El pueblo en marcha
No es la oligarquía la que está marchando. No. Es el conjunto del pueblo venezolano. Los más pobres, lo que queda de la clase media, gente de barrio y urbanización, gente de todas partes del país y de todos los sectores que están padeciendo, con diversa intensidad, la crisis humanitaria que agobia a Venezuela.
La oligarquía no marcha porque básicamente es oficialista. Maduro y sus colaboradores, aunados a los grupos, camarillas y carteles que depredan a la nación, son la verdadera oligarquía. La oligarquía boliburguesa o boliplutocrática. Acaso el legado más notorio del predecesor, y el más ruinoso. Por eso es que las llamadas “concentraciones revolucionarias”, la muy otrora “marea roja”, son de carácter burocrático e incluso, muchas veces, para-militar.
Era y es absolutamente necesario que el pueblo se pusiera en marcha. De la indignación de naturaleza más bien pasiva e individual, se está pasando a la manifestación de esa indignación de una manera activa y colectiva. En una democracia, siquiera elemental, la marcha se hace en los centros de votación. En la Venezuela del siglo XXI, se ha demostrado y confirmado que eso no produce los cambios que se aspiran con respecto al poder establecido.
El único lenguaje político que entiende una hegemonía despótica, depredadora y envilecida, como la que todavía impera en nuestra patria, es el lenguaje de la presión popular. De la presión constante, cívica, ejemplar y por la calle del medio. El coraje ciudadano de los venezolanos, que no se amilanan ante la barbárica represión –de corte e instrucción netamente castrista–, no sólo es encomiable sino que representa un mentís a los que consideraban que la cultura democrática de Venezuela había quedado sepultada por la neo-dictadura.
No es así. No estaba ni está sepultada. Y es de reconocer que ahora se está dando un paso importante de sintonía entre muchos dirigentes de la oposición política y la base social. Hay que insistir en recorrer ese camino, el único que puede conducirnos a la superación de la hegemonía. Esta realidad se hace cada vez más palpable dentro del país, y más aceptada en el exterior. No debemos volver atrás. La salida constitucional lejos de ser incompatible con la protesta masiva, la presupone y hasta se podría afirmar que la exige.
El pueblo en marcha es una fuerza muy poderosa. Y la clave de esa fuerza está en una palabra: perseverancia.