El futuro que se nos vino encima
La inolvidable y aleccionadora película Los pájaros de Alfred Hitchcock no termina con un amanecer esplendoroso, donde el sol alumbra un nuevo día porque toda amenaza ha desaparecido, y los protagonistas, tras el terror del ataque sin sentido de las aves, antes tan inofensivas, despiertan a una vida feliz, sin más sobresaltos. Al contrario. Los pájaros siguen allí, por miles, en los techos, en los tendidos eléctricos, en el pavimento de las calles, porque sólo se trata de una tregua. Volverán a atacar. No se sabe cuando, pero no han hecho las paces con nadie.
Quizás sea uno de los mejores símiles para imaginar el futuro después de esta fase crítica de la pandemia del corona virus, cuyo final comienza a avizorarse ya en algunos países, como ocurrió en China, y se hacen planes para el retorno a la vida normal. Pero no habrá un corte de escena de la noche de terror hacia el alba limpia de amenazas, y más bien deberemos acostumbrarnos a convivir con el enemigo invisible, cuidándonos de su acecho y buscando mantenerlo a raya, sabiendo que está entre nosotros.
Habrá cambios fundamentales inmediatos no sólo en el sistema mundial de producción y consumo, sino en las relaciones sociales, y en los límites y alteraciones que tendrá la vida pública y en comunidad, tal como hemos estado acostumbrados a llevarla hasta ahora.
Saludarse estrechando las manos, los besos en la mejilla, pueden ser ya un asunto del pasado, porque la regla para evitar el contagio de un virus que no sabremos si ya se ha ido, o ha mutado, o ha sido reemplazado por otro más agresivo, será la distancia social.
Viviremos bajo otras normas que hasta hace pocos meses no sospechábamos. Un virus ha tenido el poder de provocar un cambio más radical en las maneras en que nos relacionamos y nos comportamos, que el causado por la revolución tecnológica basada en el paradigma digital.
¿Volveremos a sentarnos lado a lado en la sala de cine a oscuras con alguien que no conocemos, y de quien nunca dejaremos de sospechar si es portador activo? ¿Podemos imaginar un estadio lleno de miles de fanáticos alentando a su equipo de futbol desde las graderías, o un concierto de música pop masivo, como el de Woodstock? ¿Cuáles serán los parámetros de la diversión y el entretenimiento? ¡Cómo funcionarán los bares, los gimnasios, los restaurantes? ¿Tendremos confianza en las manos de quienes preparan la comida en la cocina que no vemos, y en las manos de quienes nos la traen a la mesa? ¿Y los trenes, los vagones del metro?
El turismo masivo, que ofrece paraísos a mano baratos, a lo mejor queda congelado. Abordar un avión, tal como está ocurriendo ya en China, se volverá un proceso de control sanitario tedioso por riguroso. Los cruceros. Nunca antes habíamos visto barcos errantes llenos de viajeros que no pueden atracar en ningún puerto porque la peste los hace indeseables, como en las películas.
¿Volveremos a ver las aulas llenas de estudiantes, o la enseñanza a distancia pasará a ser cada vez más favorecida? Las formas de comprar en grandes espacios, el mall, que convierte los conglomerados de tiendas en verdaderos parques de atracciones, y los black Fridays, inventados en Estados Unidos, que llevan a la gente hasta el paroxismo, cederán paso a las ventas a distancia, que ya venían creciendo desde antes, y pronto será costumbre ver a los drones aterrizando en los patios de las casas acarreando prendas de vestir, electrodomésticos, alimentos. Libros. ¿Cuál será la suerte de las librerías?
La entidad Board of Innovation ha emitido un documento de previsiones para ese futuro a la vuelta de la esquina, llamado Hacia una economía de escaso contacto, basado en los cambios que se operarán en los modos de producción y en las necesidades y hábitos de consumo, pero que tiene que ver con las reglas sociales, y con el hecho simple de cuánto estaremos en contacto unos con otros.
La premisa es simple: “hasta que haya una vacuna o inmunidad colectiva, el escenario base es un continuo aumento y disminución de interrupciones en la forma en que trabajaremos y viviremos durante los próximos dos años, lo que resultará en nuevos hábitos después”.
La medida del acercamiento, o del alejamiento, tendrá que ver con los sistemas sociales, la seguridad pública, las políticas laborales, la migración, el control de las fronteras, la globalización, y aún será capaz de afectar los modelos políticos. Y la democracia. El autoritarismo, y la demagogia, saben sacar sus uñas en las crisis.
Mucho parecerá provenir de novelas distópicas, donde se representan mundos indeseables, y los controles sociales contradicen los parámetros de libertad individual que cautelan las sociedades democráticas.
Te pueden detener en plena calle, no por portar un artefacto terrorista, sino porque tu temperatura corporal no es la normal, según indica el termómetro instalado en el casco del agente de policía. O aquel que presenta síntomas y queda en cuarentena, controlado en su casa mediante un grillete, como el que se obliga a llevar a los prisioneros bajo fianza. Minority Report.
¿Pero qué pasará en los países pobres? Las evidencias de que vivimos en un mundo de dos pisos quedarán como nunca al desnudo, como ya está quedando la precariedad de los sistemas sanitarios, el déficit abismal de camas de hospital, de respiradores.
La recesión que afectará a los países ricos como nunca desde el crack de 1929, tendrá efectos devastadores sobre las economías más débiles, y desordenadas, y donde las nuevas reglas de conducta social a distancia no serán fáciles de establecer, porque la realidad de la vida diaria las contradice. ¿Educación a distancia sin computadoras personales? ¿Trabajo en casa donde las ocupaciones informales obligan a la gente a salir a la calle en busca del sustento? ¿Distancia social, donde reina el hacinamiento?
El futuro, tan lejano, se nos vino encima.
San Isidro de la Cruz Verde, abril 2020
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