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El dilema ético del presidente Guaidó

Tener sobre sus hombros el liderazgo de la oposición democrática es un reto que exige inteligencia, valor, perseverancia  y fe en los ideales de libertad, justicia y democracia. Desde el mismo momento  de su juramentación, como presidente encargado de la República, percibí esas condiciones en Juan Guaidó. Han pasado varios meses al frente de esa responsabilidad  y creo que, con aciertos y errores, su actuación ha sido positiva. Pensar que Nicolás Maduro abandonaría el poder sin mayor resistencia es desconocer que el régimen chavista-madurista es una tiranía capaz de reprimir criminalmente cualquier resistencia que se intente en su contra sin considerar límites morales, constitucionales  y democráticos. Desde el principio de su gestión, Juan Guaidó, mantuvo que su designación  era consecuencia de una norma constitucional pero, al mismo tiempo, clarificó que su fuerza política surgiría de la movilización popular y del compromiso institucional de la Fuerza Armada de cumplir con los principios fundamentales de la Constitución Nacional. El  pueblo cumplió, los cuadros militares no lo hicieron  y parece que no lo harán.

La tragedia venezolana se sigue agravando de tal manera que parece no tener solución. La hiperinflación ya no sólo incrementa los precios de los productos  en bolívares sino también en dólares. Los sectores populares hace unos meses podían cubrir sus gastos, con holgura, recibiendo cien dólares  desde el exterior; ahora, apenas pueden subsistir. Los que tienen que vivir del sueldo mínimo, sencillamente, se mueren de hambre. Los sistemas de salud, educación, electricidad, agua, transporte, teléfonos, y pare usted de contar, están totalmente colapsados. Petróleos de Venezuela apenas produce 700.000 barriles diarios, los cuales sólo satisfacen el consumo interno.  En fin, Venezuela enfrenta la crisis más dolorosa de su historia. Su origen no es económico ni social.  Es exclusivamente político. Esta tragedia comenzó durante los gobiernos de Hugo Chávez. Eso hay que saberlo. Su egocentrismo condujo a la destrucción de todo el sistema institucional venezolano. Nicolás Maduro, en lugar de rectificar, mantuvo esa misma forma  de actuar. De allí, la actual ruptura del orden constitucional.

Ese es, justamente, el reto de Juan Guaidó: ponerle fin a la usurpación  de Maduro y detener la destrucción de Venezuela. Su juramentación, el 23 de Enero, como encargado de la presidencia de la República, el reconocimiento de más de cincuenta de los más importantes gobiernos del hemisferio occidental y el total desconocimiento de la legitimidad del espurio gobierno de Maduro abrió una crisis política que aún no ha podido resolverse. Inicialmente, Juan Guaidó  consideró que su legitimidad y el rechazo nacional a Nicolás Maduro  traerían  por consecuencia que los cuadros militares tomarían una posición institucional al cumplir el artículo 333  de la Constitución Nacional. No fue así. Ni el 23 de febrero ni el 30 de abril hubo el suficiente respaldo militar. A partir de ese momento, y en medio de la gran presión internacional han surgido dos escenarios posibles: una intervención militar  multilateral realizada por una  amplia alianza  de países del continente americano, legitimados por la OEA, y una posible negociación, utilizando al reino de Noruega como mediador, entre el legítimo gobierno de Guaidó y el del usurpador Maduro.

Pareciera ser que la negociación en Oslo ha tomado cierta fuerza. De todas maneras, las posiciones se observan exageradamente distantes y no fáciles  de armonizar. El esfuerzo del reino de Noruega no será sencillo. Es verdad, que su experiencia es muy amplia. Ojala, logren encontrar alguna posible solución al conflicto venezolano. La posición del gobierno provisional de Juan Guaidó es una sola: el fin a la usurpación madurista. Al contrario, el gobierno del usurpador de Maduro exige varios puntos: reconocimiento de la legitimidad de Maduro, convocatoria a elecciones presidenciales y de Asamblea Nacional y  eliminación de las sanciones económicas.  A mi criterio, el principal obstáculo que encontrarán los facilitadores es el corto tiempo de que disponen. Las necesidades que enfrenta el pueblo venezolano  exigen una inmediata solución. La permanencia de Nicolás Maduro en la presidencia de la República impide que puedan resolverse  los grandes problemas venezolanos. Pienso que la alternativa de solución puede estar allí.  El usurpador debe abandonar el poder para que pueda constituirse un gobierno de transición.

El escenario de una posible intervención multilateral pareciera haber perdido fuerza. Es lógico que eso ocurra al surgir la alternativa de una posible negociación. De todas maneras, creo importante resaltar, después de observar la reunión entre altos funcionarios del gobierno de los Estados Unidos con los  representantes de  Juan Guaidó,  que ese escenario permanece en estudio mientras se determina la real posibilidad de éxito de la negociación en Oslo.  Si al mismo tiempo se analizan las fuertes declaraciones del almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur, en  una conferencia que dictó en la Universidad Internacional de la Florida, hay que concluir que una intervención multilateral es un escenario posible. Justamente, en esa compleja circunstancia Juan Guaidó tendría que resolver un difícil dilema ético: decidir si respalda una intervención multilateral, con el respaldo de la OEA,  o si continúa en la búsqueda de una solución pacífica, aun conociendo que la permanencia en el poder de Nicolás Maduro traería dolorosas consecuencias para nuestro pueblo, mediante alguna forma de negociación. Una compleja y difícil decisión.

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