¿Es concebible rendirse?
Muchos pueblos en la historia han considerado, en alguna etapa de su existencia, que es mejor rendirse que luchar por su libertad. Otros han escogido inmolarse antes que sucumbir ante fuerzas superiores y despiadadas.
En nuestro país no estamos aún en ninguna de las dos circunstancias. Sin embargo, hay males que rondan por la cabeza de algunos y que pueden ser fatales, si se extienden a muchos: la desesperanza, el fatalismo y la pérdida de fe en el futuro de Venezuela.
Los países no desaparecen, sufren crisis, algunas más graves que otras, pero tal vez, como el Ave Fénix, resurgen de sus cenizas. Si no, piensen en el Perú de los militares de izquierda, o en la República Dominicana del sanguinario Rafael Leónidas Trujillo, o en la dura transición chilena del fallido gobierno de Allende a la dictadura de Pinochet, para llegar al final a lo que es hoy.
Pudiéramos seguir dando ejemplos, pero preferimos retornar a nuestra propia experiencia nacional.
Tuvimos la tiranía de Gómez, que para nuestros antepasados lucía eterna; siguió a ello un accidentado proceso de cambio, con el retroceso de la dictadura militar de Pérez Jiménez; luego se instauró, por un largo lapso, una democracia que fue un faro renovador en América Latina; para después, de nuevo, sucumbir ante el militarismo de siempre disfrazado de revolucionario.
Hoy, más que nunca, debemos luchar con ahínco hasta recuperar el país de los civiles y de la civilidad. Venezuela tiene un enorme potencial si logra, de una buena vez, erradicar el militarismo y el caudillismo.
Eso se puede lograr si nos unimos, sin tantas críticas estériles y, sobre todo, venciendo el pesimismo y la desesperanza, para así enfrentar juntos la construcción de un país en el que la solidaridad, la responsabilidad, la ética y los valores humanos sean el norte al que apuntemos.
No permitamos que desadaptados sociales nos quiten el optimismo de vivir en Venezuela, que a pesar de sus defectos y fallas, es un maravilloso país.