En verdad, el camino no será de rosas
Yo, cada vez que puedo, leo a Maryclen Stelling. Por dos razones; primero, porque ella es una de las pocas voces ilustradas y que tienden a ser ponderadas del oficialismo. En sus artículos, procura aparecer equilibrada, aunque al final siempre se le sale el tinte rojizo. Y, en segundo, porque me maravilla ver que alguien que “was born with a silver spoon in her mouth»; vale decir: que nació en una familia adinerada, que tiene un background próspero (por decir lo menos), pero que no aprecia esa ventaja, más heredada que ganada, y adopta posiciones extremas que la equiparan con una Tania “la Vampira” Díaz. Claro que las argumentaciones de ambas son distintas en altura, pero idénticas en su ceguera doctrinal.
En su más reciente escrito en “Últimas Noticias”, falla gravemente ante la equidad cuando equipara las responsabilidades del gobierno y de la alternativa democrática por el fracaso del diálogo. No es justo. No pueden tener el mismo grado de responsabilidad el régimen —que llega a la mesa premunido de amenazas, con rehenes del otro encarcelados, con “facilitadores” que usan la misma camiseta que este, decidido a no transigir y que, para ello, nombra como sus representantes a un trío inaceptable hasta en la asamblea de un condominio—, y la oposición, que solo pide que antes de comenzar a hablar, el régimen dé libertad a tantos presos políticos como los que tiene como monedas de cambio, que deje entrar las medicinas y alimentos tan necesitados y que se devuelva al Parlamento lo que es su potestad: hacer leyes y controlar al Ejecutivo. ¿Cuál es la respuesta oficial?: soltar a una media docena de los presos menos importantes y encarcelar al doble de los liberados, desconocer las contadas órdenes de libertad emitidas por unos muy pocos jueces y jactarse de que la policía política actúa contumazmente contra lo debido, además de coordinar con la Sala Inconstitucional la acentuación del encono contra el Parlamento. Y, aun así, según la señora Stelling, la responsabilidad es idéntica.
Y lo peor del caso es que —en su habitual fachada de ecuanimidad— arranca diciendo que “El propio concepto de diálogo supone (…) una relación dialógica donde las partes exponen sus argumentos, explicaciones y evidencias fundamentados en pretensiones de validez y no de poder. El diálogo igualitario supone entonces que el “otro” no puede ser silenciado o excluido…” Que es todo lo contrario de lo que hemos visto y leído de diciembre para acá. Y que es lo que intenta seguir haciendo el régimen si es que logra, con torcedura de brazo y todo, que la MUD se vuelva a sentar.
Bien sinvergüenzas serían los de la Unidad si lo hacen sin exigir que se cumplan los requerimientos iniciales. Y que se trate de equilibrar el grupo de “facilitadores”, porque hasta ahora los fulanos expresidentes han resultado socios del mismo grupo que tanto los “ayudó” mientras gobernaban en Panamá, España y Dominicana. Por lo menos, ya no está el impresentable hoy exsecretario de Unasur y ayer indiciado por recibir financiación del narcotráfico para su campaña presidencial. Los venezolanos que queremos que cambie el estado de cosas por el cual los rojos han puesto a atravesar al país entendemos que la Unidad es indispensable porque el régimen está empeñado en eso de “dividir para reinar”. Pero también entendemos, y exigimos, que debe haber tanto relevos en la cúpula de la MUD como ampliación de los sectores del país que no están representados en ella (sindicatos, estudiantes, empresarios, clero). Y que para volver a sentarse a la mesa de diálogo debieran haberse solventado los requerimientos anteriores.
Coincido parcialmente con la señora Stelling en que “Este nuevo diálogo nace marcado y contaminado por la traumática experiencia anterior, en donde, a pesar de los esfuerzos de los mediadores e instancias como la Unasur y el Vaticano, las interacciones de poder predominaron sobre las interacciones dialógicas”. Pero de eso a que ambas partes son igualmente responsables por el fracaso de las conversaciones hay una distancia muy grande. Porque “las interacciones de poder” no fueron tales; lo que hubo fue un descarado empleo del poder oficial para doblegar a quienes ellos catalogan como “el enemigo”, y lograr todo de este sin ceder nada a cambio. En ese fulano diálogo lo que imperó fue —empleo las mismas palabras pronunciadas por la señora Maryclen— “la confrontación y la conflictividad política, la intolerancia, la negación al reconocimiento del otro que participa en el proceso, el rechazo a la construcción de sentidos, de procesos, acciones…”
La socióloga Stelling-Macareño debería acordarse de algunas cosas que dijo —confesó— en el programa de José Temiente al cual fue invitada. Que el discurso del oficialismo “…no profundiza, se fundamenta en la agresión al adversario a través de las etiquetas (…) Todos hemos caído en ese error (…) Estoy muy preocupada, en serio, por el nivel tan superficial del discurso político” (…) Es un discurso que se inicia y finaliza en un discurso guerrero (…) Nos estamos perdiendo en ese facilismo de descalificar al otro…”
Mi gentil señora, todos debemos apuntar hacia un diálogo de veras; debemos demandarlo. Pero uno en el cual se actúe sin coacciones oficiales; sin “mediadores” que favorecen a quienes los contrataron; con respeto mutuo y, sobre todo, dejando de lado posiciones ideológicas recalcitrantes, con la mira puesta hacia el futuro de la nación y el país. Pero, vuelvo a coincidir con usted: “Nos espera un largo camino, no precisamente de rosas, que requiere el concurso de todos…”