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En Afganistán perdió la woke diplomacy, ganaron los narcos

El domingo 15 de agosto, mientras el mundo cristiano celebraba la asunción de la Virgen María ascendiendo a los cielos en cuerpo y alma, los lobos entraban a Kabul sembrando el terror y el caos. Cientos de fotografías y videos anónimos inundaron las redes sociales con las escenas de desesperación de millares de personas tratando de abordar los escasos aviones dispuestos para evacuar a diplomáticos y funcionarios. La mayor potencia militar y tecnológica del mundo sucumbía penosamente acorralada por una banda de feroces seguidores del integrismo musulmán sunita. En pocas horas se perdieron 20 años de ocupación militar y más de 1.000 millones de dólares, en el camino empedrado con las buenas intenciones de democratizar a una sociedad tribal fundamentada en el poderío de clanes patriarcales que constituyen los principales productores de opio del mundo. Afganistán suple con más de 7.000 toneladas métricas anuales al mercado de heroína mundial, constituyendo la principal fuente de divisas de los señores de la guerra, del gobierno de turno y de las organizaciones encargadas del tráfico hacia países vecinos y de allí hacia Europa y Estados Unidos, suficiente para alimentar a los 60 millones de adictos en el mundo. En los últimos años, bajo el abrigo del corrupto gobierno afgano, los cultivos tuvieron un crecimiento exponencial de cerca del 37% anual. Sin temor a equivocarnos, podríamos aseverar que la multimillonaria economía paralela de las drogas socava las instituciones de cualquier país. En ese espejo se pueden reflejar Colombia y Venezuela.

Con el título “No ha ganado el islamismo, ganó la heroína”, el diario Corriere della sera (18.08.2021), publica un crudo reportaje en el que afirma: “En estas horas, después de más de veinte años de guerra, el islamismo no ha ganado. Ganó la heroína. El error es llamarlos milicianos islamistas: los talibanes son narcotraficantes. Si lee los informes de la UNDC, la oficina de la ONU contra las drogas y el crimen durante al menos veinte años siempre encontrará los mismos datos: más del 90% de la heroína del mundo se produce en Afganistán. Esto significa que los talibanes, junto con los narcos sudamericanos, son los narcotraficantes más poderosos del mundo”. (Roberto Saviano, I miliziani della droga. I talebani sono i nuovi narcos: eroina, miliardi e geopolítica, Corriere della sera, 18.08.2021)

A la miopía de los políticos, diplomáticos y analistas norteamericanos sin experiencia en los terrenos de la realidad social de los países donde pretenden establecer las normas democráticas occidentales, se suma lo que Madeline Grant ha denominado woke diplomacy: “Cualesquiera que sean los aciertos y los errores de nuestro compromiso inicial, la suprema incompetencia de la salida de Occidente del Afganistán ha destrozado su credibilidad estratégica y su moral. Los últimos días no solo fueron trágicos a nivel humanitario, sino aterrador en lo que revelan sobre el establishment político: primero tan equivocado y luego tan sordo en las consecuencias. Las viejas certezas de la posguerra se han hecho añicos y han sido reemplazadas por una política de charlatanería vacía, que ve las palabras como un sustituto de la acción y cuyos valores a menudo están irremediablemente sesgados. Los últimos días han mostrado lo absurdo de esta cosmovisión. No es una coincidencia que los representantes electos a menudo carezcan de experiencia fuera de la política profesional” (The Telegraph, 18.08.2021).

José Luis Calvo Albero, de la Universidad de Granada, publica un excelente análisis histórico del proceso afgano bajo el título “Afganistán: reflexiones sobre el desastre”, en el que cuestiona las razones de las intervenciones en países en conflicto: “La primera es que no se puede intentar transformar una sociedad primitiva según parámetros occidentales. Entre la Edad Media y el siglo XXI hay múltiples etapas intermedias que es preciso recorrer y que se pueden acelerar, pero no ignorar.

