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El juego del dinero

José Tomás Esteves Arria

Pecunia non olet

El dinero no tiene olor

Emperador Vespasiano

La prosperidad, el bienestar económico y sobre todo la generación de riqueza tienen causas morales, como lo han afirmado en muchas ocasiones decenas de estudiosos de la materia. Y, estas causas han sido muy conocidas a través de la historia. Reposan en un conjunto de virtudes: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, espíritu de servicio, cumplimiento de la palabra empeñada, audacia: todo esto lo podríamos condensar en una sola expresión: pasión por el  trabajo bien hecho.

Esto es, ningún sistema o estructura social podría resolver como por arte de magia, el problema de de la miseria al margen de estas virtudes. Por más que se acuda a la solidaridad, al amor a los pobres predicado por el Papa Francisco, o el cumplimiento de la ley, si no existen estas virtudes, habremos dolorosamente perdido el tiempo.

En este sentido, el dinero juega un papel concluyente y poderosamente interesante. Esto es, no se originó como un decreto de algún rey o soberano, poco a poco se vino estableciendo sin que alguien se diera cuenta.  El dinero es el intermediario general en los intercambios, pero éste no apareció instantáneamente como un invento de algún alquimista o mago precoz con la clara intención de ponerlo  a funcionar como un deus ex machina como tal. En realidad, al igual que otras instituciones como el lenguaje,  el derecho común, el dinero emergió y tomo su forma adaptándose en el tiempo, en el transcurrir  de la historia económica. La explicación altamente satisfactoria de este  dilatada evolución la proporcionó Carl Menger, fundador de la Escuela Austríaca de Economía, mediante sus obras El Dinero y Sobre el origen del dinero.

El comercio, pues, es la causa eficiente o primaria del inicio de esa historia maravillosa, pues el momento en que alguien quiso cambiar un bien por otro para obtener una ganancia –lo que llamamos trueque– fue la excelente apertura también de un genuino proceso de discriminación o especialización entre mercancías que harían el papel  de  intermediarios generales, como lo es el dinero o moneda.

El designio no fue otro que conseguir lo deseado por medio de un intercambio indirecto. Y es que el trueque tiene alcances limitados.  Además, de que no sólo tenía que encontrarse a alguna persona que quisiera lo que uno ofrecía, sino que a su vez tenía que haber correspondencia total con lo que uno buscaba, y en las cantidades adecuadas, para, en efecto, proceder a realizar el cambio: una “doble coincidencia de necesidades”.

El intercambio indirecto dio pie a que ciertas mercancías –las más negociables, deseadas y por ello las más aceptadas por la mayoría o por todos en determinado lugar– fueran elevadas o dignificadas como dinero. Por eso las hojas de té, la sal, granos de cacao, conchas de mar, el ganado, etc., fueron alguna vez en algún tiempo remoto consideradas como dinero, un vehículo para llegar al destino comercial interesado.

En diferentes lugares al mismo tiempo, como en los mismos sitios en distintos momentos, este proceso de discriminación culminó con la valoración y gran estima de aquellas dos mercancías que, por sus características y propiedades, el mercado les otorgó la más alta negociabilidad  y valoración  de todas: el oro y la plata.

Por supuesto, no aparecieron ipso facto con la más elevada pureza y tenor  en la forma amonedada. De hecho, la dificultad para verificar y calibrar la calidad del metal precioso recibido, terminó gestando  los patrones de pureza, peso y forma, para que las transacciones se llevaran con más comodidad y seguridad además de registrar los pagos en moneda. El Estado aquí sí vino a regular – nunca a establecer– la institución monetaria de origen privado, mediante la  legislación monetaria.

En el plano internacional tuvo éxito  el llamado patrón oro, el cual consistía en que toda la emisión de billetes que los bancos centrales emisores de dinero forzoso, tenían que tener un respaldo en oro. Y la principal virtud de este mecanismo es que tenía un automatismo casi perfecto. Esto es, si un país exportaba mucho en relación a lo que importaba, su excedente de balanza de pagos impulsaba la emisión de billetes y estos billetes en el torrente de la circulación y en los depósitos bancarios. A seguida subían sus precios internos y la balanza de pagos pasaba de superavitaria a deficitaria.  Los tipos de cambio eran fijos y se relacionaban con la cantidad de oro que representaban sus respectivas divisas.

Posteriormente, la I Guerra Mundial dio al traste con el patrón oro puesto que Inglaterra, Francia y hasta los propios Estados Unidos vieron la necesidad de emitir dinero sin respaldo en oro para financiar esta guerra tan costosa. De igual modo, la Gran Depresión con el auge del keynesianismo, que sirvió de motivación teórica para la emisión de dinero sin respaldo en oro, presionó para el abandono del patrón oro en el mundo occidental.

