En Irán cualquier cosa puede pasar
Irán amenazará mucho a Israel pero difícilmente la atacará. Irán en realidad tiene poco por qué atacar a Israel, más allá de los alardes. Una cosa es que el Ayatollah, jefe supremo del único gobierno de religiosos en el mundo –haciendo excepción del Vaticano, que es un estado peculiar- asegure que barrerá a Israel de la faz de la tierra, y otra muy diferente que efectivamente lo haga. Ya en una oportunidad con un Israel peleón pero menos fuerte, el entonces rey de Jordania, Abdalá, que tenía bajo su mando al mejor y más eficiente ejército islámico, la Legíón Árabe y experto militar él mismo, se lo aclaró a Golda Meier, Primera Ministra de Israel, que él proclamaría a todos los vientos que acabaría con Israel, pero que jamás lo atacaría.
Vamos por partes.
Irán es un país extenso con al menos cuatro fases históricas y sociopolíticas a lo largo de miles de años de historia.
Hubo un Irán -aún no se llamaba asi- que ya era era medio desierto y medio tierra fértil, territorio de cruce de los primeros habitantes de la Tierra entre Asia y Europa, más o menos controlado por tribus que solían ser pisoteadas por quienes iban de un lado al otro, hasta que aparecieron dos grandes hombres –mencionados aquí sin precisiones- que fueron Ciro el líder y Zoroastro el filósofo.
El segundo creó la segunda religión monoteísta de la historia –los otros fueron los judíos, mucho más lejos-, el culto a Zaratustra, una auténtica filosofía que se difundió entre las tribus de la región barriendo con pequeñas religiones y diosecillos.
Con una sola religión, Ciro el medo, nacido entre la tribu de los medos al noroeste de lo que hoy llamamos Irán, organizó el país y al frente de esos medos se expandió y creó una sola nación, el imperio medo, que continuaría creciendo e imponiéndose a unos y otros incluyendo a los griegos que crecían más al este inventando la democracia y la gran cultura del pensamiento occidental, divididos entre atenienses, espartanos y macedonios, guerreando entre ellos pero aliándose contra los demás. Cruzando el Mar Egeo crecía, poderoso y forjando su propia forma de ver la vida, el imperio medo o persa, unido y forjado por Ciro el conquistador y sus sucesores la serie de Daríos, Jerjes y Artajerjes que mantuvieron grande al imperio siempre enemigo de los griegos a quienes nunca lograron derrotar.
Toda grandeza en la historia se debilita y se transforma y centenares de años después, ya nacido y creciendo el cristianismo, un árabe casado con una viuda se sintió intérprete de Dios a quien llamó Alá y creó una cuarta religión monoteísta –ya habían nacido el zoroastrismo persa, casi muerto, el judaísmo y el cristianismo, que fue la tercera- con elementos propios y personajes reconocidos de las otras religiones, como el líder judío Moisés y el hijo de Dios cristiano y Dios El mismo Jesús, y personajes comunes a ambas religiones como algunos arcángeles, todos ellos figuras citadas con respeto en el Corán pero siempre detrás de Alá el todopoderoso, el misericordioso, y siempre con Mahoma como profeta y .
Nuevamente una religión unificó pueblos, el Islam de Mahoma unió a las tribus árabes y las lanzó a conquistar tierras y naciones con el Corán en ristre y así llegaron y dieron nuevo sentido de vida a los medos y a los árabes que se unieron detrás de Alá y Mahoma –por el otro lado, al oeste, llegaron hasta España donde estuvieron ochocientos años y mahometizaron el norte de África y el este del Mediterráneo. Y no subieron hacia Francia y el norte de Europa porque Charles Martell, al servicio del rey Carlomagno, los derrotó en los Pirineos. Pero por siglos, con la excepción de Grecia a la que dejaron más o menos tranquila, el Mediterráneo fue un mar musulmán. Y es preciso recordar que los musulmanes no fueron patanes salvajes, produjeron matemáticas, literatura, avances médicos, arquitectura.
En la vieja Persia se impuso el estilo mahometano, pero siguió siendo un país que crecía o se reducía según el atacante del momento, porque a lo largo de las edades media y moderna de Europa, incluyendo las crisis del absolutismo monárquico, la revolución francesa y el auge y caída de Napoleón, en Persia cambiaban las dinastías pero no la monarquía. Ni la religión, Zoroastro se fue apagando y sólo quedó en los libros mientras crecía esplendoroso el islamismo.
Con dos aclaratorias. El islamismo persa se basó en el shiismo, versión que seguía y sigue la interpretación de un sobrino de Mahoma, el resto árabe y posteriormente también el turco-otomano era sunita, la otra versión. Busque usted las diferencias, que no son muchas en la concepción de sólo Alá es Dios y Mahoma su profeta.
Y fue inevitable que ya en tiempos más recientes franceses y británicos metieran las narices en la zona por razones de expansión y comerciales, por Persia pasaban todas las rutas comerciales de ida y de vuelta. Los religiosos persas estaban más relacionados con las comunidades populares, aclarando ahora que “ayatollah” no es una jerarquía como los obispos cristianos sino el título de los religiosos más respetados y admirados por su consagración al estudio del Corán y de los detalles de la religión.