La segunda es que en un sistema intrínsecamente corrupto hay que controlar también la corrupción y ser capaz de dirigirla en una dirección provechosa, en lugar de ignorarla y permitir que se convierta en un instrumento de demolición de todo lo construido.

La clara identificación de las elites en cada país: las que gobiernan, las que aspiran a gobernar y las que desearíamos que gobernasen, es un ejercicio indispensable a la hora de realizar un esfuerzo de estabilización.

Quizás la lección más dura, y una sobre la que merece la pena reflexionar, es que la democracia no es un punto de partida sino un destino final. A la democracia se llega a través de la maduración de una sociedad durante generaciones, maduración que implica experiencia, sacrificio y educación ciudadana. Pensar que la instauración de un sistema democrático supone el principio de una etapa de estabilidad, libertad y prosperidad es una idea muy norteamericana, pero lo que funcionó en las desarrolladas colonias británicas en América en el siglo XVIII no tiene por qué funcionar igual en el Afganistán del siglo XXI”.

El gigantesco fiasco ocurrido en Afganistán no ha hecho mella en la estupidez de los dirigentes mundiales. “El mundo los está mirando”, advirtió Nancy Pelosi a los talibanes mientras, con el rostro desencajado, hacía un gesto de reprimenda con su dedo índice. El Consejo de Seguridad de la ONU, hizo pública una declaración en la que exige “el cese inmediato de todas las hostilidades y el establecimiento, mediante negociaciones inclusivas, de un nuevo gobierno unido, inclusivo y representativo, incluso con la participación plena, igualitaria y significativa de las mujeres” https://www.un.org/press/en/2021/sc14604.doc.htm

Parece otra broma la admonición de la primera ministra de Nueva Zelanda, Jacinda Arderm, al implorar a los terroristas «que reconozcan los derechos humanos». Un portavoz del Departamento de Estado de EE. UU. abre la posibilidad de reconocer un Gobierno talibán en Afganistán si «defiende los derechos humanos y rechaza el terrorismo». Podríamos calificar estas declaraciones como un arma secreta, capaz de matar de la risa a los terroristas. De la estupidez al cinismo más rancio fueron las declaraciones del canciller ruso recogidas por @Agence France-Presse: Las promesas de los talibanes en cuanto al respeto de la libertad de opinión en Afganistán representan una «señal positiva», ha considerado el jefe de la diplomacia rusa, Sergueï Lavrov https://twitter.com/afpfr/status/1427612423872155660?s=27

Mientras los políticos, sin ningún sentido del ridículo, abordaban la tragedia con puerilidad e insensatez, el diario El Mundo de España (@elmundoes), colgaba en twitter un video mucho más elocuente que esas declaraciones vacías. Allí se observa a un grupo de mujeres afganas portando unos carteles de protesta frente a bandas de talibanes armados llegando a Kabul: “Un grupo de mujeres desafía al talibán y protesta en plena calle por sus derechos, que los talibanes amenazan con dilapidarlos de golpe. Según la Sharia de los extremistas, no podrán trabajar ni ir a la escuela y solo podrán salir a la calle con su marido, su padre o hermano. Si no cumplen con estas normas, serán sometidas a azotes, palizas y abusos verbales».

Otro twitter de https://twitter.com/afoca13/, rezaba así: “Ayer vi hombres correr para escapar de Afganistán en aviones. Hoy veo mujeres valientes caminando las calles de Kabul dispuestas a defender sus derechos y logros frente a la barbarie de los talibanes.  Su valor me da escalofríos, saben que deben vencer el miedo para que las respeten”.

@Alonso twitteó: Hay que reemplazar a estos globalistas descerebrados por patriotas con sentido común y amor por sus pueblos. Ni en la peor crisis de Occidente son capaces de poner los pies en la tierra. https://twitter.com/alonso_dm/status/1427545027752964112?s=27

Un último twitt que recogí al día siguiente del desastre: “Si la administración de @POTUS puede entregar Afganistán con tanta facilidad a los talibanes, no debería sorprender que estén dispuestos a entregar América Latina al castrismo, al chavismo y a todos sus socios del crimen organizado”.

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