El exitoso fracaso de La Salida
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A un año de la rebelión estudiantil que conmoviera los cimientos del régimen, pusiera al gobierno de Nicolás Maduro contra las cuerdas empujado al centro de las angustias de la opinión pública mundial, conmoviera incuso al establecimiento hollywoodense y terminara por darle al régimen en la conciencia política de la región definitivamente la placa de identidad de una dictadura más, así fuera de izquierda y subordinada al castrocomunismo cubano, contara con el beneplácito del Foro de Sao Paulo y sobreviviera gracias al auxilio de una extraña componenda entre los gobiernos de la región y la oposición oficialista venezolana, los hechos, rotulados como La Salida, continúan preocupando al aparato mediático de esa oposición oficialista que entre respaldar y sumarse a la rebelión o volverse de espaldas al sentimiento popular y echarle un salvavidas al acuciado aparato represor del régimen, prefirió respaldar a Nicolás Maduro y sus esbirros.
Obviamente: la relación interesada de los hechos, formulada con los clásicos instrumentos del sofismo, destaca lo que, post festum, sirve para limpiarle el rostro a los protagonistas del diálogo que apuñaló por la espalda el mayor esfuerzo de movilización popular intentado por la oposición democrática desde los hechos del 11 de abril de 2002, vale decir: a la MUD. El fundamento de la descalificación resultaría risible, si esos trágicos meses de nuestra historia no se hubieran saldado con casi medio centenar de jóvenes asesinados en las circunstancias más alevosas y el líder que la encabezara y hoy lidera la valoración popular, Leopoldo López, no llevara un año preso en condiciones aberrantes: la rebelión no fue acordada en y por los partidos de la MUD. A ese pecado original de la rebeldía, que para manifestarse requiere de la buena pro de unos liderazgos trasnochados y concupiscentes, más preocupados de mantener el cacicazgo sobre sus mesnadas que por responder a los desafíos históricos, se suma el argumento aristotélico con el que todos los fracasados han justificado sus acciones: “Las condiciones no estaban dadas”. Del resto de la ferretería argumental de los sofistas nativos e importados no vale la pena preocuparse. Son parafernalia verbal. Palabrería.
Recientemente, un líder de Primero Justicia (PJ) expresaba lo que es el anhelo más profundo de esa joven y ya avejentada organización política: el gobierno de Nicolás Maduro debiera acordarse con los productores nacionales en bien de resolver los graves, los monstruosos y gigantescos problemas económicos generados… por el mismo Nicolás Maduro. Para el señor Mardo, que es a quien me refiero, el gobierno de Maduro no es el último enchapado del castrochavismo, no forma parte de la estrategia continental del castrismo, no constituye una colonia de facto de la tiranía cubana ni persigue montar un régimen totalitario en Venezuela. Es, a lo sumo, un mal gobierno que estaría en perfecta capacidad de revertir la mayor devastación sufrida por el país en sus 200 años de historia republicana, llevada a cabo con premeditación y alevosía durante largos 16 años, como si fuera la obra desquiciada de unos extraterrestres. ¿Pedirle permiso a Primero Justicia, que sostiene todos esos insólitos desvaríos y constituye uno de los dos ejes de la llamada Mesa de Unidad Democrática, para terminar de desalojar al régimen con una rebelión popular que reinserte a la nación en su tradición emancipadora?
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A pocos días de los luctuosos sucesos que, debido a la violación de una joven universitaria en predios universitarios encendieran la chispa de la indignación y provocaran la rebelión de febrero, el otro eje de la MUD, Acción Democrática (AD), por mediación de su vocero el diputado y jefe de la fracción parlamentaria de AD, Edgar Zambrano, lo expresó clara y brutalmente, como suele ser el estilo de su jefe, en una entrevista con que el periódico El Universal –todavía entonces en manos de sus antiguos propietarios– destacaba su primera página de política bajo la reseña de las declaraciones de Nicolás Maduro en el mismo sentido. Dijo, palabras más palabras menos, que la única alternativa al voto eran las balas. Una velada amenaza que anticipó los hechos: baleados murieron 45 jóvenes venezolanos.
Sería canallesco suponer que esa coincidencia de pareceres entre el segundo hombre de AD y Nicolás Maduro le daba luz verde al siniestro proceder de las fuerzas represoras del régimen contra quienes no se avenían a la fórmula copernicana de Acción Democrática: o votos o balas. Pero la consecuencia no podía ser más evidente: en la Venezuela castrocomunista no cabe otra acción que la de participar en elecciones. Y punto. De modo que mal pueden argumentar nuestros sofistas al servicio de ambos partidos el error de principio de la llamada Salida: no haber contado con la aprobación y el respaldo de la MUD. Ni AD ni PJ, no solo los partidos decisorios de ese parapeto que un editor comparara a un mueble sino las claves del sostenimiento político del régimen, jamás hubieran aprobado una sola acción que cuestionara su ya decidida estrategia: recuperar el aliento tras la debacle de las elecciones edilicias de diciembre –debacle por el que, evidentemente, no dibujaron una sola excusa ni sacaron las más elementales consecuencias– y volver a empujar la pesada piedra electoral –anclada en el CNE castrochavista a vista y paciencia de la MUD– desde el pie de monte del desastre electoral hasta las cumbres de diciembre de 2015. Una reiteración a la enésima potencia de lo que en algún lugar llamáramos “el Sísifo idiota”.
