Errores de dictador
Los errores de un dictador no son en extremo diferentes de los errores que comete otro gobernante cuyo ejercicio de poder ocurre bajo una realidad política distinta de la dictadura. Por ejemplo, la democracia. Así que un error de cualquier gradación podría consumarse en otro sistema político. De hecho en el mundo no se tiene precepto alguno que prohíba el cometido de un error.
Generalmente un error se perpetra cuando el gobernante se empeña en expresar su repudio contra quienes considera sus contrincantes o antagonistas. Es decir, cuando se ofusca. También suele ocurrir, cuando el gobernante insiste en pactar con su error algún objetivo toda vez que lo supone inspirado en alguna doctrina política.
Habría que ser extremadamente cauto para no cometer un error. O sea, perspicaz. Aunque el error es propio de la naturaleza humana. Tanto así, que el dramaturgo y poeta alemán Goethe, decía que el único hombre que no comete error alguno, “ (…) es el que nunca hace nada”. Sin embargo, podría inferirse que en el terreno del error es posible dar con algunas excepciones. Ya que hay errores a los cuales se le considera cierto valor pues en su práctica podría descubrirse alguna verdad.
Sólo que en el caso de los dictadores, siempre empecinados en legitimar sus ideas, necedades, improvisaciones y presunciones, sus errores se hallan inspirados por la maldad que encierra la gestión política. Sobre todo, cuando es emprendida u obligada por el inmediatismo. Por eso toda dictadura se reduce a un ejercicio político colmado de absurdas falsedades y simulaciones. O apariencias que toda dictadura busca siempre erigir mediante enmascaramientos de las realidades.
Podría decirse que, entre los errores más repetidos de un dictador, está el considerar cualquier otro sistema político escaso de fundamentos y de fuerza. Que cualquier otro sistema es débil y asustadizo. Aunque especialmente cuestiona la democracia.
No obstante, cabe reconocer que el susodicho cuestionamiento, no es del todo falso. Aunque es propio advertir que la institucionalidad democrática busca asir su funcionalidad a anclajes de profunda consistencia. Particularmente, aquellos representados por la legitimidad de origen y de ejercicio. Y que Max Weber, denominó “legitimación carismática” y “legitimación racional”.
Todo dictador, obstinado siempre en detentar el poder político, intenta convertir su discurso político en realidad. Por eso se empeña en imponer sus engreimientos. Y es justo ahí, cuando se va de bruces. Además, sin reconocer que cada error que comete lo sitúa cada vez más cerca del “patíbulo”. Aún así, el dictador vive equivocadamente convencido, , que “si el error se hace colectivo, adquiere la fuerza de una verdad”. Así lo refirió el sociólogo francés Gustave Le Bon.
Sin duda, el error es un arma letal tal cual como lo indicó la socióloga española, Concepción Arenal. Aseguró que tal condición “acaba siempre por eliminar a quien emplea el error como razón de la verdad”. Y en dictadura es más insidioso tal problema por cuanto el dictador busca obligar a que se realice todo lo que no está prohibido. O como reza la jerga popular. “O lo agarra el chingo, o el sin nariz”. Pero de esa, en dictadura, no se salva nadie. Ni siquiera los aduladores, serviles y zalameros del dictador.
Más errores de dictador
Otro de los errores garrafales que acostumbran a cometer los dictadores, supone creerse intelectualmente superior al resto. El hecho de creer que su nivel educativo les permite dirigirse a cualquier auditorio sin la preparación que implica la confrontación con gente calificada en especificidades académicas de conocimiento y saber. Dicho comportamiento, lo hace actuar cual desvergonzado ridículo.
Ahí el dictador se aprovecha de la ojeriza de los demócratas en su animadversión hacia el militarismo rancio, usurpador y presuntuoso. Militarismo este, que funge de “preservador” y alcahuete del autoritarismo-represor. Autoritarismo advertido, cuando el dictador ordena medidas tan obtusas que luego se convierten en errores supremos.
Por causa de tanto error conjugado con represión, hambre obligada y economía inflada, es que los dictadores sentencian su propia defenestración. Incluso, antes de que su tiempo expire. Total razón tuvo José Enrique Rodó, reconocido escritor y político uruguayo, al inferir de sus realidades vividas en la transición entre los siglos XIX y XX, que “los gobiernos que pretenden sofocar la voz libre de los pueblos, mueren asfixiados apenas pueda llegar a darse el silencio necesario”.
Aunque muchos de los errores que comete un dictador, al final, resbalan ante la capacidad de protesta y rechazo de pueblos anhelantes de democracia, siempre prevalecerá la resistencia de los demócratas como razón para superar las amenazas de la represión. Más aún, ante la legitimidad de las libertades sembradas en la conciencia de la gente. Gracias a los efectos de una historia equilibrada y armada de valores. Muy a pesar de saber cuánto suman los perjuicios provocados por los atropelladores errores de dictador.