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El voto, otra vez el voto

1.- No somos indiferentes a una certeza: es difícil hablar de participación en elecciones regionales, municipales y parlamentarias de 2025 sin tropezar con la experiencia amarga que implicó y seguirá implicando lo sucedido el 28J. La consumación del golpe institucional pesa como una losa no sólo en las conciencias, en las valoraciones más racionales y serenas, sino en el herido ánimo nacional. Pero la idea de la historia concebida como secuencia de momentos de decisión, no de fatalidades (C.R. Hernández, 2005), no de arbitraria sustitución de hechos sin conexión con lo previo, quizás contribuya a trajinar con el comprensible trauma, sin que este se convierta en sentencia de inacción perpetua, de puro pasado sin gestión constructiva.

2.- Insistir en no elaborar y trascender lo previo sería anti-histórico, de hecho. Sería refutar una dinámica que ha permitido que los actores políticos aprendan y operen sobre la realidad social para modificarla, cada vez que ha sido posible y cuando las singulares capacidades de estos lo hacen viable. El momento de decisión se ata así a un dilema estratégico que debe resolverse, y que puede coronar en acierto o desacierto. Ambos resultados ofrecen pistas sumamente útiles no sólo para avanzar sino, sobre todo, para no retroceder. Si algo importa acá es no paralizarse mientras la realidad sigue su implacable curso, no convertir el éxito en error, la ganancia en lastre. No volverse blanco de ese síndrome que Freud asociaba a quienes fracasan al triunfar, y que sólo lleva al miedo y la repetición de patrones, a la melancolía y la auto-aniquilación.

2.- Ahora mismo, en cuanto a capacidad para incidir en las movidas institucionales, en el diseño y aplicación de políticas públicas, una oposición amenazada sigue sin poder desarrollar ventajas que la hagan un actor relevante. Al contrario. Lo ocurrido el 28J, si bien califica como un indudable triunfo táctico y logístico, no se tradujo en el triunfo político prometido, no coronó con el cambio de sistema que, según cierto discurso metafísico, nos llevaría al fin de la historia. He allí una segunda certeza con la que hay que lidiar y que conviene sembrar en el análisis. Si bien la ética de la convicción reaparece para justificar la intransigencia, no hay fortalezas que, en materia de influjo real sobre decisores y dueños del poder, apunten a algún grado de eficacia política. Entonces, “primero, concéntrense en salir del pozo”. Eso sugería Felipe González en 1986 a miembros de la Concertación chilena, con quienes conversaba acerca de los planes para Chile una vez que Pinochet dejara el poder. Pero entretanto esa condición sine qua non se concretaba, ¿qué hacer? ¿Cómo construir condiciones desde cero para la democratización, partiendo del crudo conteo de los motores no disponibles?

3.- En circunstancias de restricción extrema y antes que apelar al traicionero locus de control externo, lo prudente sería evaluar las alternativas viables y al alcance. Similar consideración surgió de cara al 28J, por cierto, una vez que la tesis de la presión y el quiebre, tan popular en 2019 y más allá, no prosperó ni hizo tambalear al poder. La retórica pro-voto, tradicionalmente desairada por sectores más afines a la idea del fast track, del cambio revolucionario, pasó a ser parte del arsenal discursivo de quienes descubrían su potencial para captar adhesiones y articular mayoría política en un momento dado. Mirar la elección no como estación final, sino como método para procurar ese influjo prácticamente inexistente, era lo razonable. Pero en el camino, el medio se volvió fin último. En medio del agrio desenlace, del quiebre de las expectativas y la frustración que se alza como un muro anti-razón, la paradoja es que esa apropiación discursiva hizo que se atribuyese al voto una capacidad de generar alternancia expedita que sólo podría garantizarse en democracia. Cosa que, al mismo tiempo, resta valor al impacto no lineal, transversal y progresivo que este tendría en contextos autoritarios.   