Al mismo tiempo siglos atrás, después que fracasó la rebelión judía contra los romanos que llevó a Tito, jefe de las legiones por herencia de su padre Vespasiano que dejó el comando de esas tropas para ir a Roma a ser coronado emperador, a derrotarlos aplastantemente tras rebelarse y a consolidar el dominio romano y el saqueo y destrucción del templo de Salomón –“no quedará piedra sobre piedra”, había profetizado Jesús subiendo con la cruz a cuestas por el monte Calvario, no se olvide-, no todos los judíos se fueron al exilio, unos cuantos se quedaron, sometidos a los dominios sucesivos de romanos, otomanos y mahometanos pero manteniendo la presencia de un estado judío aunque políticamente no existiese, para los judíos en el mundo entero el recuerdo de una patria original, la “tierra prometida” entregada por Dios, y los diversos musulmanes, firmes controladores fueron en general tolerantes siempre y cuando no molestaran y fueran buenos ciudadanos obedientes a las autoridades musulmanas.
Pero, destino inevitable, las ambiciones europeas llegaron y especialmente los ingleses en la segunda mitad del siglo XIX se adueñaron de todo. No de Persia, pero hicieron notar su presencia y poder, y les convino que se mantuviera la tradición monárquica. A la cual dieron soporte.
Ya en tiempos más recientes, durante la II Guerra Mundial y poco después, las potencias occidentales enfrentadas a los nazis le dieron aún más peso usando a su capital Teherán para reunirse. El sha no estaba invitado, pero fue al menos el mandatario del país donde estadounidenses, británicos y soviéticos se pusieron de acuerdo para enfrentar al fascismo italiano y el nazismo alemán. También comprendieron norteamericanos e ingleses que ni de vaina dejaría ese país, llave de occidente hacia oriente y de oriente hacia occidente en las manos ambiciosas de Stalin, aunque el viaje fuese más corto, Teherán fue asunto de estrategia y los primeros asomos de la Guerra Fría.
Terminada la guerra comenzaron los problemas en Irán, especialmente por un ayatollah más rebelde, Jomeini, que finalmente fue echado hacia afuera. La molestia de Joneini, y de otros religiosos, fue que el sha –ya era Reza Pahlevi- promovía la occidentalización de los iraníes en actitudes, vestimenta, formas de pensar, incluyendo a las mujeres. Pero, además, se sostenía la ya habitual crisis económica a pesar de que en el suroeste crecía la industria petrolera.
Los religiosos discutían con la gente y como buenos políticos les hablaban de lo bien que vivía el sha y su familia, y lo mal que vivían ellos, al final el petróleo iraní sólo enriquecía a los europeos y estadounidenses, lo cual molestaba a los iraníes empobrecidos. Jomeini era el ayatollah más radical e indignado y terminó lejos de sus escuchas, en Paris.
Estados Unidos, como suele suceder, se metió en el asunto pero se equivocó en el manejo y los resultados de toda esa situación la conocemos, rebelión popular, derrocamiento y exilio del sha Reza Pahlevi –que además tenía cáncer y murió- el asalto a la embajada estadounidense y el desastroso intento de Carter de rescatarla, el control nacional del gobierno de los ayatollahs, la conversión de Irán en país injerencista que llegó hasta la Argentina y violento, un país que hoy tiene dos fuerzas militares, la del país y la que obedece sólo al ayatollah religioso, que embandera lo antijudío y lo antioccidental.
Las sanciones estadounidenses le han hecho serio daño, y hoy es un país fanático con dificultades económicas, mantener una tiranía policial –policía normal y policía religiosa- y dos muy equipadas fuerzas militares no es barato, al contrario, aunque su industria avance (ha vendido drones rudimentarios pero razonablemente eficientes a los rusos para su guerra contra Ucrania) y desarrolla silenciosamente una industria para tener sus propias bombas atómicas –aunque hasta ahora sólo parecen haber logrado enriquecer uranio hasta un 60 %, y necesitarían llegar a más del 90 %, pero es un problema mundial en perspectiva.
Otro problema es que el Ayatollah líder supremo actual tiene 85 años de edad y parece estar mal de salud pero no se vislumbra claramente un sucesor, podría ser otro más radical.
En un ambiente convulso como el del Medio Oriente, a pesar de sus problemas no se puede quitar la vigilancia sobre Irán, e Israel no lo hace aunque el régimen iraní actual tenga un doble lenguaje, el de alardear contra Israel y occidente, y la realidad de venganzas hoy pequeñas en respuesta a ataques.
Entre otras cosas porque debe gastar mucho tiempo y dinero en vigilar a su propio pueblo, los iraníes podrían estar hartándose de los esfuerzos por seguir viviendo en la Edad Media y por las dificultades económicas que los ayatollahs no logran resolver.
Y porque Irán, después de todo, es el menos islámico y más pendiente de Europa de los países islámicos. En Irán, hoy en día, cualquier cosa puede pasar.