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Enanos que se creen gigantes

Era un hombre tan pequeño, tan pequeño, que un día se encontró una canica y dijo: «¡¡¡Tengo el mundo en mis manos!!!»

Anónimo

España es un enfermo en vías de recuperación, al que se le mantiene con el último tratamiento prescrito hace casi un año, pero al que no se le ha podido hacer ninguna revisión y mucho menos profundizar en el diagnóstico para aplicar remedios encaminados a lograr la plena recuperación del paciente.

En casos como este, la experiencia ha demostrado reiteradamente, que aun cuando diagnóstico y tratamiento hayan sido inicialmente certeros, si no se profundiza en el proceso curativo en su momento, la enfermedad puede hacerse más resistente, cuando no sufrir un retroceso cuyas consecuencias son siempre difíciles de evaluar.

El problema es que España no es un ente abstracto, sino el conjunto de todos los españoles, y si España, por mor de la mezquina ceguera en que están sumidos aquellos a los que se les ha encomendado la curación del enfermo, se estanca o retrocede en el proceso de su recuperación, recaeremos nuevamente todos los españoles, pero fundamentalmente, aquellos a los que los mal llamados regeneracionistas, dicen defender; es decir: los más débiles, los que cobran las pensiones más bajas, los parados, los que desesperadamente buscan un rayo de luz en el oscuro túnel de la crisis alimentada por quienes la negaban a ultranza. ¿Qué digo la negaban? Se jactaban ostentosamente de que España estaba en la “Champion League” de la economía mundial.

Caro lo han pagado, porque aunque se haya extendido la idea de que en política todo vale, la mala administración, la mentira, el sectarismo y la corrupción, terminan por pasar factura, y al día de hoy, los que a sabiendas de que estaban mintiendo, negaban una crisis que se llevó por delante más de 40.000 empresas en España, dejó sin empleo a más de tres millones y medio de trabajadores y utilizaron el Fondo de Reserva de la Seguridad Social —la hucha de las pensiones— para financiar masivamente su despilfarro, se encuentran en el nivel más bajo de aceptación social de toda su historia.

No obstante, a pesar de haber perdido tres elecciones generales consecutivas, 5.864.626 votos y 84 escaños, lo que deja su representatividad reducida a la mitad y con ello haber estado a punto de dejar de ser la alternativa natural de gobierno, siguen empeñados en perseverar en el error, en una terquedad cuyo único motivo es evitar reconocer su propio fracaso y hacer inviable el mandato de las urnas para con el tres veces consecutivas triunfador adversario.

Por razones muy diferentes se comporta de igual manera uno de los partidos emergentes, hasta ahora apoyado por importantes sectores financieros, entre los que ha sembrado desconcierto y desencanto, hasta el punto de reconocer estos que el líder de la formación no ha dado la talla.

Pero como ya se sabe que a río revuelto, ganancia de pescadores, no han faltado los que viendo una oportunidad que difícilmente se les volverá a presentar, se han apresurado a pescar en el río del descontento presentándose tras la engañosa máscara de la esperanza redentora.

Sería una actitud de responsable prudencia, recordar a este respecto un pasaje bíblico claramente ilustrativo de estas eventualidades: «Cuidaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces».

La socialdemocracia —la que iniciaron en la transición sus hoy históricos y marginados dirigentes— y el centro derecha, están destinados a entenderse de por vida aunque su línea divisoria sea tan difusa que dé lugar a que exista una franja común que sea la que pueda inclinar la balanza hacia un lado o a otro. Pero nunca una formación pretenderá ocupar el espacio político de la otra. Por tanto, han de comprender sus dirigentes, que no son enemigos, sino solamente adversarios, que desde distintos puntos de vista —que de hecho deberían ser complementarios— contienden por un mismo objetivo: el bien común de España y de los españoles.

Tras doscientos días de un gobierno en funciones, ha llegado el momento de dejar de lado la demagogia, y sin menoscabo de las particularidades de cada partido, empezar a pensar en que todos tenemos el deber de poner nuestro grano de arena para lograr la total recuperación del enfermo, que de persistir en la obcecación de los vetos y las líneas rojas, podría empeorar gravemente, e incluso, de mantenerse en algunas pretensiones personales contrarias a la voluntad mayoritaria de los electores, se nos podría quedar en la mesa de operaciones.

Lamentablemente, los perdedores de estas y las anteriores elecciones, parecen haber heredado la empecinada usanza de los antiguos señores de Castilla, que tantas discordias les costaron, y nos siguen costando.

Viene al caso de nuestra situación política actual un alegato del conde Lozano en Las mocedades del Cid:

“Esta opinión es honrada.
Procure siempre acertalla
el honrado y principal;
pero si la acierta mal,
defendella y no enmendalla”

Genio y figura hasta la sepultura. Mil años han transcurrido de este discurso y seguimos cayendo en el mismo yerro.

Ojalá que ninguno de esos enanos que se creen gigantes porque se suben sobre sus propios hombros, al igual que hizo el padre de doña Jimena, tras cruzar la cara con su guante a don Diego Laínez de Vivar, padre del Cid, no tenga que afirmar:

«Confieso que fue locura,
mas no la quiero enmendar
»

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