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El pan

Lo he contado en otras ocasiones, pero recordaré siempre el momento en el que la educadora Josefina Urdaneta, fundadora del Instituto Montecarmelo, me salvó de una situación incómoda. Nos reunía un burocrático e inútil encuentro con ateneístas del país en tiempos en los que fui director de la Cinemateca Nacional. Se trataba de una reunión aburrida presidida por una mujer áspera, indomable, ejecutiva y mandona. Cuando llegó la hora del almuerzo, me senté en una mesa en la que estaba Josefina Urdaneta y otras víctimas del encuentro. Y se presentó, altiva y perentoria, la presidenta conminándome a levantarme y sentarme a su lado en la mesa presidencial. Era, precisamente, lo que yo estaba evitando, pero estaba atrapado y no podía negarme. Fue cuando Josefina, sin levantar la voz, dijo: “¡Él no puede levantarse y abandonar esta mesa!”. “¿Por qué no?”, preguntó la presidenta con airada y destemplada voz. Y Josefina, sin levantar la vista de la mesa respondió con suavidad: “¡Porque él ya partió el pan!”.
 
La respuesta deslumbró a todos, adormeció la prepotencia ateneísta que, azorada y sin saber qué hacer, desistió de inmediato de su empeño y permitió que se cubriera de sacralidad el tiempo de nuestro almuerzo.
 
El pan es símbolo de alimentación y se le menciona en los vastos dominios de la cristiandad como el mayor alimento espiritual, al punto de que Cristo, en la Eucaristía, es “el pan de la vida”. Yo fui el primero de los invitados al festival de cine de Tashken en bajar del tren en Samarkanda y, en el andén, un grupo de hermosas muchachas nos dio la bienvenida ofreciendo pan y sal en medio del estrépito de largas trompetas. El pan es fecundidad, pero también es perpetuación, de allí su forma generalmente relacionada con la sexualidad.
 
¡El pan es bíblico! ¡Está en Lucas y en Mateo! Cuando Satanás tienta a Cristo en el desierto, lo increpa diciendo: “Si eres Hijo de Dios, haz que estas piedras se conviertan en pan”. Pero Él responde: “Escrito está: no solo de pan vive el hombre”. La sentencia se encuentra escrita en el Deuteronomio o Libro Quinto de Moisés: “Él te humilló y te hizo sufrir hambre, pero te sustentó con maná, comida que tú no conocías ni tus padres habían conocido jamás. Lo hizo para enseñarte que no solo de pan vivirá el hombre, sino que el hombre vivirá de toda palabra que sale de la boca del Señor”.
 
Pero en la Venezuela afligida y castigada por la ineficacia del régimen militar la frase ha perdido soporte y nos obliga más bien a sostener que: “¡Solo de pan vive el hombre!”, agregando de inmediato y con desaliento la certidumbre de que tal vez había más pan en el desierto de las tentaciones que en la Venezuela del narcotráfico y del desafuero militar.
 
Hemos alcanzado el privilegio de ser el único lugar en el mundo donde uno entra en una panadería y pregunta: “¿Hay pan?”, y el panadero responde: “¡No! ¡No hay!”.
 
¿Qué fue lo que escribió Clemente de Alejandría, el primer doctor de la Iglesia griega hacia el año 200? Escribió, palabras más, palabras menos: “¡Bendito sea aquel cuya semilla sacia el hambre gracias a una correcta distribución del pan!”. Y Belén, en hebreo, significa “Casa del pan”, entendiendo que se trata no del pan como alimento material sino como supremo alimento del espíritu.
 
Cuando recuerdo hoy a los franceses de mis años adolescentes en París, salir de la boulangerie y caminar por las calles con la baguette bajo el sobaco, casi me pongo a llorar de nostálgica envidia porque en aquellos tiempos censuraba con acritud lo que me parecía una conducta antihigiénica. ¡Aquellos antipáticos parisinos tenían pan; lo que no tengo hoy en el país de la echonería!
 
El país bajo el régimen militar no es alegre. ¡Hay desaliento porque no hay pan! Es un país tan triste como un carnavalito boliviano.
 
Es desconcertante: las palabras siempre amenazantes de Nicolás Maduro caen como piedras al suelo y nadie las recoge. ¡Son inútiles! En cambio, las migajas de pan que caen de la boca del satisfecho, caen y son recogidas con ávida precipitación por personas no necesariamente indigentes que rebuscan en la basura algo de comer. Almagro: somos 3 millones de pobres almas hurgando en las basuras. Un dato para que lo comuniques a los indiferentes mandatarios agrupados en la OEA, para ver si logras conmoverlos.
 
Quedamos con la boca abierta de estupor cuando nos enteramos de que William Contreras, superintendente para los derechos económicos, amenaza a los panaderos con alguna estúpida sanción si permiten que se formen colas frente a las panaderías. El funcionario considera que los panaderos están maltratando al pueblo. Me parece que es llevar la irresponsabilidad a niveles delirantes: ¡proyectar en los otros nuestras propias culpas! El delito lo cometo yo, pero quien va a la cárcel eres tú. Yo desato la crisis en la economía, pero eres tú quien la convierte en una “guerra económica”. Roban en mi casa, pero voy preso por dejarme robar. No te doy harina, pero tienes que producirme pan. Yo fomento las colas frente a tu panadería, pero tú eres el culpable de que se formen frente a tu negocio. ¡Esta es la mentalidad militar! Y ahora, ¿cómo salimos de ella?
 
Por este camino, superintendente, la vida para usted es un soplo, como dijo el coronel al constatar que no tenía quien le escribiera.
 
La cuestión es: ¿hasta cuándo seguiremos preguntando si hay pan cada vez que entramos en una panadería?
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