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Es hora de regresar a las papeletas

Estando yo en Madrid, hace ya bastantes años, tuve que ir a uno de los pisos altos de lo que era, para ese tiempo, la construcción más moderna de esa capital: la Torre Europa.  Era el primer edificio “inteligente” de España.  Al intentar subir, la voz electrónica del ascensor dijo: “Se ha excedido el límite de la carga; por favor, salid algunos de los usuarios”.  Los cuatro —exactamente cuatro— que estábamos dentro del artilugio, primero nos miramos las caras, luego volvimos a leer el que decía: “Capacidad 20 personas”, y salimos del aparato.  Intentamos abordarlo tres veces más y en las tres oportunidades sucedió idénticamente lo mismo.  Al final, viendo que llegaba otro elevador, nos montamos en él y logramos subir los no-se-cuántos pisos que debíamos.  Desde esa época, yo me he dado en denominar ese tipo de fenómenos “la maldad intrínseca de los objetos inanimados”. Pongo otro ejemplo: uno que hemos sufrido muchas veces: la de los anteojos y las llaves que se esconden para que no los encontremos.  Pero sobre lo quiero comentar hoy es una que nos tiene anonadados desde el domingo; que también es intrínseca, si bien esta fue llevada a cabo con perversidad e inmoralidad por unos seres a quienes me cuesta catalogar como personas humanas.

Todos pensábamos que el summum de la malignidad descarada lo había logrado esa comandita que conforman el régimen, la Sala Inconstitucional y las cuatro arpías cuando nos participaron (no olvidemos que este es un sistema “participativo”) que ellos habían decidido, sin nuestro consentimiento, instalar una asamblea dizque constituyente y que para ello habían obtenido ¡ocho millones de votos!  Y pensábamos mal: el domingo se superaron y le escamotearon a Venezuela —una vez más— la posibilidad de retomar el rumbo de la democracia y la decencia.

Sacaron del armario todo el arsenal de mañas de siempre.  Por un lado, el MinPoPo Reverol declara que hay “completa normalidad” en el país al tiempo que los colectivos motorizados andaban por la libre golpeando, amedrentando, en las zonas de mayor tendencia opositora de diferentes ciudades.  Las cuatro “muy honorables reptoras” decidieron volver a repetir el libreto de cuando el revocatorio: someter a un viacrucis a los electores que se supone votarían en contra; mudar centros de votaciones hacia zonas de difícil acceso o en las que se suponía que quienes se atrevieran a ir a dichas zonas sufrirían asaltos, amenazas, befa de los habitantes.  En algunas circunscripciones, el Plan República, siendo solo un auxiliar del proceso, se adueñó de él: quienes mandaban en los centros de votaciones no eran los miembros de las mesas sino los milicianos.  No se disimulaba su confabulación con el PUS: se reportó que en Portuguesa llegaban al tupe de pedir el carné de la patria para permitir el acceso de los votantes a los centros.  Y el procedimiento idéntico en toda la república indica que era debido a una orden de muy arriba: en las zonas habitualmente opositoras debían hacer cerrar las mesas a las cuatro de la tarde, así hubiese gente en la cola; pero en los sectores rojoides las forzaban a estar abiertas hasta bien entrada la noche aunque no hubiese electores.

Y regreso al comentario inicial.  Muy contrariamente a lo que le escuché a la reptora Socorro, el sistema electrónico de votación NO es confiable.  Ni este ni ninguno.  Por aquí, en una sospechosa admisión de culpa, ya Smarmatic lo había advertido.  Pero es que no son de fiar ni aquí ni en Cuchijapón.  Como será, que hasta en las elecciones de Estados Unidos hubo irregularidades.  Una de las tareas que están acometiendo de consuno el Congreso y el FBI es la averiguación acerca de cómo, de qué tamaño fueron y cuánto daño causaron las intervenciones de los hackers rusos que dispuso Putin para arrimar la brasa al candidato que le convenía en sus afanes de expansión imperial.  Son tan frangibles los sistemas electrónicos de votación que un país tan serio y tan adelantado y tan dado a los avances tecnológicos como Alemania, los prohíbe específicamente mediante ley.  Yo creo que ya va siendo hora de que todo el país decente exija que volvamos al sistema “analógico” de votación, a las papeletas que se introducen en las urnas y que se cuentan físicamente delante de testigos y público.  Todo el resto de América Latina y mucho de Europa los emplea con éxito.  ¿Que el montón de tarjetas marrones es más alto que el de las amarillas? ¡Pues ganó el candidato marrón, y ya!…

Otra cosa: ¿a cuenta de qué, en unas elecciones regionales, los resultados los da Caracas?  ¿Eso no es una de las tareas que la Ley les da a las juntas electorales de los estados?  Y en las próximas de alcaldes, ¿también será la inefable Tibi quien informe de los resultados en San Pedro del Río, San Diego de Cabrutica y Tunapuicito?

Ya lo sabemos. Y nos los remarcó la presidenta Chinchilla: “las dictaduras nunca pierden”.  Los que perdemos somos los ciudadanos.  En derechos individuales y sociales, en posibilidades de progresar y en viabilidades económicas.  La Cuba de Fidel, luego de que la revolución la condenara a la miseria, tenía para chulearse a los soviéticos primero y luego al muerto y a su heredero en mala hora.  ¿Y Venezuela —ya quebrada por los muchos ¡exprópiese!, las abundantes ineptitudes y las innúmeras corruptelas— a quién va a acudir en su hora menguada?

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