El diálogo Vs. Perros de la Guerra
Revolución, no es reducir ni oprimir a los venezolanos bajo la tiranía de un pensamiento único promovido por una minoría que promueve y apoya malas costumbres. Revolución, “significa – según la apreciación del escritor mejicano Carlos Fuentes – la ruptura del orden establecido y el movimiento hacia un futuro, esperanzadamente, mejor.” En Venezuela, el gobierno socialista como un monstruo depredador, entre desaciertos, corrupción y despilfarro, hicieron desaparecer a ese futuro. Es el resultado de 18 años de fracaso.
Da dolor ver a la gente, pasearse por mercados y establecimientos comerciales, en busca de los escasos y encarecidos alimentos. Muchos piden para completar el pago del precio del pan o la medicina. Dicen: “Lo que gano con mi trabajo, no me alcanza para comer.” Lo lamentable es ver, a niños y adolescentes, comiendo de la basura. El hambre y las limitaciones, en tiempo de crisis moral, incrementan las tentaciones, la violencia, y por añadidura, a la más criminal y despiadada delincuencia organizada y común. A este gobierno, por fraudulento y corrupto, no le alcanza la moral para detener los vicios y las miserias humanas que ha creado por causa de su mal ejemplo. El Libertador, Simón Bolívar, lo increpa desde su discurso ante el Congreso de Angostura: “las buenas costumbres y no la fuerza, son las columnas de las leyes, (…) el ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad”.
Si el gobierno no tiene recursos morales ni materiales para solucionar la crisis, debería reconocer sus errores –como quien se enmienda–. Y con mea culpa, aceptar la naturaleza biunívoca del diálogo. Pues, ambas partes están obligadas a escucharse y a escuchar, de ver antes que su situación particular, la del país. Sin dejar de tomar en cuenta a todos los involucrados, para que las partes piensen más a favor de la nación que respira, de la gente que padece. De lo contrario, solo incrementarán más la crisis actual. El diálogo debería tratar, si no la salida del gobierno, al menos hacerlo entender que sus políticas están erradas, que destruyó la felicidad, como el bien supremo, a que todo ser humano tiene derecho. O como lo refería Bolívar, en la Carta de Jamaica: “por efecto del instinto que tienen todos los hombres a aspirar a su mayor felicidad posible”. La gente quiere ascender, tal como lo refiere la frase, arriba citada, de Carlos Fuentes: “hacia un futuro, esperanzadamente, mejor”.
Este gobierno obliga a la gente a vivir en socialismo; pero un socialismo de escasez y hambre, de inflación y especulación. Un socialismo que constriñe a la gente a callar el fraude, la corrupción, los excesos de fuerza y violaciones de la Constitución. Bolívar, en su famosa carta a Henry Cullen, decía: “evitemos caer en anarquías demagógicas, en tiranías monócratas.” Por esto, los venezolanos quieren una salida civilizada, política, humana y viable –que sea producto de auténticos razonadores, que de verdad demuestren que aman al país y a la gente– que por el tenor de su saldo positivo, las soluciones sirvan de buen ejemplo a las futuras generaciones. Por ello y mucho más, el mismo gobierno necesita que no cese el diálogo. La actual oposición está obligada a no equivocarse, a dialogar y a mantener la lucha en la calle; puesto que, el pueblo pide a gritos: “¡Soluciones!” “¡Nuevos liderazgos!” “¡Cambio de gobierno!” Aquí es cuando el escepticismo no derrota la esperanza. Lo contrario, sería negocio para los Perros de la Guerra.