En las garras de la externalidad intertemporal
Por Miguel R. Carpio Martínez
@carpieconomics
Desde los primeros años de la carrera, los economistas incluimos en nuestro léxico el término externalidad. De hecho, hay dos familias: Las externalidades positivas y las negativas. En palabras sencillas, una externalidad negativa se produce cuando alguien es afectado por una actividad sin ser compensado por ello. Mientras que, el caso de una externalidad positiva se refiere a una situación en la que alguien es beneficiado por una actividad sin pagar nada a cambio.
Un ejemplo clásico de la una externalidad negativa es la contaminación. Una empresa genera desechos como parte de su actividad rutinaria los cuales afectan la calidad de vida de aquellas personas expuestas a tales desechos, sin que los afectados sean compensados por las penurias que deben afrontar.
Para ilustrar una externalidad positiva, imaginemos una vacuna capaz de acabar con virus como el Zika o el SIDA. Las mismas requieren de ingentes inversiones de capital y conocimiento, sin embargo, sus beneficios para la sociedad no solo serán percibidos por quienes logren desarrollar con éxito la vacuna.
Yendo un poco más allá, el concepto de externalidad puede extrapolarse del ámbito económico. Al revisar la literatura económica reciente (reciente para los economistas implica hablar de los últimos 20 o 30 años), es posible tropezarse con el término “externalidad intertemporal”. Este se refiere a efectos secundarios que puede generar una acción en un futuro, es decir, lo bueno o lo malo no afectará al mercado o a la sociedad en el presente. Esto se ha vinculado con estudios en materia ambiental.
Pero insisto, vayamos más allá de la economía. Hay acciones que como sociedad estamos haciendo en este momento que tendrán consecuencias para generaciones futuras y los venezolanos del futuro no tienen arte ni parte de eso que hacemos ahora. Por otra parte, hoy sufrimos y disfrutamos los “efectos secundarios” de decisiones y acciones emprendidas por venezolanos del pasado. No estuvimos involucrados, no hicimos ni dijimos nada, pero somos parte del predicado actual de lo que sea que se haya hecho.
Siendo un poco más incisivo (aunque algo me dice que ya muchos intuyen por donde voy), en el año 1998 un grupo importante de venezolanos decidió apoyar una propuesta política mientras que una minoría se opuso a la misma. Un porcentaje pequeño de esa minoría aconsejaba desde la prudencia, no caer en la tentación de esa oferta que vendía un cambio radical con bombos y platillos.
Aunque poco sutil, esa oferta fue acompañada por un excelente manejo publicitario que dejó inermes a quienes veíamos en ella una amenaza y quijotescamente tratamos de hacer ver su inconveniencia. Cabe destacar que ni en nuestras peores pesadillas pensamos que los resultados serían tan atroces como los que vivimos.
Inseguridad, impunidad para los criminales, un aparato productivo en ruinas, escasa competitividad de nuestra industria, inflación brutal, desastre en el mercado cambiario y por si fuera poco nuestros hijos y nietos se están convirtiendo en inmigrantes. Esos para los cuales trabajamos y dibujamos el futuro se nos van por una sencilla razón: No hay calidad de vida. Menuda externalidad intertemporal.
Todo esto por una decisión que quizás fue visceral, un intento vano de venganza, incluso un sueño con una mejor Venezuela que sirvió de gasolina para el vehículo incorrecto.
Ahora bien, creo que ya estamos claros, más por la experiencia vivida que por lo escrito por mí en párrafos previos, que aquellos que no evaluamos concienzudamente nos pasará factura en el futuro.
Esto es particularmente cierto cuando nos referimos a quien gobernará nuestro país. No se trata de apoyar al más simpático, al de mayor carisma, al que parece pana y del pueblo. Necesitamos un gerente y lo necesitamos en serio.
También necesitamos hacerle saber a los opositores que tiene aspiraciones políticas que nuestro criterio electoral ha cambiado y es que después de lo que estamos viviendo, tiene que haber cambiado. Las generaciones futuras nos exigen menos pasión y más racionalidad.
“Lo que hacemos en la vida tiene su eco en la eternidad”. Buena frase, ¿no? Pues no es de un pensador célebre. Pertenece al guión de “Gladiador”, la película ganadora del Oscar en 2001 y deja muy claro que lo que hacemos hoy tendrá repercusiones en el futuro. Eso es válido en nuestras vidas personales y como ciudadanos.
*Economista
Profesor UCAB