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El gran garrote arcaico

Desde antes de asumir por segunda vez el mando el presidente Trump está dejando claro que lejos de despertar confianza entre los aliados tradicionales de Estados Unidos, prefiere hacer mofa de ellos, y mantenerlos en zozobra, una de las peores maneras de crear incertidumbre en las relaciones internacionales.

No es nada serio insistir en tuits que se pasan de graciosos, que Canadá debe ser el estado 51 de la unión, y llamar “gobernador” a su primer ministro Justin Trudeau, como no lo es tampoco la grotesca propuesta de comprar el territorio de Groenlandia a Dinamarca, ambos países miembros fundadores de la OTAN; y no es menos la agresiva exigencia de que el canal de Panamá sea devuelto a Estados Unidos, “en su totalidad y sin cuestionamientos”, y advertir “a los funcionarios panameñas actuar en consecuencia”.

Hay quienes se tranquilizan diciendo que las amenazas del presidente Trump contra Panamá son parte de un catálogo demasiado copioso como para que pueda ser tomado en serio, y que se hallan fuera de la realidad porque son contrarias a los mecanismos y convenciones internacionales. El asunto está en que revelan la naturaleza de una voluntad agresiva, y fuera de control, y pareciera ser que el viejo big stick, símbolo nefasto de la política imperial de Estados Unidos con América Latina en el pasado, está siendo sacado de la vitrina del museo donde había estado guardado por muchos años, para ser blandido de nuevo.

Si el gran garrote es el símbolo de una política que parecía ya enterrada años atrás, el canal de Panamá es, a su vez, todo lo contrario: el símbolo inequívoco de la soberanía que las naciones latinoamericanas han defendido históricamente en el contexto de sus relaciones, tantas veces conflictivas, con Estados Unidos.

 “I took Panamá”, declaró sin ambages el presidente Teodoro Roosevelt, y no se trata de ninguna cita apócrifa. Se apoderó de Panamá en 1903, decidido a emprender la construcción del canal, y en 1911, ya fuera de la presidencia, confesó en un discurso pronunciado en Berkeley, California: “me apoderé del canal y dejé que el congreso deliberara, y mientras sigue deliberando el canal se está haciendo”.

Surgió así, alrededor del canal interoceánico, la Zona del Canal, un territorio segregado a Panamá sobre el cual Estados Unidos ejercía plena soberanía, bajo la autoridad del gobernador de la Zona, con sus propias leyes y bases militares. Y surgieron “los zoneítas”, los habitantes del territorio colonial.

La doctrina expansionista del destino manifiesto había sido inventada para justificar la conquista del territorio continental de América del Norte, y luego sirvió para extender el dominio político y militar de Estados Unidos hacia el sur, cuando en 1898 se apoderaron de Cuba y Puerto Rico tras la derrota de España, y pocos años después de Panamá en 1903. México, Honduras, Guatemala, Nicaragua, República Dominicana, vieron a partir de entonces el desembarco de los marines para hacer valer por la fuerza reclamos territoriales, facilitar golpes de estado, imponer dictaduras militares, y asegurar los intereses de enclaves económicos.

Tras continuas protestas callejeras que buscaban reivindicar la soberanía del canal, el gobierno en Washington hizo en 1964 una concesión simbólica: que la bandera de Panamá fuera izada también en las instalaciones públicas de la Zona del Canal, a la par de la bandera de los Estados Unidos. Los zoneítas se negaron a cumplir el mandato en las escuelas públicas, las manifestaciones de estudiantes panameños marcharon a la Zona para izar su bandera, se dieron enfrentamientos y disturbios, las tropas de ocupación dispararon contra los manifestantes y hubo 21 muertos. El gobierno de Panamá rompió las relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

Hay toda una historia de lucha del pueblo de Panamá por reivindicar el canal, que concluye en 1978 con la firma de los tratados Torrijos-Carter, una transición ordenada de la vía interoceánica, sus instalaciones, bases militares y territorios adyacentes, que se completó en 1999 conforme fue previsto en los mismos tratados.

No hay duda que para llegar a este acuerdo estuvieron de por medio la voluntad del presidente Jimmy Carter, y el empeño del general Omar Torrijos, que supo movilizar a la opinión internacional en favor de la causa de la reivindicación del canal, y a la misma opinión pública dentro de Estados Unidos, al punto de conseguir el apoyo de un ícono de la derecha mediática, el actor John Wayne.

Desde entonces, recuperada la soberanía, el canal ha sido administrado con éxito por los propios panameños, hasta llegar a su ampliación en 2016, con un nuevo sistema de exclusas.

Con su amenaza tan desabrida, el presidente Trump conseguirá, como ya está ocurriendo, unir a los países latinoamericanos en defensa de la soberanía nacional de Panamá, sin distinciones ideológicas, y al sacar de la urna de museo el arcaico gran garrote, hacer que se abre el paraguas del viejo antimperialismo, bajo el cual se acogerán muchos, entre ellos los dictadores de la izquierda arcaica como Diaz Canel, Maduro y Ortega. Ellos serán los grandes beneficiarios del dislate.

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