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El petróleo: ¿renta o inversión?

Venezuela, a no dudarlo, es uno de los territorios más ricos del mundo. A pesar de ello el país se encuentra sumido en la peor crisis económica de su historia.
No es el resultado de la caída de los precios del petróleo. Ningún otro país de la OPEP ha caído postrado como Venezuela. Es más bien una mezcla de populismo, dogmatismo, incapacidad y corrupción.
La inflación más alta del mundo, combinada con la mayor contracción económica del planeta,  han provocado un empobrecimiento acelerado de la población.
El último estudio conjunto de la UCV, UCAB y Universidad Simón Bolívar muestra que el 82% de la población se encuentra bajo la línea de pobreza y que el 52% se ubica en situación de pobreza extrema.
Cabe señalar, sin embargo, que casi la mitad del drama se puede caracterizar como «pobreza coyuntural»; es decir, que podría superar esa situación si las condiciones económicas del país cambian.
Vale la pena detenernos en este punto. ¿Cómo es que viviendo en uno de los territorios más ricos del mundo, los venezolanos hayamos podido caer en una situación tan deprimente?
La razón es clara. No son las riquezas naturales las que determinan el éxito de una sociedad. Es la capacidad de esa sociedad para fomentar el progreso mediante el esfuerzo creativo de sus miembros y su habilidad para propiciar las condiciones adecuadas para un progreso sostenido. Esa era la ambición de Arturo Uslar Pietri expresada en aquella frase que algunos atribuyen a Alberto Adriani de «sembrar el petróleo» y a la vez la inteligencia para evadir la maldición de Juan Pablo Pérez Alfonzo, quien advertía que el petróleo podría -como efectivamente ocurrió- convertirse en «el excremento del diablo».
Esa tragedia es atribuible a un modelo de Estado que todo lo quiso controlar, expropiar y regular. Un régimen capaz de destruir y asfixiar las iniciativas. Que consciente de haber perdido el favor popular, recurre ya sin ambages a lo que sea con tal de frustrar esa «majadería burguesa» de la alternancia en el poder.
Pero inevitablemente el país entrará en una etapa de transición positiva en la cual el petróleo tendrá que desempeñar un papel importante; pero no ya el petróleo como renta, porque ya el rentismo murió al quedar exangüe la renta.
El mayor aporte que podrán dar los hidrocarburos tendrá que venir por la vía de las inversiones.  Habrá que crear las condiciones para que las mismas se sientan atraídas y brindarles la seguridad jurídica que requieren.
La última Ley Orgánica de Hidrocarburos se diseñó bajo la convicción de que los precios del petróleo seguirían subiendo de manera indefinida. La realidad ha resultado bien diferente. Hoy los precios vuelven a caer y el último recorte aprobado por productores OPEP y no OPEP no está dando los resultados esperados. El recorte fundamentalmente sirvió para estimular las inversiones en «fracking» cuyos costos de producción siguen bajando en los EEUU, en tanto que la producción de ese país aumenta rápidamente.
Nuestra industria petrolera necesita ser reactivada. Nuestra producción está cayendo de manera sostenida y perniciosa. El suministro a los mercados que nos pagan en efectivo, como es el caso de los EEUU -donde el mayor comprador es nuestra propia filial CITGO- se ha reducido a la mitad en los últimos 15 años. Igualmente se están reduciendo los envíos a mercados como la India que también nos pagan en efectivo. Esos clientes están siendo sacrificados para poder pagar las deudas contraídas con China y con Rusia.
Pero como el país tiene que seguir viviendo, resulta indispensable reactivar la industria para suplir a los mercados que sí nos pagan. Esto sólo puede lograrse por vía de inversiones frescas.
Ahora bien, visto que el Estado no está en condiciones de aportarlas (y si dispusiera de los recursos tendría que priorizar necesidades urgentes como la educación, la salud y también la crisis humanitaria en que estamos sumidos), se hará necesario diseñar una nueva «Apertura Petrolera», quizá más audaz que la anterior.
Los inversionistas no podrán ser escogidos a dedo, ni tampoco en base a preferencias de carácter geopolítico como hace el actual régimen. La selección debe basarse en licitaciones transparentes que tomen en consideración las mayores ventajas que puedan proporcionar a la Nación.
Se le debe dar prioridad al aporte que esas inversiones puedan dar para la reactivación del aparato productivo, porque el efecto multiplicador de las mismas será la clave para la recuperación del país. Habrá que negociar la devolución de lo que ha sido expropiado y resolver amistosamente los arbitrajes pendientes, invitando a los inversionistas a retomar sus proyectos.
Habrá que hacer hincapié en la industrialización aguas abajo de los hidrocarburos. Si bien las exportaciones petroleras son importantes,  no podemos seguir manteniendo la dependencia con respecto a un único sector que aporta más del 96% de las divisas que nos ingresan. Tenemos que diversificar las exportaciones y, ahora sí, debemos tomar en serio la consigna de «sembrar el petróleo» propiciando el mayor desarrollo posible de los demás sectores de la economía. Debemos afincarnos en las ventajas comparativas que podamos lograr con un sólido sector petroquímico que provea de fertilizantes a nuestra agricultura y compita en toda Latinoamérica y de materias primas a una floreciente industria química.
Una cosa nos ha demostrado la experiencia: cuando adoptamos una política petrolera creíble, cuando respetamos la propiedad privada y garantizamos la seguridad jurídica, las inversiones comienzan a fluir en todos los sectores. Esos son elementos  indispensables dentro de un conjunto de políticas públicas sensatas -en las cuales lo social tendrá un rol vital- que estamos obligados a desarrollar. Se lo debemos a ese 82% de los venezolanos que viven por debajo de la línea de la pobreza. También se lo debemos a todos los compatriotas que quieren recuperar la confianza en su país y, particularmente, a los jóvenes que hoy se ven obligados a efectuar periplos internacionales buscando en otras tierras lo que la suya propia le negó.
Nota: En mi último artículo mencioné que a los socios privados de las Empresas Mixtas que sustituyeron a los contratos de la Apertura Petrolera, se les había entregado el 40% de las reservas en las áreas donde operan. Al respecto me escribe Luis Xavier Grisanti -Presidente Ejecutivo de la Asociación Venezolana de los Hidrocarburos- señalando que no fue así. No se les entregó la propiedad de esas reservas sino que se les reconoció su valor entregándoles un 40% del negocio, basándose para ello «en la valuación del flujo de caja neto descontado del negocio, es decir, el valor presente neto».
@josetorohardy
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