4.- Si bien ha habido defensa tan razonada como vehemente del potencial de la participación en elecciones viciadas, también se ha sostenido -incluso en medio de la euforia basada en promesas de triunfo y cobro irreversible- que el voto no operaría como un milagro. En especial cuando la trayectoria previa ha estado signada por recurrentes llamados a la abstención, abandono de la arena institucional, inconsistencia estratégica, estigmatización del diálogo y la negociación, disolución de puentes, división interna, desmovilización ciudadana, crisis de representación, pérdida del ascendiente y de la capacidad de agencia de actores y partidos políticos. Un salto radical de la nada al todo resultaba así poco probable. La ilusión quizás contribuyó a subestimar amenazas y debilidades; pero lo que se esperaba -aún se espera- es que un liderazgo realista, con sentido de nación y orientado por la ética de la responsabilidad esté atento y se haga cargo de las consecuencias de decisiones que pesaron, que aún pesan y que continuarán moldeando los acontecimientos.

5.- De cara a los desafíos futuros y pese a la incertidumbre que genera la fraudulenta jugada del 28J, algunas cosas lucen más o menos claras. Una de ellas, que incluso frente a los riesgos que hoy entraña la participación, la abstención no ofrece alternativas eficientes. Abstenerse, en tanto expresión de impotencia y catarsis puntual, en el mediano y largo plazo tiende a desmovilizar, despolitizar, desarraigar, deshabitar, desvincular. A deshacer el esfuerzo acumulado en términos de construcción de redes e instauración de hábitos y valores democráticos; de fortalecimiento de la presencia, visibilización y relevancia del liderazgo no sólo nacional, sino regional y municipal. Es optar por la inacción (y el suicidio) cuando se sospecha que no se puede obtener la máxima ganancia. Nos preguntamos: ¿es realista esperar ganancias máximas en este contexto?

6.- De allí que una aspiración revolucionaria, de modificación abrupta del orden vigente, de todo-o-nada, parecerá incompatible con la naturaleza de la participación electoral en sistemas autoritarios, donde esta suele operar bajo férreo control institucional del Estado. El voto en estos contextos más bien responde a un plan de transformación gradual que impacta, modela, sostiene y vigoriza la conciencia colectiva de sociedades ganadas por la necesidad de cambio. Hablamos, sí, de un derecho fundamental y constitucionalmente garantizado, premisa que legitima e inyecta contenido a la invitación a resistir, a plantarse tercamente ante el abuso y la imposición de silencios. Pero, además, de una herramienta de lucha objetiva contra las condiciones y por el cambio de esas condiciones. Las llamadas transiciones prolongadas así lo confirman. En regímenes donde la oposición no cuenta con demasiados terrenos de acción ni capacidad de maniobra, este camino puede canalizar las energías de actores/partidos que, al articularse, juegan en dos niveles: por un lado, compiten por votos para derrotar al gobierno (a veces lo logran). Por otro, presionan por la conquista de las reformas institucionales necesarias para que los votos cuenten y sean políticamente útiles. Si antes no se ha desarrollado capacidad e influjo real sobre los decisores, sobre los dueños del poder (para lo cual sirven los votos, pero no depende enteramente de ellos) esto último resultará imposible.

7.- Consideremos que la necesidad de regímenes autoritarios de recurrir al voto para obtener alguna legitimación, pudiese abrir en algún punto algunas ventanas de incertidumbre democrática, algunas grietas que hacia lo interno del chavismo amplifiquen el momento de duda e interpelación. ¿No es eso lo que de algún modo también perseguía la participación el 28J? Pese a la brutal radicalización poselectoral que presenciamos en 2024, cabe pensar que las dinámicas relacionales dentro del bloque de poder no han sido del todo inmunes a la rotunda expresión de rechazo de la mayoría. Disponerse a afinar ojos y oídos para captar la singularidad y amplificarla cuando la ocasión sea propicia, también implicará apostar al potencial del voto como instrumento transformador del conflicto.

@Mibelis

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