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El dilema de Europa: reinventarse o desintegrarse

Los países europeos encontraron en la Unión Europea la oportunidad única de acordar una unión económica y política para la integración y gobernanza basada en valores democráticos, justicia, derechos humanos y el respeto a las identidades de cada una de las naciones que la conforman. Hoy son 28 países miembros que comparten esa plataforma común, logrando consolidarse como alternativa frente a la supremacía de otros polos de poder global. Mantener la paz y el progreso luego de los horrores de las dos guerras mundiales, en eso consiste el sueño de la Unión Europea, una alianza que engloba las esperanzas de 500 millones de personas. A 15 años de su creación, se ha convertido en la primera potencia económica de Occidente. Sin embargo, la UE presenta una serie de problemas y fracturas que la sitúan en el umbral de una crisis sin precedentes. A la inestabilidad financiera se une la inestabilidad política en algunos de los países, así como el ascenso vertiginoso de la ultraderecha y la ultra izquierda, ambos enemigos declarados de la Unión Europea y de su moneda única. A este fenómeno se suman las manifestaciones populares que reclaman una mayor participación ciudadana en su propio destino. Otros claman por los valores nacionalistas y la vuelta al terruño, diciéndole no al multiculturalismo mal enfocado y a la inmigración sin control que mina su seguridad social e irrespeta sus valores tradicionales y las normas de convivencia. Los resultados de las pasadas elecciones al Parlamento europeo han mostrado la enorme brecha entre la élite dirigente europea y las aspiraciones de la gente común. Todos estos factores alimentan una tendencia eurofóbica que se ha manifestado en algunos de los países que conforman la unión, consolidando un nutrido frente oposicionista en el Parlamento europeo. Si agregamos a esto la posición separatista de Inglaterra, el panorama no luce radiante.

La mayoría de los países de la UE se enfrentan al reto de corregir los cada vez mayores desequilibrios macroeconómicos internos, en medio de una persistente inestabilidad financiera, decrecimiento económico y altos niveles de desempleo. La crisis económica y financiera que comenzó en el año 2008 puso de manifiesto las debilidades relativas a la deuda soberana de Portugal, Irlanda, Grecia y España, así como el decrecimiento, déficit presupuestario y desempleo en otros países como Francia e Italia. Recordemos que los criterios de convergencia del tratado de Maastricht estipulan que en los países de la UE la inflación no puede ser mayor de 1,5% respecto a la media de los tres Estados de la Eurozona con menor inflación, el déficit presupuestario de las administraciones públicas no puede representar una cantidad mayor de 3% del PIB al final de año precedente y la Deuda Pública no puede representar una cantidad mayor de 60% del PIB.

Ante las situaciones irregulares de sus economías, esos países han cedido su soberanía económica a Bruselas, que ha implementado mecanismos para la supervisión de sus políticas económicas internas.  Esto último ha disparado los ánimos nacionalistas que reclaman a sus respectivos gobiernos no atender las demandas ciudadanas por dedicarse cumplir las exigencias supranacionales. De hecho, el Parlamento europeo, elegido democráticamente por los ciudadanos de los 28 países miembros, puede quedar como convidado de piedra ante las decisiones de las instancias políticas y financieras a escala supranacional, alejadas de la opinión de la gente.

Dieu et mon droit

Inglaterra argumenta que la crisis económica de la Unión Europea se solucionaría dejando fuera a los países con problemas fiscales, convencida de que los Estados miembros más débiles deberían retornar a sus propias monedas y desligarse de las políticas del Banco Central Europeo (BCE). Alemania, por su parte, argumenta que las reglas del club fueron hechas para proteger las desigualdades.

El Reino Unido, desde que ingresó a la Unión Europea, ha mantenido su moneda argumentando que perderían con el cambio, así como la posibilidad de devaluación táctica en casos de déficit comercial, aunque la verdad es que una sociedad tan peculiar como la inglesa, que se rige por el derecho divino, conduce con el volante a la derecha y que aún no ha adoptado el sistema métrico decimal, pensamos que no está dispuesta a cambiar su moneda y mucho menos a que otros intervengan en su economía. Inglaterra se ha negado sistemáticamente a alinearse con Alemania, que ha asumido el rol de dictar políticas junto al Banco Central Europeo (BCE). La Gran Bretaña no refrendó el acuerdo de disciplina fiscal de la Eurozona, sin evaluar que eso podría significar el progresivo debilitamiento de la UE. Entre los ingleses, orgullosos de mostrar su economía en crecimiento, ya es recurrente la idea de salirse de la unión. Como dice el motto en francés de la monarquía inglesa: Dieu et mon droit, “Dios y mi derecho”.

