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Elucubraciones: Esclavos del Whatsapp

Néstor Francia

Los seres humanos me parecen a menudo muchachos altos con serias dificultades de aprendizaje y morosidad para madurar. Son niños y niñas grandes (casi todos sus defectos corresponden a su partecita adulta). Lo malo es que desconocen al resistente niño que llevan por dentro y se creen realmente “grandes”, lo cual afecta seriamente su creatividad y su sentido del humor, y en consecuencia su posibilidad de ser felices. Pero una vez más estoy divagando, como me suele suceder. Trataré de ir al grano.

Un buen ejemplo de lo dicho en el párrafo anterior es el uso que dan muchos a la herramienta digital Whatsapp. Digresión: se trata de una ingeniosa contracción de la frase coloquial inglesa “What’s up” que significa algo como “Qué hubo”, de manera que en español podríamos llamarla “Quihubo”, perdiendo sin remedio la argucia que permite incluir, en inglés, la abreviatura “app”, que se refiere a “applicatión”, o sea “aplicación”.

Yo estoy en varios grupos de Quihubo y también recibo mensajes de amigos y conocidos. He silenciado todas las notificaciones para que el bendito celular no me esté pitando todo el día. Básicamente, el Quihubo se ha convertido en un instrumento de reafirmación personal de los niños grandes. Allí exponemos, a veces con ladillosa largura, nuestras opiniones, anunciamos nuestros cumpleaños, nos hacemos mimos y carantoñas, nos armamos peos, expresamos nuestras cuitas y alegrías, nos pasamos cadenas, memes, fotos, selfies, emoticones y pare usted de contar. Algunos quieren que nos arrepintamos y nos convirtamos al culto de Jesús aquellos que no somos cristianos (la insistencia evangelizadora supera con creces a la de cualquier otra religión, al menos por estos lares). Otros, como yo, lo usamos ocasionalmente para joder y burlarnos de nosotros mismos y de los demás ¡Tampoco es para eso!

Como soy fanático del parafraseo, voy a recurrir a este vicio utilizando una célebre frase de Winston Churchill, uno de los burgueses más inteligentes que han nacido: “Algunos ven a la empresa privada como si fuera un tigre depredador al que se debe disparar. Otros la consideran una vaca a la que hay que ordeñar. Solo unos pocos la ven como lo que realmente es: un robusto percherón que arrastra un pesado carro”. Voy a parafrasearla así: algunos ven al Quihubo como un terapeuta gratuito para explayar sus sentimientos y emociones. Otros lo consideran un filósofo multitudinario que juzga nuestras ideas. Solo unos pocos lo ven como lo que debería ser: un rápido mensajero que porta un maletín con ciertos papeles de trabajo.  Es muy difícil convencer a la multitud de esclavos del Quihubo de que se use ese espacio no para socialización sino para la información útil al trabajo (yo socializo por ahí con mis hijas, pero ¡son mis hijas!). Por eso me llegan no menos de mil  mensajes diarios, de los cuales solo una mínima parte me son realmente útiles. Así que vivo borrando, en general sin leerlos todos, corriendo el riesgo de perder alguna información relevante. No convenceré a la mayoría, estoy seguro. Seguirán los niños  grandes entreteniéndose con su juguete, y yo borrando y borrando. Cierro con una anécdota para reafirmar mi idea de que el Quihubo es una forma de esclavitud: un sábado, tarde en la noche, me llegó un mensaje con algunos consejos “filosóficos” que no había solicitado. El esquema de los mensajes era el siguiente: “En vez de hacer tal vaina, haga esta otra”. Yo respondí: “En vez de estar enviando pendejeras por Whatsapp un sábado en la noche, cáigase a palos” ¡Joder!

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