El despotismo ilustrado latinoamericano
En ocasiones pienso que al expresidente Hugo Chávez nadie terminó de comprenderlo en su deseo de llevar las riendas de un proceso revolucionario que no solamente llegara, sino que se mantuviera por buena parte del siglo XXI. El asunto radica en que de un mesianismo populista, característico de los Sistemas Políticos latinoamericanos, hemos desembocado en una versión moderna del “despotismo ilustrado”, con las variantes y realidades actuales que le dan personalidad y accionar propio. Esa percepción del despotismo ilustrado ha sido un concepto político que hace alusión a una forma de gobierno que estuvo vinculada a ciertas monarquías europeas del siglo XVIII; en ella, los reyes, sin renunciar a su condición de soberanos absolutos, buscaron aplicar determinadas medidas de los teóricos de la época, de corte reformista, y en cierta medida progresista, en donde la estructura de un Estado fuerte garantizaba tener las herramientas para mantenerse en el poder y alcanzar cierto prestigio a través de principios panfletarios como el de libertad, igualdad y solidaridad. Se inaugura el discurso demagógico como elemento indispensable para sostener la legitimidad en el Poder y contrarrestar los ataques de algunos sectores de la vida social, en cuanto a la corrupción y malversación de los impuestos cobrados a las clases menos privilegiadas.
El despotismo ilustrado de hoy día, en varios países latinoamericanos, se inaugura por el surgimiento de una tendencia a la centralización y burocratización administrativa cerrada, donde los Mandatarios o Presidentes Constitucionales, se abocan en avalar reformas administrativas tendientes a lograr una burocracia más eficiente mediante la creación de órganos administrativos centralizados que le asegure un control sobre los bienes y servicios a distribuir en su nación; la reorganización de todo el sistema fiscal, buscando fortalecer la entrada de recursos financieros por la vía de la renta pública, con el pretexto de abocarse a una distribución más equitativa de las obligaciones fiscales mediante la abolición de algunas exenciones impositivas que benefician a las clases más favorecidas; reformar al sistema judicial a través de la redacción de Leyes que penalicen nuevas acciones en la sociedad (un ejemplo de esta realidad es la Ley Constitucional Contra El Odio, por la Convivencia Pacífica y la Tolerancia, sancionada en noviembre del 2017, por la Asamblea Nacional Constituyente,ANC, y la cual entró en vigencia en gaceta oficial N° 41.274.9); énfasis en la difusión de la educación y la cultura a través de la creación de nuevas instituciones de educación superior para garantizar el fortalecimiento de un pensamiento único que le de sustentación al marco ideológico vigente; se promueve la tolerancia religiosa, como política de libre respeto a las ideas y creencias de los miembros de la sociedad, eso sí, siempre y cuando no haya una confrontación directa de estas ideas de fe con las decisiones políticas tomadas por los Gobiernos de turno.
En la historia de la América Primera, entiéndase el mundo Europeo que invadió el suelo amerindio en 1412, los monarcas o gobernantes ilustrados más significativos fueron Federico II de Prusia, María Teresa y José II de Austria, Catalina II de Rusia y Carlos III de España. Estos monarcas contaron con mentes lúcidas de su época que se instalaron en las cortes de estos monarcas, orientándolos en las reformas que vinieran a darle progreso a sus reinos; muchos de estos reinos perdieron su brújula y entre confrontaciones internas y guerras, llevaron a sus pueblos a la hambruna y a la casi extinción.
El despotismo ilustrado era concebido por los monarcas, como un hecho artificial, creado por el hombre y entregado, mediante un contrato, revocable, al soberano. Es decir, el monarca o rey que detentaba el poder, era el primer servidor del Estado, y su función era la de proporcionar la felicidad a sus súbditos, pero sin la participación de estos súbditos en esa consolidación de su lugar histórico como pueblo; en aquellos días se decía: “Todo para el pueblo, por el pueblo, pero sin el pueblo”. El despotismo ilustrado que hoy se aprecia surgir en Latinoamérica viene con el ingrediente novedoso de sumar al pueblo a la toma de decisión política que le garantice felicidad e independencia plena; es decir, se promueve la frase: “Todo para el pueblo, por el pueblo y con el pueblo”. Mostrando banderas de un discurso populista y protector en donde el hiper-populismo comienza a tomar sus escenarios y se fortalece con la creación, a lo interior de cada país, de una especie de “sub-país” que por la vía de membrecía de partido o registro electrónico programado, genera las condiciones de convivencia en una nación de dos maneras de pensar distintas, donde la mayoría no es necesariamente la que manda y decide acerca de esa toma de decisiones que busca la felicidad.
En un aspecto concreto, el despotismo ilustrado latinoamericano sobrevive gracias al caudal de recursos naturales que explota el Estado en nombre del pueblo y que invierte sin mezquindad, eso es cierto, en educación, justicia, agricultura, libertad de prensa y tolerancia religiosa; pero una inversión lineal, sin espacio para la escogencia: educación de acuerdo al marco ideológico vigente, justicia en razón de los intereses del Estado, agricultura en razón de los grupos de interés del Estado, libertad de prensa, en razón de aceptar solamente la descripción de las bondades y buenos oficios del Estado y no de la crítica seria y realista; y tolerancia religiosa, siempre y cuando sus juicios de fe críticos al Estado no salgan de los claustros de las Iglesias y no se use la palabra de Dios para destacar los desaciertos del Estado.
A todas estas, el despotismo ilustrado latinoamericano busca mantenerse en el Poder elevando banderas de libertad y anti-imperialismo, tanto los de izquierda como los de derecha, se han vuelto tóxicos en este ejercicio de hiper-populismo; se muestra la cara de un conocimiento reflexivo que justifica la inserción del pueblo en la toma de decisión política y se menciona y teoriza la categoría participación ciudadana, como la gran panacea de los últimos tiempos, pero se le ha negado a los pueblos tener una participación que se le muestre atractiva, con alternativas a las cuales adherirse y sentirse identificados, manteniendo esa vieja conseja de los Gobiernos conservadores y liberales latinoamericanos de imponerlo todo en nombre del bien de la Patria. Lo cierto es que los gobiernos llegan pero les cuesta mantenerse fieles a su pueblo ante lo inevitable de la fragilidad humana hacia los atisbos del Poder.