El Pacto
El pacto es una palabra evitada, un concepto con pocos adeptos. A muchas personas no les gusta hablar del matrimonio como un pacto, porque en sus mentes aparece la imagen de un nudo, de una cuerda atando dos extremos. Sin embargo, el pacto va mucho más allá de un compromiso adquirido según las leyes humanas. El pacto del matrimonio es un compromiso de dos voluntades que se ponen de acuerdo para acompañarse en la vida, en todo tiempo y en todas las circunstancias. La imagen en mi mente no es una “atadura”, es la imagen de dos manos que se toman, es la imagen de dos seres únicos que se unen a través del sello de la palabra para formar un hogar. Para hacer de la identidad de cada uno por separado, una nueva identidad también única y original.
El amor toma la palabra y expresa su compromiso de caminar juntos en los días soleados, y debajo de la lluvia, en medio de la tormenta. A compartir las alegrías y a llorar juntos. A disfrutar en los días de buena salud y a cuidarse durante la enfermedad. El compromiso de trabajar juntos para disfrutar de la abundancia y si la escasez llega partir el pan en dos. El amor toma la palabra y la empeña ante un futuro desconocido e incierto, con la única certeza que ese amor se renovará cada día, por el resto de sus días. El amor toma la palabra y pide la bendición de Dios, el corazón la recibe y la mente se entrena para vivir amparados por esa bendición.
Pero, ¿cómo hacer para cumplir la palabra dada, ante los cambios constantes de la vida? Ante la vulnerabilidad de las emociones y los sentimientos humanos. Mediante el pacto. El pacto es el compromiso de la voluntad, de la consciencia del ser que trasciende la emoción de hoy, para dar cada día el paso de la decisión de honrar la palabra. Entonces, la palabra ejecutada produce esa clase de amor que valora la vida en toda su dimensión, que trasciende el sentimiento del enamoramiento para convertirse en ese sentimiento de raíces profundas, como un gran árbol plantado junto a las corrientes de las aguas.
He escuchado con profunda tristeza a unas cuantas mujeres influyentes decir que el amor se desvanece, que inevitablemente hay un desenamoramiento; entonces, cuando esto sucede hay que separarse y seguir adelante, pues la vida traerá otro amor. Se que esto es lo que la consciencia dominada por las emociones le grita a cada hombre y mujer después de un tiempo en el matrimonio. Pero el matrimonio es mucho más que un precioso y delicioso bombón de chocolate, hermosamente envuelto, el cual después de destaparlo y comerlo, por más delicioso que haya sido se acaba.
El matrimonio es un proyecto de vida. Es estudiar una carrera que está dividida en diferentes etapas. Para mantener su fuerza, su belleza, su ímpetu y su pasión necesitamos proveer cuidados cada día. Y esto solo es posible con el compromiso de la voluntad. He comprobado, en mis 34 años de vida matrimonial, que el pacto se renueva; adquiere mayor potencia a medida que pasan los años y el proyecto del matrimonio se va desplegando, como los planos de un arquitecto que se van convirtiendo en una obra real. Construir un hogar juntos, con características únicas, provenientes de las diferencias y similitudes del carácter y la personalidad de cada uno es, sin lugar a dudas, una de las obras más maravillosa llevada a cabo en la vida de las personas mediante el compromiso de su voluntad, mediante la trascendencia de la palabra dada.
Porque la palabra, el verbo, se convierte en acción, y la acción es la vida, la vida matrimonial que transcurre por diferentes escenarios que se suceden a lo largo de los años. El pacto no es un compromiso “obligado”. No es una cadena que te ata. Por supuesto, que como todas las cosas en la vida, tiene sus excepciones en circunstancias que comprometen la dignidad del ser humano.
A diferencia de cualquier otro compromiso legal, el pacto del matrimonio es un compromiso en el cual se acuerda poner a Dios como testigo y guardián de ese pacto. Es literalmente, hacer un nudo de tres dobleces. Usar tres cuerdas para imprimirle una fuerza extraordinaria a esa unión.
Como dice el libro de Eclesiastés (4:9-12):
“Más valen dos que uno,
porque obtienen más fruto de su esfuerzo.
Si caen, el uno levanta al otro.
¡Ay del que cae
y no tiene quien lo levante!
Si dos se acuestan juntos,
entrarán en calor;
uno solo ¿cómo va a calentarse?
Uno solo puede ser vencido,
pero dos pueden resistir.
¡La cuerda de tres hilos
no se rompe fácilmente!
Involucra a Dios en tu matrimonio. Que su palabra sea luz a tu camino, que ilumine tus pasos y te guíe por sendas de integridad, de verdad y de un amor que se sustenta más allá de la volatilidad de las emociones, en los principios y sentimientos de carácter eterno. Que se sustenta en el amor que se renueva cada día, de la misma manera que se renueva la fidelidad y la misericordia de Dios cada mañana.
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