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El legado de Hugo Chávez

A Vanesa Davis

De Hitler, el hombre que de la nada y tan solo en poco más de una década se convirtiera en el político más poderoso del planeta, no quedó nada. Salvo el horror. Seis millones de judíos asesinados, un país devastado por su guerra y una cifra global de desastres y muertes que rondan los cien millones de cadáveres.

Es el desiderátum de la ruindad. Y aún así, escarbando entre las ruinas brillan algunos logros que explican la fortaleza con que la Alemania devastada se yergue sobre sus pies: la modernización de las costumbres, la liberación de viejas taras y prejuicios, incluso el arrase material de lo que era necesario quitar del camino para construir la Alemania moderna.

En muchos aspectos, la figura del llanero Hugo Chávez reproduce en pequeño formato y sin el glamour de las fanfarrias wagnerianas y la grandeza de la cultura teutónica algunos rasgos como escapados de la biografía del austriaco que, de ser un vagabundo sin techo terminó dirigiendo la sinfonía de la historia universal. Fue un militar mediocre, inculto y fracasado en todos los intentos por afianzar una carrera militar. Cobarde, improvisado y tan vagabundo, como el caporal austríaco. Su currículo no deja ver un solo logro militar de importancia. Fue, en muchos aspectos, un clown chaplinesco y malogrado, si bien protegido por los dioses que le dieron los suficientes atributos como para engañar a sus semejantes, elevarse por sobre la media y terminar convertido en el político más poderoso de la historia venezolana.

Es la incógnita que deja su paso por el escenario de la política venezolana. Ni siquiera Bolívar, mucho menos José Antonio Páez, los Monagas, Guzmán Blanco, Cipriano Castro o Juan Vicente Gómez, por no hablar de los líderes democráticos que fueron, por definición, renuentes a acumular tal cifra de poderes, llegaron a acumular tal cantidad de poder en sus manos.

Entre 1999 y 2000 demolió todas las instituciones del sistema democrático, aplastó todos los liderazgos, hizo añicos los partidos, los hombres, las personalidades y arrasó con el establecimiento hasta sus mismos cimientos. Al hacerse a la construcción de la sociedad que, suponemos, tenía en mente, nada ni nadie se le oponía o hubiera podido oponérsele. Muy por el contrario, contaba con el aplauso casi unánime de la sociedad venezolana. Si hacemos abstracción de quienes lo desaprobaban, pero no tenían capacidad de expresión ni encontraban modo de acumular, canalizar y hacer activo el silencioso descontento, el Hitler llanero contaba por poco con el cien por ciento de aprobación ciudadana. Algo jamás visto y que, muy posiblemente, no volverá a verse en la Venezuela de los próximos siglos.

Pudo entre tanto, y a pesar del descontento que buscaba canales de expresión, sortear todos los obstáculos, logrando descuartizar los tres instrumentos esenciales del poder, que hubiera sido capitales para cerrarle el paso: las fuerzas armadas, reducida a pandilla de mercenarios convencidos de servirle o corrompidos a su estricto servicio; el poder judicial, rebajado a instrumento dócil a sus caprichos; el legislativo, convertido en un corral aprobatorio de todos sus devaneos. Vencidos los restos de oposición militar, judicial y legislativa, Venezuela se convirtió en la hacienda que fuera la de Gómez, esta vez a su ínclito servicio. En tres años había logrado alzarse hasta las máximas alturas del Poder jamás conquistadas por venezolano alguno.

La incógnita surge ante el terreno desbrozado y entregado mansamente a sus ambiciones. ¿Qué haría o sería capaz de hacer con tal poder acumulado? ¿Cuál era el proyecto estratégico que anidaba en su cabeza? ¿Qué quería hacer del país que había caído rendido a sus pies? Pues lo que faltaba para convertirlo no sólo en el hombre más poderoso de Venezuela, sino de la región y en uno de los más poderosos líderes del mundo, se le dio como por arte de magia: el escandaloso, inimaginable, súbito y sorprendente encumbramiento de los precios del petróleo. Haciendo uso de todos los mecanismos imaginables, santos y demoníacos, ciertos y engañosos, verdaderos o fraudulentos pudo afincarse en sus alturas, pues ya se había metido en sus faltriqueras a generales y jueces, diputados y gobernadores, empresarios y banqueros, filósofos y comunicadores. Pero recibió el plus de multimillonarios ingresos petroleros. Con los que pudo comprarse la aquiescencia de todos los gobiernos del mundo. Y ser aclamado como el nuevo Mesías de esta sufriente y desconcertada humanidad.

Y es allí, visto desde esta Venezuela devastada, arrasada, arruinada, maldita y escarnecida a tres años de su insólita e incomprensible desaparición física – y ya espiritual, que de él no quedan más que unos ojos pintados que hacen recrudecer la incógnita – que nos preguntamos: ¿qué tenía en sus entrañas? ¿Qué proyecto histórico anidada en su cerebro? ¿Qué quería hacer de Venezuela? ¿Qué sociedad pretendía dejar a cambio de la que había decidido deshacerse entre sus dedos para que él la amasara a su aire y capricho?

El parto de los montes: un león que pare una rata. Un gigante que vomita un pigmeo. Un Mesías que echa al mundo un súper ratón de comiquita. Y es aquí donde no damos con otra respuesta a este insólito fenómeno: Chávez era una voluntad hercúlea y un desaforado carisma al servicio de su pura y auto restringida vanidad. Un hombre cuya máxima ambición fue conquistar el Poder para refocilarse en él, enriquecer a su parentela, alimentar a una mafia gansteril de militares, politicastros y funcionarios oportunistas y ladrones y pasar a la historia de la nada. En la que hoy chapoteamos.

Si en el fondo de su corazón hubiera habido algo más que estulta vanidad y deseos de retaliación y venganza por secretas ofensas recibidas, con ese cúmulo de poder y riquezas podría haber pasado a la historia como el constructor de la Gran Venezuela en la que venimos soñando desde el 19 de abril de 1810. Bolívar fracasó por pretender demasiado. Chávez fracasó por no pretender nada. Son los dos extremos de nuestro fracaso como Nación. La asignatura sigue pendiente.

@sangarccs

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