Estar en todas partes
La crisis venezolana se alarga y se torna más aguda y peligrosa por la persistente pequeñez de algunas actitudes humanas. En los momentos más exigentes, cuando el régimen autoritario se encuentra a la defensiva y da coletazos para intimidar a la población y distraer su atención de los gravísimos problemas económicos y sociales –momentos en que la oposición más debería estar unida y hablar con una sola voz- de repente la vemos vacilar y abrir deprimentes querellas entre algunos de sus dirigentes.
Es triste constatar la poca comprensión que existe en algunos dirigentes opositores, de que una estrategia acertada exige la conjunción de varias tácticas que a primera vista puedan aparecer contradictorias. En la mayoría de los grandes conflictos del mundo (particularmente los enmarcados en la Guerra Fría del siglo XX), la eventual victoria de los demócratas sobre los autoritarios fue fruto de una combinación de tácticas duras y blandas. En la gran estrategia del “containment” recomendado por George Kennan y seguida fielmente por los gobiernos del Occidente, los gestos combativos y amenazantes realizados por ciertos contingentes se combinaban con otros de carácter más flexible, que dejaban abierta la posibilidad de un diálogo. Por ello cada vez que la tensión subía hasta el punto de hacer temer una conflagración nuclear, los diálogos se daban, inteligente y discretamente, no con ánimo de propaganda sino en búsqueda de resultados prácticos, teniéndose en cuenta los límites de flexibilidad de ambos bandos.
Queremos reiterar nuestra honda convicción de que en la lucha democrática por lograr que el régimen venezolano deje de violar la constitución, de reprimir, y de aplicar una política económica destructiva, tan necesaria es una táctica de avance por la vía electoral con disposición al diálogo, como una simultánea táctica de movilización popular para protestas masivas no violentas y para dinamizar y orientar las reivindicaciones sociales concretas. La “elección” y la “calle”, el “diálogo” y la “transición”, no deberían aparecer como contradicciones que amenazan y afectan la unidad democrática, sino como dos brazos dirigidos por una misma voluntad.
En estos momentos, la afirmación de la primacía electoral tiene tanta validez como la tiene la noción de la transición. Una victoria electoral sobre un régimen autoritario –hasta en el caso de que este se negare a reconocerla- siempre es la manera más contundente y eficaz de convencer al mundo y a la nación misma de que los días del despotismo están contados. Sin ese argumento, la lucha liberadora tendría menos fuerza. Razón tiene, pues, la MUD en asignar máxima prioridad a los esfuerzos para ganar las elecciones parlamentarias de este año. Pero equivocado está, y daño hace, quien plantee que la vía electoral debe ser la única y que no haya razones para apoyar de lleno también el planteamiento de una transición impulsada por la acción reivindicadora de todos los venezolanos. Transición no golpista sino estrictamente enmarcada en el orden constitucional, tal como lo plantean Ledezma, López, Machado, Tejera, Aristeguieta y otras destacadas personalidades, amantes de la libertad. La participación electoral debe ser, justamente, la mejor manera de impulsar ese proceso transicional, el cual debe incluir, necesariamente, a los representantes del chavismo.