El cumpleaños de un milagro
Dedicado a Leonardo Daniel
Fue hace un poco más de 36 años, ya habíamos hecho la prueba de sangre cuyo resultado era positivo; habíamos llorado de alegría y estábamos muy ilusionados con esta nueva etapa de nuestras vidas. Íbamos a ser padres, o mejor dicho, ya éramos padres, solo que faltaban algunos meses para conocer a nuestro hijo cara a cara. Esa mañana nos dirigimos juntos a la cita con el obstetra, el doctor nos felicitó y procedió a examinarme; mientras me practicaba el Ecosonograma pude notar que la expresión de su rostro cambió, dejó de hablar por un rato y continuó pasando el trasductor por mi vientre. Pensé que estaba concentrado en su trabajo, como de hecho lo estaba. Nunca pasó por mi mente nada negativo.
Después de un rato nos dijo con una expresión de tristeza en su rostro: _ No son buenas noticias, el bebé no está en el útero. Es un embarazo ectópico. Seguidamente, nos explicó que el embrión se encontraba fuera del útero, en una de las dos trompas de Falopio. Mi esposo le hizo varias preguntas a lo que el médico respondió que era necesario practicar una cirugía lo más pronto posible; pues el riesgo era que intempestivamente se rompiera la trompa, lo cual constituía realmente una emergencia médica. Mientras ellos hablaban, yo escuchaba como aturdida, como confundida; sus voces retumbaban en mi mente como un sonido grave, muy grave. Miré a través de la ventana como buscando el cielo, como buscando a Dios y me quedé en un silencio absoluto por varias horas, hasta que llegamos a casa para preparar la maleta e ir a la Clínica para la cirugía.
Mi esposo me preguntaba una y otra vez si tenía dolor y yo negaba con mi cabeza. Más allá del dolor de no vaciar la vejiga, mientras tomaba varios vasos de agua con la finalidad de someterme nuevamente, antes de la cirugía, a otro ecosonograma, no sentía ningún tipo de dolor. Sin embargo, el médico había dicho que era cuestión de horas, si no me operaban inmediatamente, iba a comenzar a tener un fuerte dolor. Mi esposo llamó a su hermano y su esposa quienes eran obstetras, informándoles de toda mi condición. Ellos no quisieron atenderme desde el principio debido a la relación que nos unía; pues siempre se piensa que los sentimientos de familia pueden nublar el juicio objetivo de un médico en el momento de tomar una decisión.
Recuerdo que había empezado a meter algunas cosas en la maleta cuando mi esposo se acercó a mí, me hizo sentarme sobre la cama, tiernamente me acarició la cabellera y comenzó a tratar de explicarme lo que estaba pasando. El como médico, quería estar seguro de que yo comprendía la situación. Lo que más le angustiaba y trataba de explicarme claramente era que después de la cirugía ya no estaría embarazada. Al escucharlo, quería decirle muchas cosas, pero sencillamente no podía articular las palabras. Entonces, él dijo: _ Eso es lo que está pasando médicamente hablando. Pero, vamos a orar; puso dos almohadas en el piso al pie de la cama y me tomó de la mano suavemente.
Arrodillados y tomados de la mano él comenzó a orar. Las lágrimas rodaban por nuestras mejillas, inundando nuestros rostros. Luego, el llanto se hizo más fuerte, mientras mi esposo le pedía a Dios con gran intensidad en su expresión, que hiciera que ese embrión recorriera el camino desde la trompa al útero. Antes de que él terminara su oración, sentí algo muy especial en todo mi ser; de repente, me sentí tranquila, con una inmensa sensación de seguridad. Poco a poco el llanto cesó, y al mismo tiempo toda la angustia se desvaneció. Una profunda paz inundó mi ser. Entonces oré, le di gracias a Dios por la paz que me había otorgado en ese momento, le entregué a nuestro hijo (a) en sus manos y le prometí que lo (a) criaría con mucho amor, enseñándole su Palabra. Al terminar de orar nos levantamos, nos terminamos de alistar y salimos de regreso a la Clínica.
Al llegar allá había todo un equipo médico preparándose para intervenirme. También estaban mis cuñados, los obstetras. Pasamos a la sala de ecosonografía, mi vejiga estaba a punto de estallar. Había estado tomando un vaso de agua cada hora sin ir al baño. Una y otra vez mi obstetra, mis cuñados y otros dos médicos más del equipo, pasaron el trasductor sobre mi panza, comparando estas nuevas imágenes con las de la mañana, donde claramente el embrión estaba en la trompa. Ahora, como por un milagro, la trompa lucía absolutamente normal, sin ninguna inflamación, y el embrión había migrado, tal como mi esposo se lo pidió a Dios, al útero, donde estuvo tan confortable y feliz que solo salió de ese nido a la semana 42.
Éramos un par de jóvenes comenzando la vida, llenos de sueños y con planes de formar una familia. Esta fue nuestra primera gran noticia como esposos, también la primera gran adversidad que enfrentamos juntos. Una de nuestras primeras batallas, librada desde nuestras rodillas, nuestros corazones doblegados ante Dios, reconociendo la grandeza de su poder y depositando nuestra confianza en Él. Ese día recordé la oración de Ana: “Señor, yo me alegro en ti de corazón porque tú me das nuevas fuerzas… ¡Estoy alegre! ¡Nadie es santo como tú, Señor! ¡Nadie protege como tú, Dios nuestro! ¡Nadie hay fuera de ti! 1 Samuel 2.
Ese día su poder sobrenatural actuó en mi cuerpo, ese día su brazo se extendió para bendecirnos, ese día nuestro clamor llegó delante de Él, a sus oídos. Ese día, una vez más, comprobé aquel amor que me sorprendió cuando aún era una niña, una incipiente adolescente. Hoy, ese milagro está de cumpleaños. Fue un hermoso varón que se ha convertido también en un maravilloso padre de familia. Hoy, al pensar en él, mi corazón se ensancha en un inmenso sentimiento de gratitud. Su vida es una prueba palpable de nuestra fe. Un recordatorio de la fidelidad de Dios.
¡Feliz cumpleaños hijo de nuestro corazón!
“E invocó Jabes (tu nombre aquí) al Dios de Israel, diciendo: ¡Oh, si me dieras bendición, y ensancharas mi territorio, y si tu mano estuviera conmigo, y me libraras del mal, para que no me dañe! Y le otorgó Dios lo que pidió.” I Crónicas 4:10.
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