El dilema de la globalización

Sobre el conflicto entre decisiones democráticas a lo interno de cada nación y decisiones tecnocráticas a escala supranacional, Dani Rodrick (The Globalization Paradox, 2011) afirma que “no podemos sustentar simultáneamente la democracia, autodeterminación nacional y globalización económica”. Al analizar la globalización económica (la financiera y comercial) concluye  que existe una paradoja: para que la globalización produzca beneficios económicos para toda la sociedad en general, aquella necesita de democracias nacionales fuertes y normas nacionales que protejan a todos los actores socioeconómicos, pero normas que, a la vez, permitan a estos una suficiente interacción y maniobrabilidad internacional. Esta propuesta contrasta con la doctrina predominante en la actualidad que exige que la hiperglobalización económica vaya acompañada de instituciones públicas mundiales. El autor ve la globalización como un trilema en el cual no es posible combinar simultáneamente instituciones nacionales del Estado-nación (soberanía nacional), la hiperglobalización y la democracia. Antonio Roldán Monés (El trilema de Europa), citando a Rodrik, lo resume de esta manera: (1) la democracia se debilita en el marco del Estado nación si este está integrado profundamente en la economía internacional; (2) la democracia y el Estado nación son compatibles solamente si retrocede la globalización; (3) la democracia puede convivir con la globalización si se articulan fórmulas de gobernanza transnacional y se debilita el Estado nación.

Rodrick concluye que tenemos que elegir a lo sumo dos de estos tres factores ya que la hiperglobalización, mediante la competencia ilimitada internacional, impone decisiones al Estado-nación, reduciendo la soberanía nacional. A su vez, estas decisiones (como reducir la fiscalidad corporativa, seguridad social o los derechos laborales) suelen ser de carácter político y estar sujetas a procesos democráticos y de consenso en cada nación. Por tanto, si las decisiones impuestas no son refrendadas vía los procesos democráticos nacionales, no se implementarán y se truncará la hiperglobalización.

Europa no es una isla

Europa está amenazada desde dentro y desde fuera por el terrorismo islámico y otros factores derivados del entorno poscolonial. Los conflictos en los países norafricanos y del Medio Oriente han producido 14 millones de desplazados que tratan de colarse en el continente. Por su parte, Rusia ha despertado a la bella durmiente europea con una pesadilla militar al anexarse parte de Ucrania.  Paul Engel, director del European Think Tanks Group, afirma: “Europa no es una isla. Los problemas de Europa necesitan soluciones globales y los problemas globales necesitan de la acción europea. Es urgente abordar los conflictos y la fragilidad estatal movilizando todos los recursos diplomáticos, financieros y militares a disposición de la UE con el fin de prevenirlos. Cada vez más, la expansión de los conflictos violentos no resueltos en África, Oriente Medio y otras regiones vecinas tiene un impacto directo en la UE. Europa solo podrá garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos si hay paz más allá de sus fronteras. En la vecindad europea, la organización Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) amenaza con desestabilizar gran parte de Oriente Medio. La Unión no puede permitirse el lujo de andarse con rodeos, y necesitará contar con un fuerte mandato por parte de sus Estados miembros para liderar una respuesta eficaz a esta y otras crisis”.

Por todo esto, se hace aún más necesaria la unión política, como única manera de enfrentar tan grandes desafíos.

Reinventar la esperanza

La UE no es perfecta y hay fallas que subsanar, entre otras la de permitir una mayor participación de los ciudadanos en sus decisiones. La UE existe para construir sociedades donde cada individuo tenga la oportunidad de emprender su propio progreso. Para eso, necesita líderes capaces de sacudirse de esas abstracciones económicas insostenibles y próximas a colapsar del todo, plagadas de creciente déficit y desempleo. Dirigentes que no solo apuesten por el beneficio de la voracidad financiera de las grandes corporaciones, sino que se planteen construir y desarrollar cuanto antes modelos sustentables, basados en el conocimiento y la información, donde no se confunda a la gente hablando de consumo y prosperidad, mientras se profundizan las desigualdades sociales, se destruye el medio ambiente y se agotan los recursos no renovables. Una unión monetaria no funciona sin una unión económica y esta es insostenible sin una unión política. Esta última es fundamental para encarar las incertidumbres y desafíos del presente. Europa necesita de un discurso innovador que promueva de una vez por todas un cambio de paradigmas. Para sobrevivir, la Unión Europea necesita reinventarse.

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