir el grado de Tolerancia de quienes profesan la «otra» religión, hasta donde la «otra» religión es incluyente o excluyente. En los países donde prevalece el esquema musulmán, la Intolerancia más absoluta hacia cualquier otra profesión de Fe es también prevaleciente. ¿Cuántas Iglesias y Mezquitas hay en Irán, Iraq o en Arabia Saudita? ¿Qué libertades permiten los talibanes? En términos actuales, los únicos que sienten y practican una FOBIA con fachada religiosa, son los seguidores del nada ejemplar Mahoma. Sobre su grado de Tolerancia pueden disertar Salman Rushdie y el dibujante escandinavo, cuyos «Versos Satánicos» y caricaturas, respectivamente, fueron considerados motivo suficiente para ordenar la muerte de ambos intelectuales.