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El imperialismo moribundo

El imperialismo, tan vivo en el planeta hace un siglo, hoy yace moribundo, por ejemplo, en las estepas de Ucrania. Cierto sí es que Putin hace décadas tiene la ilusión de rehacer el desaparecido imperio de los zares y de los comunistas, y le da igual que para eso deba recurrir al genocidio, como hicieron Stalin y los zares en el pasado. Pues bien, el país vecino le ha resultado totalmente indigesto al belicoso de don Vladimir. Cuando por fin se tenga que ir con el rabo entre las piernas, se habrá desbaratado una de las últimas ilusiones imperiales que quedaba sobre la faz de la Tierra. ¿China intentará algo más adelante?

Aparte del rotundo fracaso reciente de Putin, en los últimos años otros intentos imperialistas se estrellaron contra la fuerte resistencia de los pueblos: dos veces en Afganistán, una en Irak, otra en Kuwait ayudada por el míster. Mejor dicho, salvo pequeñas intervenciones casi puntuales, habría que retroceder varias décadas para encontrar el último ejemplo de imperialismo “triunfante”, por así decirlo. Magnífica noticia esta, la verdad sea dicha.

Según eso, el mundo en este siglo XXI ya quedó dividido más o menos como está. ¿Bien, mal, regular? Salvo mi voto, pues aquí y allá hay regímenes impresentables, hasta el punto de que alguno a lo mejor caerá en los años venideros, aunque casi con seguridad para ser reemplazado por una alternativa local, no impuesta por un extranjero.

¿Por qué pasa todo esto? Lo primero es que invadir un país se ha vuelto más difícil y costoso, sobre todo cuando se tiene en contra a la mayoría de la población, despistada o no. Hace un siglo, las autoridades coloniales eran más o menos estables, por lo menos hasta cuando se encendían las revueltas. De hecho, lo que viene pasando desde comienzos del siglo XIX es que los pueblos aprovecharon una u otra crisis o debilidad para expulsar a los colonialistas, que después no hallaron la manera de regresar. Por eso, la cuenta de los regímenes coloniales ha seguido bajando.

Hoy el proceso se ha acelerado y la idea es no dejar vivir al invasor desde un comienzo, por la vía del sabotaje, el terrorismo o lo que sea, éticamente justificado o no. El mensaje dice: o te vas o te hago la vida imposible. Yo soy de aquí; este es mi país: rezo, gobierno u organizo mi economía como me viene en gana. Claro, cuando el dictador es local, él también puede decir: “este es mi país”, etc… de suerte que el mensaje de arriba deja de funcionar. Por eso hay una gran cantidad de dictaduras.

Otro cantar, claro, es que restan muchas otras formas de presionar a un país o grupo de países para actuar de un modo u otro, solo que ya no pasan por la vía de instalar en ellos gobernadores extranjeros. Sin embargo, algo le dice a uno que estas formas de presión también se van a debilitar. Yo pensaba en los grandes deudores que hoy tiene China en el mundo, por ejemplo, Venezuela. ¿Qué pasará si en unos años los gobiernos deudores, argumentando esta o aquella irregularidad, optan por cesar los pagos o aspiran a una gran quita de la deuda? Hace un siglo los imperios enviaban los buques de su armada a los mares territoriales del alegre deudor y por lo menos se les sentía gruñir allí. Hoy eso luce mucho menos eficaz. En fin, que muchas deudas internacionales se contrajeron en su momento bastante a las malas y en condiciones leoninas, así que lo comido bien puede salir por lo servido.

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