Sería ocioso volver a demostrar que ningún cambio profundo, como el que Venezuela reclama a gritos, espera “por las condiciones perfectas”. Si así fuera, la historia caminaría robóticamente, a su propio e inconsciente impulso. Los hombres seríamos marionetas. Asunto de lo que nuestros sofistas son perfectamente conscientes. Como lo estaba Churchill al apartar de un manotazo al pusilánime y colaborador Chamberlain para enfrentar las balas con balas y hundir al nazismo en su detritus. Y que solo pueden formular en nuestro caso porque desconocen absolutamente la historia venezolana. Que desde su nacimiento jamás esperó “por las condiciones perfectas”. ¿O es que la Independencia la recogimos durmiendo la siesta al borde de Catuche? Las condiciones no maduran como los frutos, ni los actores pueden echarse a la sombra de un vergel a esperar ser llamados por el Buen Dios a que se muevan a recoger la regalada cosecha. Es producto de la inteligencia, la lucidez y el coraje de quienes se niegan al cautiverio y se oponen a la servidumbre.
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Nada de lo dicho y sucedido nos encontró en pañales. En diciembre de 2013 escribimos un artículo titulado “La tormenta perfecta” en el que, contrariamente a lo deseado por el chavismo, AD, PJ y sus sofistas, preveía graves acontecimientos para el año 2014 pronto a iniciarse. No era brujería: era elemental cálculo de probabilidades. Los datos argumentales eran muy simples: una oposición electorera hasta el tuétano, que llevaba más de una década imponiendo sus criterios y subordinando toda acción emancipadora a la concurrencia a eventos controlados absolutamente por el régimen y manteniendo así a raya el impulso liberador de sus masas de respaldo se vería de pronto desalojada del protagonismo político, echada a la espera de las elecciones que tendrían lugar a dos años plazo, desvinculada de la sociedad civil; el gobierno carente de mecanismos seudolegales y seudodemocráticos de contención del descontento popular entregado a la suerte de los sucesos; la crisis económica en pleno despliegue, acicateada por la previsible baja de los precios del petróleo y el demoledor efecto de la desaparición del caudillo, conformaban un cuadro cataclísmico. La sociedad venezolana entraría al ojo del huracán y sería presa de lo que, por ello, llamáramos “la tormenta perfecta”.
Presuponer en Leopoldo López y su joven organización Voluntad Popular la capacidad de poner en acción la rebelión popular de febrero y atribuirle a María Corina Machado y a Antonio Ledezma la fuerza operativa como para poner el país de cabeza “yendo a contramano de las condiciones objetivas” supone no solo un criminal desconocimiento de lo que sucede en Venezuela sino una mengua intelectual indigna, incluso, de un sofista. Venezuela es un volcán a punto de estallar. Y estallará, por más esfuerzos que hagan la MUD, sus partidos y los corifeos que les proveen de legitimación. El efecto de la brutal baja en los precios del petróleo recién comienza a sentirse, pues es a partir de este mes que se nos está cancelando el petróleo exportado durante el 2014 bajo la dictadura de los nuevos precios. El desabastecimiento ya alcanza rubros de primerísima necesidad y agobia puntos cruciales de nuestra supervivencia, como la seguridad y la salud. La carencia de divisas contrasta con el puesto privilegiado que ocupan los depósitos del régimen en la sucursal suiza del HSBC londinense. Que, bueno es saberlo, superan con mucho nuestras reservas operativas, apenas alcanzan para cubrir el servicio de la deuda y ya muerden 50% de nuestras reservas internacionales: 14.900 millones de dólares.
El muro que ocultaba los desmanes y crímenes de Estado cometidos en una aparente y absoluta impunidad por el régimen se están viniendo abajo: el presidente de la Asamblea y cogobernante, Diosdado Cabello, así como el tercer hombre del régimen, Tareck el Aissami –responsable de la conexión iraní en Venezuela, a la cabeza de la penetración de la Yihad y el Estado Islámico en el hemisferio– están siendo acusados ante las autoridades judiciales norteamericanas como jefes del Cartel de los Soles, que mueve cinco toneladas de coca semanalmente hacia Europa y Estados Unidos, por un hombre de confianza de Hugo Chávez y jefe de seguridad de Cabello, el capitán de fragata Leamsy Salazar.
Si nuestros sofistas creen que todo ello sucedió mientras las fuerzas opositoras venezolanas dormían la siesta en la sede de la MUD a la espera de las elecciones de diciembre, están profunda, cruelmente equivocados. Castro, Lula, el Foro de Sao Paulo y todos los gobiernos filocastristas de la región tuvieron que venir desesperados a socorrer a un Maduro tambaleante. No fue por acción de Henry Ramos o Julio Borges. Sino muy por el contrario: ellos contribuyeron a capearle el temporal al hombre de los Castro en Caracas.
Tampoco la sorprendente decisión del ex presidente chileno Sebastián Piñera, de desafiar a la nomenklatura castroforista que gobierna a su país viniendo a respaldar el Congreso Ciudadano en la lucha por la liberación de Leopoldo López, acompañado por los ex presidentes Pastrana y Calderón, se produjo a iniciativa de la MUD, AD y PJ. Se produjo a iniciativa de la diputada María Corina Machado, que junto con Leopoldo López encabeza las encuestas de popularidad de la Venezuela de La Salida. Pues, aunque no lo crean los sofistas: el fracaso de La Salida brilla por sus éxitos. Venezuela despertó, echó a andar y nada ni nadie impedirá que termine por desalojar a Nicolás Maduro y enterrar de una buena vez y para siempre la plaga que la ha devastado desde que una aciaga madrugada del 4 de febrero de 1992 un grupo de militares felones traicionara nuestra democracia. Todo lo demás es silencio.