El último después del último…
Antonio José Monagas
No siempre, es posible hablar de continuidad de los procesos históricos como condición inexorable para determinar la periodización en función de eventos marcados por la irrupción de brechas que, para la historia, representan hitos fundamentales los cuales permiten la comprensión de hechos, circunstancias y coyunturas. Sobre todo, cuando algunas fracturas devenidas en realidades políticas, económicas o sociales, definen cortes profundos que obligan a dividir el tiempo según el desarrollo de situaciones bajo estudio.
Cabe este preámbulo a los fines de fijar el contexto que abre el sentido al problema que esta disertación busca revisar. Particularmente, al tratar de cuestionar el llamado propagandista del cual se vale el ámbito institucional nacional para plantear conjuntos de ofrecimientos que comprometerían el ingreso de Venezuela al siglo XXI. Sin resultado alguno.
En lo esencial, la intención en ciernes es poner en duda el ingreso de Venezuela al siglo XXI. Independientemente del hecho que representa el manejo del calendario gregoriano. Pues si bien la incidencia del orden cronológico que establece el calendario, dictamina el ordenamiento cardinal y ordinal del tiempo, en términos de su difusión, trascendencia y, por tanto, de su progresivo discurrir, no así sucede si la eventualidad de las realidades es implantada por las contingencias que se dan alrededor del desarrollo de los tiempos.
Entonces de aceptar este criterio o postulado, puede exponerse que la idea de estas líneas, es dar cuenta que Venezuela sigue sin haber entrado al siglo XXI. Se atascó resabiadamente en el siglo XX. Y cuidado si no fue que retrocedió muchos años atrás. Habida cuenta, es el mismo problema que vivió el país de cara a su ingreso en el siglo pasado.
Cronológicamente, hoy se vive un país que -en poco o nada- se parece a lo que ha pautado el desarrollo científico, tecnológico, humanístico y artístico característico del siglo XXI. Desarrollo éste que ha acompasado la incorporación política, económica y social de una multiplicidad de países insertados en el mismo espacio geográfico donde igual reposa Venezuela. Justamente, he ahí el problema que disloca el acceso de Venezuela al siglo XXI. Por lo que se le atoraron las ganas de ser un país “potencia”. O acaso “potencia” en corrupción y transparencia.
Por mucho que algunas empresas e instituciones nacionales hayan realizado un importante esfuerzo para emparejar procesos propios a los adelantos infundidos por las nuevas tecnologías, características del siglo XXI, el problema por el cual Venezuela sigue rezagada es de otra índole. No es exactamente esta medida, lo que pudiera notar que la realidad venezolana pueda suscribirse al nuevo siglo.
Lo que en verdad hace que un país se registre a las exigencias de los nuevos tiempos, son razones que dejan ver hasta dónde el habitante nacional se acoge a las determinaciones dictadas por la cultura, la economía, la ciudadanía, la educación, la ética y la moralidad. No son necesariamente categorías modeladas por indicadores desprendidos por la dinámica administrativa, el ingreso per cápita, el Producto Interno Bruto, la relación financiera entre la oferta y la demanda canalizada desde lo público o lo privado, tanto como por la construcción de flamantes estructuras. Ni tampoco, por el número de emprendimientos o de empréstitos alcanzados.
La entrada de Venezuela al siglo XXI sigue esperando por condiciones que, ciertamente, conciban consideraciones reales que no sólo parezcan tener la forma necesaria para reconocerlas como acontecimientos que trasciendan en significación, contenido y esfuerzo. También, consideraciones que sean representativas de hechos capaces de movilizar al país en virtud de lo que su trazado pueda inducir actitudes que inciten el ejercicio cabal de todo lo que envuelve el concepto de “soberanía” y la debida noción de “Estado democrático y social de Derecho y de Justicia”. Pero todo esto concebido como objetivo de un “proyecto nacional” integrado desde la perspectiva educacional. Y para ello, empleando el sentido de “contemporaneidad” con el mayor valor posible que otorga el criterio de “ecuanimidad”.
Es decir, de un “proyecto nacional” entendido no como un “plan” pues seguramente no superará la frontera que a todo plan le impone el carácter indicativo y sugestivo. O sea, populista de “pésima forraje”. Y que termina desfigurándolo y asfixiándolo, en un breve plazo. Se trata de un “proyecto nacional” que articule orgánicamente contextos de ciudadanía, capacidad de gobierno y capacidad productiva, triada ésta capaz de soportar la gobernabilidad necesaria para equilibrar las dinámicas política, económica y social. Condiciones fundamentales para hacer que Venezuela ingrese definitivamente al siglo XXI. Y así, pueda Venezuela dejar de ser el último después del último…