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Estamos hartos

Dicen que los sabios hablan porque tienen algo que decir y que los tontos lo hacen porque tienen que decir algo.

Cuando compruebo con qué estudiada maestría juntan palabras huecas para hacer frases ininteligibles aquellos a quienes pagamos porque han “okupado” el lugar que debieran ostentar los sabios, no sé qué es mayor: si la indignación que siento o el desánimo que me invade.

Estoy francamente perplejo porque no sé si el magma de aquellos que aspiran a dirigir España está lleno de hombres inteligentes que lo disimulan muy bien o de insolentes y peligrosos imbéciles que no se recatan de serlo.

Nuestro país está inmerso en un proceso de profunda desorientación; sumida en la noche de un túnel en el que la salida está en manos de ciegos que no quieren ver.

Los Arón de nuestros días, nos han deslumbrado con el aparente esplendor de sus cegadoras promesas, y al igual que el hermano de Moisés dijo al pueblo judío al mostrarles el becerro de oro hecho con sus propias joyas, ellos nos dijeron a nosotros: «…ahí tenéis a vuestro dios, prometiéndonos una Arcadia feliz exenta de cualquier tipo de problemas… y nosotros dimos la espalda a los valores en los que se asentó nuestra civilización, nos sentamos, comimos, bebimos y adoramos al becerro de oro, el dios progresista del cambio”.

De tal siembra ¿Qué cosecha podríamos esperar? Pues la que tenemos.

Una legislatura fracasada en la que a nadie le ha importado el bien de España y los españoles y solo han primado los intereses partidistas, cuando no los puramente personales. Después de su estrepitoso fracaso, los políticos,  siguen mirándose el ombligo mientras los problemas que nos acucian cada día siguen sin resolver, pero claro para ellos eso no es urgente, lo urgente son las  encuestas, los votos, los escaños, los sillones van a ocupar… mientras los inversores huyen de España, sube la prima de riesgo, es decir, que somos más pobres, descienden las expectativas de crecimiento y la Unión Europea no deja de hacernos advertencias y llamadas a la responsabilidad, que no sé si hay alguien que las escuche. Pero es que como dice Mafalda: “A ellos, lo urgente, no les deja tiempo para ocuparse de lo importante”.

Dicen que maduramos con los años. A la vista está que no es cierto. Pienso que en realidad maduramos con los daños, pero los daños están siendo tantos y tan profundos que ya estoy harto de pensar lo que pienso.

Gran parte de las dificultades por las que atravesamos se debe a que los ignorantes están completamente seguros, y los inteligentes llenos de dudas.

Para saber quiénes son los ignorantes y quienes los inteligentes, no hay más que escuchar las aseveraciones dogmáticas de los políticos y analizar las votaciones que es la manera en la que se expresa el pueblo.

Para solucionar sus desafueros y fechorías, nos exigen que nos convirtamos en héroes. Héroes de un sistema que nos machaca, que nos oprime y nos pone todo tipo de trampas; un sistema concebido para consumir y consumirnos, pero que nos lanza directamente al paro; un sistema en el que solo triunfan los aduladores, cuentistas y mentirosos. Un sistema en el que todos pretenden el cambio, para que todo siga como está.

Si alguien ha sacado a flote a este maltrecho país, han sido los españolitos de a pie que se han apretado el cinturón hasta que ya no les ha quedado lugar para hacer más agujeros en la apretadera. Los españoles, que son los verdaderos héroes de nuestra travesía, son los que una y mil veces han sido capaces de corregir los errores de los políticos, pero hemos llegado a un punto, que hasta los héroes se han cansado ya de mover montañas por quien no mueve ni una piedra por ellos.

Llevamos en las mochilas un pesado lastre —el de nuestros políticos— que no nos deja avanzar. Y estamos ya cansados. Estamos cansados de estar cansados.

Estamos hartos de perder, hartos de sentirnos decepcionados, hartos de que quien debería ser el ejemplo en el que mirarnos, sea el primero en defraudarnos, hartos de que quienes deberían ser los primeros en respetar las leyes que ellos mismos promulgan, no las respeten como las respetamos nosotros. Estamos hartos de los unos y de los otros, de los de arriba y de los de abajo, y sobre todo estamos hartos de los lobos disfrazados con piel de cordero que aparentan una cosa y luego hacen la contraria.

Estamos hartos de estar hartos, hasta el punto que no sé muy bien si es que no hemos comenzado ya a estar hartos de nosotros mismos.

Deberíamos preguntar a nuestros políticos algo similar a lo que Moisés preguntó a su hermano Arón: «¿Qué os ha hecho este pueblo, para que hayáis echado sobre él tan pesada carga?»

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