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El valor de mantener vivo el espíritu de resistencia

Muchos se preguntan: ¿Por qué es tan leve la reacción ante la infame vida que este régimen nos hace transitar; por qué ante esas violentas represiones y abusos de todo tipo que estamos sufriendo son tan tímidos los reclamos? Produce, más que extrañeza, perplejidad, que ante comprobados casos de corrupción, de terribles vejaciones, de comprobadas triquiñuelas, de sempiternas burlas a la ciudadanía, a la cual precisamente le han robado su futuro, y aquí y ahora no suceda nada…  ¿Por qué la ciudadanía no reacciona con firmeza, ante el marasmo, ocasionado por el régimen, que hace un buen rato nos condujo a un estado de descomposición que ha rebasado todos los límites imaginables?
Joseph-Marie de Maistre, en su obra política sobre Francia (1797) dejó una sentencia cargada de pesimismo: Cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Siglo y medio después, el escritor y político francés André Malraux le dio un suave giro a la reflexión en cuestión, al apuntar que no es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen. ¿Acaso un país cansado, timorato e incapaz de darle la cara a las penurias que sufre y se acrecientan día tras día, merece su desesperanza y angustia?
Nuestra sociedad muestra rasgos de cansancio, de agotamiento. Así están las cosas. Esta sensación subjetiva de falta de energía física o intelectual, o de ambas, se convierte en apatía; es la sensación de que nada va a cambiar, que todo esfuerzo es en vano, que todo va a seguir igual. Y eso hace posible que el régimen haga lo que le dé la gana, que aplaste a quien quiera y como quiera. Que se burle, a través del T.S.J (ese “bufete inconstitucional malandro” como lo llamó Henry Ramos Allup) de cualquier intento de enderezar, en la Asamblea Nacional, tal cúmulo de injusticias, trapisondas e inmoralidades. Y la lectura que tiene la ciudadanía en general, es que estamos ante una fase más de la puesta en marcha de un imaginario de la irreversibilidad e invencibilidad del régimen, lo que nos hace ver que cualquier opción de cambio está totalmente cerrada. Nuestra sociedad está especialmente necesitada de momentos de sosiego, de ilusión y de esperanza. Pero si la esperanza es arrebatada la sociedad queda inerme y desamparada, sin porvenir. Tan mal está la situación de nuestro país que no podemos permitirnos ser temerosos, indiferentes o pesimistas. Esa apatía en lo pertinente a la toma de posiciones respecto más que a la política, a los asuntos públicos, en la que vivimos atrapados millones de ciudadanos, es probablemente reflejo de una actitud cotidiana de desinterés, o de temor ante las embestidas intolerantes del régimen y del escepticismo relativo a cualquier camino que tomemos para buscar la imprescindible salida a esta horrible situación.
La búsqueda de un país mejor no puede llevarnos a creer que el fin justifica la pérdida de la dignidad, lo que siempre facilita la segregación o la represión. En tiempos de crisis, de incertidumbre política, de angustias económicas y de abatimiento moral es cuando más pertinente y necesario resultan tanto la reflexión y el análisis, como la decidida participación, pues es tan importante no renunciar a la conciencia como no renunciar al porvenir.
La gente espera algo más. Si queremos romper los paradigmas vigentes en nuestro país, tenemos que empezar por cambiar nuestra actitud de una vez por todas y dejar de lado la presunción de imposibilidad ante las realidades que tenemos ante nosotros. En muchas ocasiones, para abrir espacios a la participación hay que empezar por negarse a aceptar lo que moralmente resulta inaceptable. Ya es el momento de que todos los ciudadanos demócratas terminemos de asimilar que este régimen no respeta ni protege la libertad de la ciudadanía, lo que nos indica que hemos dejado atrás lo que se considera una verdadera democracia… Esa es la realidad que hoy tenemos que enfrentar, ya que el miedo al riesgo y el silencio cómplice frente a la maldad, son una de las tantas nefastas condiciones que afectan a nuestra Nación. Thomas Jefferson, en una carta a James Madison de 1787, defendía precisamente el valor de mantener vivo el “espíritu de la resistencia” para impedir que aquella sentencia del “sálvese quien pueda” termine de dar al traste con los débiles cimientos de nuestra democracia. Y recordaba también que “la tiranía se define como aquello que es legal para el gobierno pero ilegal para los ciudadanos”.
Manuel Barreto Hernaiz
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