El corral de los sueños
El Socialismo del SXXI ha sido consecuente en mantener con firmeza el rumbo de sus intenciones –o de sus desaciertos, o ambos- hacia la consagración de la pobreza como nuevo signo distintivo de esta tierra. Progresivamente, en todos los órdenes, dos corrientes concomitantes arrastran a la gran masa de nuestra sociedad: una, halando a la que fuera la envidiada clase media del continente hacia una calidad de vida cada vez más precaria y magra en oportunidades, y la otra, socavando en la mente de los más pobres la aspiración de ascender algún día en la escala social. Si el Plan de la Patria tenía como objetivo estratégico empobrecer a la clase media y resignar a los pobres a su condición menesterosa, sus ideólogos deben estar regocijándose por el éxito alcanzado.
Al venezolano promedio se le acorta progresivamente su lista de aspiraciones, de anhelos para cada uno y su familia. Los recursos alcanzan cada día menos y hasta el tiempo mismo se le hace escaso porque lo consume la hazaña diaria de satisfacer las necesidades primarias. La brecha entre ricos y pobres se ensancha como una cárcava erosionada por torrenteras. Los propios indicadores oficiales admiten el crecimiento de la pobreza, mientras la nueva clase, la de la burguesía bolivariana, amasa fortunas en magnitudes insólitas.
Para sellar este modelo de segregación social, la revolución antiimperialista ha hecho del dólar estadounidense un alambre de púas que cerca las aspiraciones de los más modestos. Legítimos deseos, como el de poder viajar al exterior, son una aspiración casi imposible para quien solo cuenta con desvalorados bolívares. Ahora, parece que la ilusión de adquirir un buen vehículo también será inalcanzable sin los quiméricos dólares.
El corral revolucionario aprisiona los sueños de los más humildes.