El reemplazo del partido y el petrorianismo
Mi hermana Haydée, una lectora incansable, me hizo llegar recientemente dos escritos que se han vuelto “virales” (para usar la palabra de moda). Me refiero a: “Lo que el chavismo pudiera aprender de Manuel Noriega”, por James Loxton y Javier Corrales, y “¿Cómo derrotar al ejército de una dictadura?”, de Fernando Mires. Ambos escritos analizan lo qué debieran hacer las estructuras de poder y sus dirigentes luego de fracasar en sus funciones de gobierno. El dúo Loxton-Corrales se refiere principalmente a la organización partidista responsable por el descalabro, mientras que el Prof. Mires, por la calle del medio, analiza cómo un ente que era admirado por su institucionalidad deviene en un hatajo pretoriano por la claudicación de sus deberes en razón de las ofertas corruptas que se le hacen desde el poder —el cual ne-ce-si-ta del estamento armado para enfrentarlo a la población justamente desilusionada.
Ambos, al final, asoman formas de acción con las cuales se pudiera minimizar el daño que ineluctablemente han recibido dichas organizaciones. Sugieren, hablando en criollo, “tratar de salvarle un ojo al gallo”. Deberán deshacerse de las prácticas ofensivas, de las malas compañías, de los compañeros indeseables; hacer sendos mea culpa, reconocer que erraron, aceptar que les tocará caminar por el desierto para expiar sus pecados. Y, por sobre todo, encontrar un chivo expiatorio sobre quien descargar todas las culpabilidades. O sea, se requiere un paso más de los que recomienda la Iglesia para hacer una buena confesión. Porque —además de examinarse la conciencia, sentir dolor por los daños causados, confesar esos pecados, pagar la penitencia y tener propósito de enmienda— tendrán que ofrendar una víctima propiciatoria (“conseguir un paga-peos”, dice el vulgo).
Cosa que, en Venezuela, no es difícil. Solo que no será uno sino varios. De primero en la lista tiene que aparecer el “heredero”. Por varias razones. Entre otras: le quedó inmenso el traje, no corrigió la ruta que marcó Boves II y que llevó al país a la deplorable situación actual, se peleó con quienes trataron de hacerle ver lo mal que lo estaba haciendo, y —cosa imposible de perdonar— decidió azuzar a sus pretorianos en contra de unas masas indefensas cuyo único pecado es reclamarle más civilidad, eficiencia y honradez en el descargo de sus funciones. Menos importante, pero que tampoco puede ser dejado de lado, está el hecho de que se convirtió en candidato incumpliendo las exigencias constitucionales que lo inhabilitaban: tener dos nacionalidades, estar en el ejercicio de un cargo del cual debía separarse, etc.
El trogloditismo militante de Diosdado lo hace inmancable en la lista. Puede tener los ojitos azules, puede ser ingeniero, pero de que es el epítome de la tosquedad y el ensañamiento, lo es. La amenaza reciente de tener el fusil en la mano para enfrentar a los opositores ya lo convierte en reo ante los tribunales. Pero también se le sindica de posible peculado en el desempeño de altos cargos, de permitir incólume —y más bien, sonriente— la tropelía en el hemiciclo en el cual varios diputados salieron heridos, entre ellos, María Corina. También tiene que aparecer El Aissamí. Son muchas las cosas que lo hacen impresentable: tener dos nacionalidades, dotar de pasaportes y cédulas a miles de sus “baisanos”, atizar el terror contra las masas desde el “comando anti-golpe”, aparecer como traficante en la famosa lista de los gringos.
Otros civiles de la nomenklatura deben aparecer en la lista de los “leprosos” del PUS; los dejo a la mente de los lectores porque me queda poco espacio y porque hay que mencionar a los uniformados que necesariamente deberán ser separados de los mandos. Sería muy fácil decir “Padrino” —quien es en mucho el causante del estado actual del orden interno porque el viejo adagio militar explica que “el comandante es el responsable por lo que haga o deje de hacer su unidad”. Pero no; es toda la cúpula actual la que debe ser imputada. Unos por acción, como Benavides, y otros por omisión, porque no dijeron esta boca es mía cuando notaron el grave deterioro que ocurría en la Fuerza Armada.
Si el PUS quiere sobrevivir como partido deberá reconocer que le toca deslastrarse de las lacras, denunciarlas como aberraciones, cruzar el desierto, perder dos o tres elecciones, para ver si en el futuro logran el favor de una parte importante de los votantes. Por ese trance, nos lo recuerdan Loxton y Corrales, han pasado otros partidos que después vuelven a ser reelectos. Pero les advierten: “El éxito o fracaso de un partido depende del balance de ambos: mientras más herencia y menos lastre autoritario, mejor”. La pareja articulista nos ofrece el ejemplo del PRD panameño: “…se restableció gracias a la táctica del chivo expiatorio. Culpó a Noriega por sus pecados pasados, y a la vez romantizó el torrijismo (…) Mientras el PSUV se mantenga con Maduro, se hace menos viable esta estrategia (…) Abandonar a Maduro y facilitar una transición a la democracia más temprano que tarde podría ser lo más conveniente…”
Para la Fuerza Armada no será nada fácil recuperar la aceptación de la población. Pero no es imposible. Los casos chileno, peruano y brasilero vienen a mi mente. Y el nuestro: a los de mi generación nos tocó superar el estigma luego de derrocado Pérez Jiménez. Costó, pero al cabo de un tiempo volvimos a ser referente nacional como institución seria, respetuosa del mando civil, aguerrida en la lucha contra los irregulares, instruida en las mejores universidades de dentro y fuera del país. Un camino idéntico deberán transitar los escogidos para reemplazar a los mandos actuales.