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Esvásticas Profanadoras

Por haber recibido la noticia el 30 de diciembre cuando la atención de la gran mayoría se centraba en la llegada del año nuevo, pospuse escribir mi parecer sobre lo ocurrido en un cementerio cristiano en París, en el cual las tumbas fueron profanadas con la pintura sobre ellas de la cruz-gamada del nazismo. Leí la condena y repulsa del Mayor (Alcalde) Frédéric Valletoux coetánea con la noticia de la profanación y luego, leí el silencio que acompañó a la noticia.

También llegó a mí una condena proveniente de la comunidad judía, que no puedo precisar si se originó en el Estado de Israel o en la comunidad radicada en París, a la cual agradezco haberse manifestado.

Yo soy cristiano y he recibido los sacramentos de bautismo, confesión, comunión, confirmación y matrimonio y aspiro que me sea administrada la extremaunción. Sin embargo confieso que no soy practicante y que desde hace ya muchos años se posó sobre mí la duda de la existencia de una vida después de la vida, o mejor expresado “de una vida después de la muerte”, sobre la cual la sola posibilidad de su existencia no deja de aportar a mi ánimo una cierta complacencia; y que como implica una dosis de méritos para que transcurra de modo más favorable, estimula el accionar mío hacia lo que considero el buen obrar.

Ese buen obrar es el que aparece recogido en el evangelio como la forma que va a ser utilizada para valorar nuestro comportamiento durante nuestra vida, que en términos simples, sencillos, no es otra cosa sino como nos comportamos con nuestro prójimo.

Esto me coloca en una posición incómoda porque desde luego me siento impulsado a comportarme bien con quien a su vez lo hace conmigo, no así con quien no lo hace y esos profanadores de tumbas me revientan. No creo haber escrito nada nuevo y siento que muchos de mis lectores (si es que acaso hay muchos) también ven la relación con sus prójimos en términos similares.

Después de todos estos rodeos debo abordar lo que me impulsó a escribir, vale decir, que es lo que quiero transmitir y allí van dos peñonazos:

  1. Las esvásticas no están dirigidas contra quienes están reposando (si efectivamente hay otra vida), ni contra quienes los conservan en su memoria, ni siquiera contra la comunidad de los cristianos, sino contra los judíos. La esvástica es el símbolo del holocausto y como el exterminio que este representó sigue presente, sería bueno que los cristianos tomemos conciencia de que ese símbolo está dirigido desde luego a los descendientes de Abraham.
  2. Entre los descendientes de Abraham está Cristo, que no tuvo descendencia carnal, sino seguidores lo que explica que contra ellos también se enarbole la esvástica.
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