Así y todo, podemos afirmar que la experiencia venezolana con el oro había sido positiva. Basta señalar que en enero de 1934, el dólar US se tuvo que devaluar en un 59,06% en relación a su contenido en oro (según Milton Friedman y Ann J. Schwartz,  A Monetary History of the United States, Princeton, Princenton University Press, 1963, p. 469), en tanto que Venezuela, el bolívar tenía en la década de los veinte una cotización de 5,51 por US $, a partir de esta fecha a Bs. 3,54 por US $.  Y posteriormente durante muchos años la tasa de cambio se había estabilizado en Bs. 3,35 por US $.  La primera devaluación que tuvo nuestro signo monetario fue durante el gobierno de Rómulo Betancourt cuando se vio obligado a devaluar debido a un descenso en los precios del petróleo, y a un proceso de salida de capitales y la tasa de cambio quedó en Bs.4,50 US $.

También la fortaleza del bolívar se apoyó primero en que durante muchos años, cuatro grandes bancos privados emitían billetes con respaldo de monedas de plata (bolívares acuñados y lingotes de oro), y a partir de 1940 cuando se establece el Banco Central de Venezuela, es esta institución la que emite billetes pero respaldados por las famosas reservas internacionales, constituidas por oro y divisas (dólares, libras esterlinas, etc). Hasta 1974 la emisión de bolívares estuvo apoyado en el patrón oro, luego con el ascenso de Carlos Andrés Pérez en su primer gobierno y el mando de Gumersindo Rodríguez como su zar económico se desvinculó al bolívar del patrón oro.

Así tenemos, que entre los años 1936 y 1940, cuando no existía el Banco Central de Venezuela, la tasa de inflación fue en promedio de 1,07 %; luego desde el año 1941 hasta el año 1950 la tasa de inflación pasó en promedio a 4,66%. En la década de 1951 a 1960, la tasa de inflación  promedió  1,30%. Posteriormente, en los años 1961-70, la inflación fue apenas de 1,55%, a pesar de haber experimentado Venezuela una devaluación y una crisis bancaria al mismo tiempo a comienzos de los años sesenta. Pero en la década siguiente, años 1971-80,  precisamente cuando se elevaron los precios del petróleo y había grandes recursos para el fisco, la inflación se colocó en 8,98%. En los años siguientes (1981-90) que volvieron a subir los precios del petróleo la inflación promediaba ya el 24,40%, y cuando llegaron los años finales de la mal llamada cuarta república la inflación había alcanzado un gran promedio de 44,40%. (véase el gráfico anexo).

Cuadro tasa de inflación

El actual gobierno intentó frenar el permanente alza inflacionario mediante controles de precio, un control de cambios que empezó en el año 2003, y que no pudo evitar las salidas de capitales, en el año 2013 empezó a eclosionar el alza insostenible de precios al presentarse una oferta monetaria estimulada por la emisión de dinero inorgánica. Así en el año 2013, la inflación medida por la variación del índice general de precios al consumidor para el Área Metropolitana de Caracas presentó una variación interanual de 52,7%, y para el año 2015 último año en el Banco Central de Venezuela presentó información acerca de los índices de precio la variación interanual fue de 159,7%.

Ante este vacío de información el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su informe sobre las Perspectivas Económicas de las Américas , del 13 de octubre de 2017 había estimado la inflación en Venezuela para el 2016 en 302,6%, y proyectado para el los años 2017 y 2018 tasas de crecimiento de los precios de 1.133% y 2.530% respectivamente. También la Asamblea Nacional Legislativa, ha emitido un informe que la inflación anualizada de febrero de 2017 a febrero de 2018 ha alcanzado 6.137%.  Mientras tanto, continúa impertérrito  el BCV emitiendo dinero inorgánico al continuar financiando las misiones sociales encargadas a PDVSA. El instituto emisor no pasa de los 9.000 millones de US $ en reservas internacionales y  sigue imposibilitado de evitar que el dólar paralelo suba en relación al bolívar.

En relación al crecimiento del producto interno bruto en términos reales, el FMI ha publicado cifras que indican más bien un decrecimiento desde el año 2014 confirmando lo que muchos economistas no adictos a las tesis keynesianas  y  estructuralistas afirmábamos de que las presiones inflacionarias al final producen decrecimiento del producto y estancamiento.

Cuadro decrecimiento PIB

Por otra parte, también el endeudamiento del Estado venezolano ha sido colosal, en 1998 la deuda pública sumaba 28.000 de millones de US $ para el año 2015 ya alcanzaba  los 152.206 millones de US $.

Sea como fuere, el juego del dinero se ha acabado, los supermercados el 1° de mayo estaban repletos puesto que los consumidores, humildes asalariados, miembros de la tribu en extinción llamada clase media, estaban tratando de adelantarse a los efectos terribles de la emisión de dinero sin respaldo en reservas internacionales, inventarios de productos terminados, etc.

Por si todo esto fuera poco, un analista del banco Credit Suisse, Carey Reckman, estima que el ingreso per capita de los venezolanos era en el año 2012 12.885 US $ y lo proyectaba para este año 2018 de 2.800 US $, esto significa un ¡descenso de 78%! Una caída descomunal que se refleja en más familias pobres, gente escarbando en la basura para encontrar alimentos, y sobre todo un enorme éxodo de venezolanos hacia Colombia, Brasil, islas del Caribe, y países alejados de las fronteras venezolanas como Estados Unidos, Chile y Argentina.

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